Corta una oreja, que debieron ser dos, en una emocionante victorinada en Sevilla; Ureña logra también un trofeo y Escribano lo pierde con la espada
Antonio Ferrera, en un soberbio muletazo - Ep
ANDRÉS AMORÓS Sevilla
Después de tantas tardes aburridas, una corrida apasionante: tres horas y ni un momento de aburrimiento. Antonio Ferrera y Paco Ureña cortan cada uno una oreja; Escribano la pierde por el descabello. Lo de Ferrera quedará para el recuerdo. «Vivir es ver volver», sentenció el maestro Azorín. Vuelven los toros de Victorino, con el interés y las dificultades de la casta brava (lo que echamos de menos habitualmente).
Ya había tenido tardes brillantes Antonio Ferrera con esta divisa, en Sevilla, pero la de hoy las supera. Ha estado parado casi dos años, por un percance. De aquel torero bullicioso y rápido de sus comienzos ha logrado convertirse en un lidiador clásico, con la ilusión de la lidia completa. El primero empuja, levanta al caballo hasta derribar: ¡por fin un tercio de picar auténtico! Dibuja Antonio verónicas de manos bajas, lentísimas, con el compás abierto. En banderillas, que comparte con Escribano (lo mismo harán en el segundo), el toro embiste como un tren. La primera serie es excelente, con derechazos templados; en la segunda, el toro se lo piensa; en la tercera, se para. Todavía insiste Ferrera, en chiqueros, valiente y con oficio, hasta asustar al público. Mata a la segunda y saluda.
La apoteosis llega en el cuarto, el más grande, «Platino», de 570 kilos, que sale tirando cornadas, con la cabeza como una devanadera. El diestro lo lidia adecuadamente. Llama a compartir banderillas con él a José Manuel Montoliu, de su cuadrilla. Es un bello gesto, ahora insólito. (Lo vi hacer alguna vez, si no recuerdo mal, a Antonio Bienvenida). Más significativo porque el 1 de mayo se cumplen los 25 años de la cornada mortal de Manuel Montoliu: en el mismo sitio banderillea su hijo, con mucho riesgo, y las palmas echan humo. En la muleta, el toro arrea muchísimo. Ferrera aguanta, en una porfía que parece de otra época. La gente tarda en entrar en la faena; hasta en Sevilla, ya no están acostumbrados a esta lidia clásica. Por la izquierda, el toro vuelve rapidísimo, como un huracán. Con mucho valor y mucho conocimiento, Ferrera va sacando muletazos emocionantes, por la derecha; y, al final, también por la izquierda, donde parecía imposible. Una faena –se decía antes– de torero macho, cuajado. Aunque sea con retraso, el público lo ha comprendido y asiste al final puesto en pie. Suena el aviso antes de coger la espada pero a nadie le importa. Logra la estocada y el toro tarda en caer: la presidenta sólo concede una oreja. Con todo respeto: yo hubiera dado las dos, de golpe, aunque el público actual no lo reclame tanto. Con «Platino», ha estado cumbre, como el mejor oro.
También vuelve a Sevilla, después de su gravísimo percance, Manuel Escribano. La mejor noticia: parece estar en plenas facultades. El segundo responde al tópico de las alimañas de Victorino: espera, embiste como una polvorilla, es incierto y fiero, busca, a la salida de los muletazos: ¡una prenda! Manuel aguanta mucho, demuestra su oficio y estar bien preparado. A muchos, este toro les hubiera desbordado. El quinto es otra cosa, aunque levante al caballo y embista pegajoso. Se la juega sin cuento Escribano, en su par al quiebro en tablas, saliendo del estribo. En la muleta, el toro humilla mucho, embiste casi dormidito y el diestro lo aprovecha en series por los dos lados, con el mérito técnico de obligarle mucho, alargando la embestida. Solamente por el descabello pierde la merecida oreja.
El tercero se llama «Vencejo»: ¿sabía Victorino, al darle ese nombre, que iba a lidiarse en Sevilla? Este «Vencejo» embiste con nobleza y Ureña logra muletazos de buen gusto, rematados con una estocada: una oreja. En el último, más complicado, la faena es desigual y sufre un puntazo en el muslo.
Recuerdo al maestro Antonio Burgos: aquí, los vencejos «son tan sevillanos que, todos los años, toman los dos abonos, el de la Semana Santa y el de los toros; como buenos aficionados prácticos, bajan la mano de sus alas hasta el mismísimo albero…» También recuerdo a Unamuno: «Han vuelto los vencejos,/ que lo eterno es lo sencillo./ Las cosas naturales vuelven siempre». Como siempre vuelve –pienso yo– la emoción de ver toros bravos y toreros valientes, en esta preciosa Plaza.
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