Uno de los toreros ungidos, que se eternizan en el recuerdo
El lance a la verónica, en versión de Manolo Escudero |
"La exigente afición de Madrid hizo suyo a nuestro torero. Madrid dio al
toreo inmensos artistas y excelentes profesionales. El maestro de
Embajadores fue un excelente entre el reducido grupo de los ungidos con
el don", nos recuerda esew buen aficionado que es José Luís
Moreno-Manzanaro, quien añade: "reconociendo la excelencia de su capote,
tal vez no se ha puesto de relieve su dominio y fuerza con la muleta
que manejó con depurado estilo, consumándose al mismo tiempo como
efectivo matador".
José Luis Moreno-Manzanaro Rodríguez de Tembleque. Abogado. Presidente de la Unión
La
exigente afición de Madrid hizo suyo a nuestro torero. Madrid dio al
toreo inmensos artistas y excelentes profesionales. El maestro de
Embajadores fue un excelente entre el reducido grupo de los ungidos con el don.
Coincido
con Paco Aguado en que el barrio, como el sacramento del Orden, imprime
carácter. En Sevilla, Triana, San Bernardo, La Macarena, etc.
--Belmonte, Chicuelo, Pepe Luis, “Curro Puya” y otros-- e igualmente en
Madrid, ciertos barrios alumbraron toreros de imborrable recuerdo. Cada
torero madrileño o aspirante a la fama era de una calle, del Rastro,
Pardiñas, Mesón de Paredes, Lavapiés, Gobernador, Fuente del Berro,
Montesa, Embajadores.
Precisamente
en el corazón del barrio más castizo de Madrid, Embajadores, en la
calle Casino nº 17, nació un 13 de febrero de 1917, Manolo Escudero, que
para rematar su madrileñismo residió de por vida en el nº 4 del Paseo
de la Infanta Isabel. Éramos vecinos. Vistió su primer traje de luces en
1939, un 15 de agosto en Puertollano (Ciudad Real) y su primer festejo
con los montados, cortando orejas y rabo. En otro 15 de agosto,
festividad de la Virgen de la Paloma, hace su presentación en la plaza
de las Ventas, junto a Pepe Chalmeta y Dionisio Rodríguez, con novillos
de Pérez de la Concha, dejando testimonio de su personal estilo con el
novillo “Trianero”, tras cuya muerte dio la vuelta al ruedo. La
temporada de 1942 es la de su consagración como uno de los novilleros
con más cartel.
Un
importante triunfo en la plaza de Madrid, el 14 de mayo, cortando una
oreja a un novillo de Villagodio y su presentación en la Maestranza
sevillana , el 24 de mayo, constatando, con la magia de su capote y la
majestuosidad de su muleta, que el arte no se compadece con la divisoria
de Despeñaperros.
Mereció
doctorado de lujo. El 2 de mayo de 1943, en la plaza de Murcia,
“Manolete” fue su padrino, testigo el murciano Pedro Barrera. El toro de
la ceremonia “Bienvenido” del Conde de la Corte. Doctorado que se
confirma en la Monumental madrileña el 29 del mismo mes, con Juanito
Belmonte como padrino y “Manolete” como testigo. El toro de la
confirmación “Castañito” nº 52 de la Vda. de Galache.
Cierto
que fue uno de los grandes maestros de la Verónica, maestro de las
muñecas de terciopelo, torero de toreros y aficionados y rey de la
verónica. “La estampa de su verónica increíble – decía Federico Carlos Saiz de Robles – en la que la suerte no solo se cargaba si no que se adormecía”.
Lances
dignos de pintores y escultores que pudieron perpetuar su torería. Así
lo reconoció Federico Alcázar tras un quite en la plaza de Madrid: “que cerquen esos cuatro metros del ruedo para que no los vuelva a pisar nadie”.
Por
su parte Néstor Luján entiende que Manolo Escudero es la consecuencia
de “Manolete”, añadiendo que “Manolete”, Pepe Luis y Manolo Escudero son
los tres toreros de época de mayor calidad estética.
