500 años de Tauromaquia en México
Después de Rodolfo Gaona, Fermín Espinosa "Armillita" comprende la "edad
de oro del toreo" en su totalidad, extendiendo su poderío hasta el año
1954. Treinta años imborrables de dominio y esplendor, que le convierten
en eje y timón para varias generaciones: una, saliente, que encabezan
Juan Silveti y Luis Freg, la emergente, a la que perteneció; y más tarde
otra en la que Alfonso Ramírez Calesero, Alfredo Leal, Jorge Aguilar El
Ranchero o Jesús Córdoba -entre otros- se consolidan cada quien en su
estilo. "Armillita" fue un torero que llenó todos los perfiles marcados
en las tauromaquias y reclamados por la afición. A glosar su figura
dedica este nuevo capitulo de su "500 años de Tauromaquia en México", el
historiador José Francisco Coello Ugalde.
José F. Coello Ugalde, historiador
Para
entender a Fermín debemos ubicarlo como un torero que llenó todos los
perfiles marcados en las tauromaquias y reclamados por la afición.
Federico M. Alcázar al escribir su TAUROMAQUIA MODERNA en 1936, está
viendo en el torero mexicano a un fuerte modelo que se inscribe en esa
obra, la cual nos deja entrever el nuevo horizonte que se da en el
desarrollo del toreo, el cual da un paso muy importante en la evolución
de sus expresiones técnicas y estéticas.
Fermín Espinosa “Armillita” camino de convertirse en
figura del toreo
España
es caldo de cultivo determinante y decisivo también en la formación de
Armillita a pesar de que en 1936, el “boicot del miedo” encabezado,
entre otros, por Marcial Lalanda intenta frenar la carrera arrolladora
del “maestro”, y aunque regresa a México en compañía de un nutrido grupo
de diestros nacionales, su huella es ya insustituible.
Fermín
nace en casa de toreros. Su padre, Fermín Espinosa ha ejercido el papel
de banderillero. En tanto, Juan y Zenaido hermanos mayores de Fermín
hijo, buscan consagrarse en hazañas y momentos mejores. Juan recibe la
alternativa de Rodolfo Gaona en 1924, y años más tarde se integra a las
filas de los subalternos, convirtiéndose junto con Zenaido en peones de
brega y banderilleros, considerados como mejor de lo mejor. Ambos,
trabajaron bajo la égida de Fermín.
Gaona
se despide el 12 de abril de 1925. Ocho días después, Fermín actúa en
la plaza de toros CHAPULTEPEC, obteniendo -como becerrista- un triunfo
mayor, al cortar las orejas y el rabo de un ejemplar de la ganadería de
El Lobo. Uno se va el otro se queda. Sin embargo, la afición no asimila
el acontecimiento y cree que al irse el “indio grande” ya nada será
igual, todo habrá cambiado. Ese panorama “pesimista”, se diluyó en pocos
años, justo cuando “Armillita chico” está convertido en figura del
toreo.
Al
lado de los hispanos Victoriano de la Serna, Domingo Ortega, Joaquín
Rodríguez Cagancho, y de los mexicanos David Liceaga, Alberto Balderas,
Lorenzo Garza, Luis Castro El Soldado y José González Carnicerito
protagonizan una de las mejores épocas que haya registrado la
tauromaquia mexicana del siglo XX.
Fermín
acumuló infinidad de grandes faenas que dejaron una huella imborrable
en la memoria del aficionado, quien recuerda con agrado los mejores
momentos que han llenado sus gustos, las más de las veces “muy
exigentes”. CLAVELITO de Aleas en España, JUMAO, PARDITO o CLARINERO en
México son apenas parte del gran abanico que despliega este poderoso
torero a quien llamaron el “Joselito mexicano” pues mandando con el
capote y la muleta fue capaz de dominar a todos los toros con que se
enfrentó.
La
técnica, la estética se pusieron al servicio del diestro de Saltillo,
siendo el primer concepto el que predominó en manos de quien fue el
“maestro de maestros”, atributo mayor, etiqueta envidiable que se han
ganado pocos, muy pocos.
Analizando
a Fermín Espinosa Armillita con la perspectiva que nos concede la
historia, apreciamos a un ser excepcional que por ningún motivo podemos
ni debemos matizar en grado superlativo, porque esto nos pierde en las
pasiones y por ende no nos deja ver el panorama con toda la claridad
necesaria para el caso. Por eso, lo que normalmente apreciamos en la
plaza y nos conmociona en extremo es emoción que con el tiempo se
atenúa. Aquella gran tarde de gozo y disfrute, termina siendo acomodada
en los anaqueles de nuestra memoria.
Fermín, más que poderoso y dominador… con las banderillas.
Armillita
nos deja apreciar a un torero completo en todos los tercios, favorito
de multitudes, que se ganó el aprecio de la afición en medio de la
batalla más sorda, desarrollada entre toreros que también hicieron
época. No podemos olvidar sus tardes apoteóticas al lado de Jesús
Solórzano, lidiando toros de LA PUNTA. De alguna de estas jornadas
fueron recogidas las escenas de la célebre película SANGRE Y ARENA,
protagonizada por Tyron Power.
