Fortunato
González Cruz
“Así como
cada encaste tiene su trapío, cada plaza debería tener el suyo propio”, dice el embajador Eduardo
Soto en la primera de sus amenas crónicas sobre nuestra plaza de toros “Román
Eduardo Sandia”. Quienes esta tarde recibimos el reconocimiento de la Autoridad
Taurina hemos puesto lo propio en la conformación del encaste, para seguir con
la metáfora diplomática, como miles de personas que algo han tenido que ver con
nuestra plaza, la mayoría anónimos que han venido a ella a ver los toros.
Esta plaza que nos convoca a celebrar
sus 50 años ha sido el alma colectiva de Mérida y cada una de las nuestras se
ha elevado al cielo en instantes de sublime belleza que retenemos en la memoria
con el afán de eternizar aquellos destellos fugaces en que el toro y el toreo
nos transmutan a la inmaterialidad del espíritu. Son momentos que desvanecen
las experticias y las ignorancias de un público que se deja seducir por la más
elevada de las expresiones estéticas de las que es capaz el hombre.
Las particularidades de esta plaza se
dejan ver desde sus prolegómenos, entre
copas, en este hotel tan merideño. Aquellas tertulias reunían a personajes de
una élite polícroma y visionaria heredera de un apacible pasado cultural que
deseaba mayores emociones. La naciente facultad de Arquitectura entusiasmó a
sus profesores y alumnos que en menos de un año, rebuscando ideas en revistas y
libros de bibliotecas particulares, hicieron los trazos del anteproyecto,
proyecto y su revisión para el emplazamiento definitivo en los terrenos de la
hacienda la Liria, de pastos y cafetales olorosos a tiempos coloniales. El
acopio de recursos y su construcción fueron frenéticos y en apenas tres meses
estuvo lista para las primeras corridas. Como para sellar aquel ímpetu
fundacional se bautizó con un diluvio que no logró apagar las pasiones sino
conservarlas hasta el día siguiente en que se sirvieron dos banquetes. Si
singular fue el bautizo que casi ahoga a la naciente criatura que aguantó el
chaparrón, aún fresco el concreto, dos corridas en un mismo día fue la prueba
del temple de la afición merideña, que desde entonces llena numerados y
tendidos en tardes de gloria.
Si las calvas dominan el paisaje que
se ve desde las andanadas de la Catedral de las Ventas, en Mérida domina la
alegría de su juventud, como pasa con los enormes toros cuya lidia dirigió con
maestría por muchos años nuestro compañero Juan Lamarca. Nuestros toros, si
bien modestos en hechuras, les llevan buen terreno en la alegría que imponen en
el ruedo, conformes con el espíritu colectivo de nuestra ciudad universitaria y
el aire más libre que llega del mar Caribe hasta estas cumbres. En el trapío de
la plaza, es decir, en el carácter, las actitudes y el comportamiento como
expresiones de su encaste, prevalece la alegría juvenil de su afición tantas
veces maltratada por los expertos. Como docente he aprendido a respetar las
ignorancias de mis alumnos que son la razón de mi magisterio. Es la misma
actitud que debieran asumir los conocedores, quizás no justificable en otras
plazas de mayor solera, pero si aquí donde se conjugan el espíritu festivo del
carnaval y la generosa alegría de nuestra juventud. Alguna vez comentó el
vallisoletano David Lugillano su impresión por la mocedad del público, la
extraordinaria belleza de sus mujeres y ese impresionante ¡ole! que estalla
desde el paseíllo y que sale del alma. Este componente del trapío es reforzado
por el concierto de pasodobles que interpreta, digámoslo de una vez, una de las
mejores bandas taurinas del mundo que ameniza las buenas faenas y el triunfo de
la casta y el arte del torero. En Mérida las corridas son como la zarzuela, el
alegre género español que mezcla música y teatro en un escenario de sol y a
veces de neblina.
También hay que decir que el trapío
del coso merideño tiene mucho de la naturaleza universitaria de la ciudad. Aposentada en el
núcleo La Liria de la Universidad de Los Andes, comparte espacios con las
ciencias sociales y se abre a los otros recintos de las ciencias duras, de las
ciencias médicas y del arte. Por ello tiene museo, biblioteca, su riquísima colección de
anuarios y entre las cátedras académicas la Taurina, fundada como respuesta del
Alma Mater a la ignorancia de los fanáticos que quieren colocar a los animales
en los espacios de la dignidad, exclusiva de los hijos de Dios. Así, la
Universidad dispuso cumplir con la misión de abrir un espacio para el
conocimiento del arte y la pasión que es componente esencial del gentilicio
local. Por ello su Comisión Taurina ocupa sillones en el Aula Magna y en la
Academia, libre de advenedizos y politiqueros, de intereses ajenos a los
superiores de la afición, y es blanco de críticas que se reciben con voluntad
de mejorar, y cuando cargan con malicia ejecuta el delicado pase del desdén que los merideños conocen
desde los tiempos fundacionales. Su
renovación parcial y constante asegura la solera que le aporta la lenta y
segura maduración de la experiencia y su transmisión al vino nuevo.
La plaza de toros de Mérida es
Mariana. Recibe de la Dulce Madre de Jesús en su advocación patronal como la
Inmaculada Concepción, y en sus advocaciones taurinas la protección de su
manto. Los capellanes de la plaza han sido el vínculo de la afición con la
Mitra Merideña, ahora presidida por su Eminencia Baltazar Enrique Cardenal
Porras Cardozo, que el 8 de diciembre, en la Santa Misa Patronal celebrada en
la Catedral Basílica, dio inicio a la conmemoración de los 50 años de nuestra
plaza de toros.
Por fin, nuestra plaza de toros tiene
casta y bravura. No se rinde a la crisis. Los empresarios que les ha tocado en
suerte colocar las cincuenta velitas han sabido nadar en las procelosas aguas
de estos tiempos y ofrecer unos carteles con toros de nuestras dehesas y
toreros que marcan la pauta de las nuevas generaciones que ya se asoman a las
cumbres de la tauromaquia. Un esfuerzo que tendrá que ser recompensado con
llenos hasta las banderas y unas corridas que se recordaran en los anales de la
fiesta.
Un representativo grupo de los
valores acumulados durante estos 50 años reciben hoy las distinciones de la
Autoridad Taurina. Son toreros, comentaristas, gente de la plaza que con otros
condecorados en ocasiones anteriores son exponentes de los miles y miles de
aficionados que hacen la casta y el trapío de la plaza monumental de toros
“Román Eduardo Sandia”. En su nombre,
gracias, compañeros de la Comisión Taurina Municipal.
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