Pero
reconociendo la excelencia de su capote, tal vez no se ha puesto de
relieve su dominio y fuerza con la muleta que manejó con depurado
estilo, consumándose al mismo tiempo como efectivo matador. Para
desmemoriados o ignorantes, conveniente parece recordarles aquella
memorable tarde de un 25 de mayo del también memorable 1947. Alternaba
con Morenito de Talavera y Pepín Martín Vázquez. Cartel para recuerdo y
añoranza. Toros de Arturo Sánchez Cobaleda; toro “Guapito”. Treinta y
tres naturales en tres series de ensueño. Treinta y tres esculturas de
toreo de mano izquierda. El delirio de los graderíos. Junto al Príncipe
de la verónica había surgido el Rey del natural.
Sin
embargo el infortunio hizo presa en el torero madrileño. En San
Sebastián, un día de agosto, al hacer un quite al mexicano Gregorio
García en peligro, un toro de Tassara le infirió un cornadón que afectó
a la pleura y tres costillas, haciendo temer por su vida.
Así
como hubo “dos” Pepín Martín Vázquez, uno antes de Valdepeñas y otro
después….así ocurrió con Manolo Escudero, uno antes de San Sebastián y
otro posterior…de inseguridad, incertidumbre, desigualdad.
Un
salto hasta 1951, año en que torea cuatro corridas, dos de ellas en Las
Ventas, la del 25 de febrero, denominada chuscamente “del Armisticio”,
de la concordia hispano-mexicana, por la firma del acuerdo con los
toreros del país azteca, alternando con el maestro Rafael Ortega y el
mexicano Antonio Toscano. Para el recuerdo un magnífico quite en
terrenos del cinco, bajo una intensa nevada. Se silenció su discreta
labor. En la que abundó “música de viento” en sus dos toros fue en la
del 25 de marzo de 1951, alternando con el mexicano Cañitas y Manolo
Carmona que confirmó su alternativa; los Saltillos de Enriqueta de la
Cova salieron “cogiendo moscas”; “Palmito” fue su último toro y el
número 43 de los lidiados por él en esta plaza, en las 21 corridas en
las que tomó parte.
Ya
retirado ejerció mecenazgo y magisterio, con carácter privado y
selectivo a profesionales y aspirantes. Frecuentemente impartía doctrina
y experiencias en tribuna muy cualificada de taurino hotel madrileño.
Un jovencísimo, impertinente y atrevido, como el que suscribe, se colaba
de escuchante, meritorio, gracias al aval generoso de algún torero
contertulio como “El Choni” (q.e.p.d).
Sería
injusta la omisión en este lance de quien fue su gentil esposa, Irene
Daina, admirada en los madriles, especialmente en el barrio, no solo por
su belleza y condición artística sino también por su ejemplar recato,
apreciable como hecho notorio.
Evocaremos
finalmente aquellos felices días de mi incipiente afición en los que,
por absoluta carencia de tesorería, me tenía que conformar con
presenciar la salida de Manolo Escudero de su portal, Paseo de la
Infanta Isabel nº 4, caminando, erguido, mayestático, hacia el coche de
cuadrillas, un precioso “De Soto”, color avellana. Le esperaban, veguero
habano en ristre, tres figuras de plata: el viejo Boni, José Migueláñez
y Luis Morales, maestros en la añorada suerte de correr a una mano a
los toros de salida.
El
maestro me confesaría, tiempo después, que era admisible fumar en
trance de miedo o emoción, pero inconcebible hacer flexiones gimnásticas
en la puerta de cuadrillas o en el callejón, besarse entre toreros al
entrar o salir de la plaza o, en fin, entrenarse corriendo y corriendo
en la Casa de Campo en deportivas y chándal…y reprochable incluso cuando
se trataba de toreros de sólida constitución física…como los de su
reseñada cuadrilla. Sí, ya sé. Eran viejos tiempos.
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