Armillita
surge en unos momentos en que la revolución culminó como movimiento
armado, y brota el cristero con toda su fuerza. En el campo cultural se
da un reencuentro generoso con los valores nacionalistas que
“revolucionaron” las raíces “amodorradas” de nuestra identidad, las
cuales despertaban luego de larga pesadilla matizada de planes, batallas
y luchas diversas por el poder.
Sin
embargo, el toreo se mantenía al margen de todos estos síntomas, como
casi siempre ha ocurrido. Fermín, al igual que otros toreros, iba
reafirmándose como cabeza principal de su generación, en la cual cada
quien representó una expresión distinta que siempre sostuvo el interés
de la afición, misma que gozó épocas consideradas como relevantes en
grado máximo. Al romperse las relaciones taurinas entre México y España,
se gestó un movimiento auténtico de nacionalismo taurómaco el cual
alcanzó estaturas inolvidables. Fermín permeó a tal grado aquel espacio
que su quehacer vino a ser cosa indispensable en todas las plazas donde
le contratan, garantizando la papeleta pues su compromiso fue nunca
defraudar.
Que
tuvo enemigos, todo gran personaje los acumula. Se le señalaba frialdad
mecánica en sus faenas, un mando de la técnica por encima de la
estética, aspecto que no prodigaba a manos llenas por no ser un torero
artista. Pero no se daban cuenta de que cualquier gran artista primero
forja su obra en planteamientos que van rompiendo el recio bloque o
dando color a un lienzo blanco, enorme dificultad a la que se enfrenta
hasta el mejor de los pintores. Y así, cualesquier torero plantea su
faena moldeando y mandando al toro. Dominándolo en consecuencia.
Fermín
ya lo he dicho, tuvo en todos sus enemigos, animales a los que entendió
y “dominó” en su plena dimensión. Por eso, el trauma de BAILAOR nunca
pasó por su mente. BAILAOR fue el muro que detuvo la carrera de otro
torero considerado “poderoso”: José Gómez Ortega Joselito aquel 16 de
mayo de 1920 en Talavera de la Reina. Curiosamente llegó a decirse que,
para ver a Juan Belmonte -pareja de José- había que apurarse, pues
cualquier día lo mataría un toro. Juan se suicidó en 1962 víctima de la
soledad. En cambio Joselito o Gallito quien demostraba con su toreo ser
indestructible ante los bureles, fue liquidado por uno de ellos.
Armillita
ya no solo parecía llenar, llenaba todos los perfiles de un gran torero
que España conoció en una proporción menor a la de México. Sin embargo
en nuestro país es donde alcanza estaturas mayores. Sólo cuatro
cornadas, una de ellas en San Luis Potosí, el 20 de noviembre de 1944
desequilibran el concepto de invencible que hasta entonces se tenía de
él. En 1949, precisamente el 3 de abril, se retira como los grandes
encerrándose con 6 punteños, en la plaza capitalina, dejando testimonio
de su grandeza al ejecutar 18 diferentes quites, banderilleando a tres
de los seis toros. Sus faenas no brillaron tanto porque aquella fue una
tarde en la que el viento se apoderó por completo del escenario y poco
pudo vérsele. Sin embargo, “hubo doblones, naturales, pases de la firma,
de pecho, de pitón a rabo, el de la muerte, el cambio por delante, los
de tirón para cambiar de terreno, los trincherazos rematados rodilla en
tierra…”, como nos dice “Paco Malgesto” en el libro ARMILLITA. EL MAESTRO DE MAESTROS. XXV AÑOS DE GLORIA del año 1949.
Armillita, el Joselito mexicano, agradeciendo la ovación de sus seguidores
Años
después tuvo necesidad de regresar, demostrando que seguía siendo tan
buen torero como antes, maduro, dueño de sí mismo. Conchita Cintrón al
escribir ¿Por qué vuelven los toreros? los encuadra dentro de esa
búsqueda por las palmas, pero sobre todo por el placer de sentir que
nadie ha ocupado el lugar que dejaron desde su retirada. Fermín pasaba
por un mal momento, pero aún así fue capaz de mostrar su poderío.
Con
el paso de los años y ya en el retiro definitivo fue llamado a
participar en infinidad de festivales siendo uno de los últimos el que
se celebró el 18 de noviembre de 1973 en la plaza de toros MÉXICO que
resultó inolvidable pues alternaron con él figuras como Luis Castro El
Soldado, Silverio Pérez, Alfonso Ramírez Calesero, Fermín Rivera y Jorge
Aguilar El Ranchero.
Muere el 6 de septiembre de 1978 en la ciudad de México, habiendo nacido el 3 de mayo de 1911 en Saltillo, Coahuila.
Sus
hijos Manuel, Fermín y Miguel han perpetuado la dinastía en diferentes
proporciones y de ellos se espera que la cuarta generación se aliste en
el inminente siglo XXI. Fermín Espinosa, 1ª generación; Fermín Espinosa
Saucedo, 2ª generación; Manuel, Fermín y Miguel, 3ª generación, todos
con el sello de la casa Armilla constituyen una de las familias taurinas
que viene heredando la estafeta en armónico cumplimiento generacional,
como ha pasado con otros casos: los Litri, los Bienvenida, los Girón,
los Rivera de Aguascalientes, los Solórzano, los Caleseros, los Vázquez
de San Bernardo.
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