Excelente mano a mano a caballo con una noble y brava corrida del Capea
Leonardo Hernández y Diego Ventura salen por la Puerta Grande - Paloma Aguilar
ANDRÉS AMORÓS Madrid
Segundo festejo de rejones: gran entrada, a pesar del bochorno y el riesgo de lluvia. Después de las últimas jornadas de pasión –a favor y en contra–, vuelve un ambiente más amable: el público acude, esta tarde, a pasarlo bien, no a ser un severo juez, como otras veces. Se agradece que sean dos rejoneadores, Diego Ventura y Leonardo Hernández, en vez de tres, por la posible competencia, aunque no sea uno de ellos Pablo Hermoso, con el que Diego sí tiene auténtica rivalidad, pero el navarro lo elude. Los murubes de los varios hierros del Niño de la Capea dan un juego excelente; destaca el magnífico segundo. Los dos caballeros abren de nuevo la Puerta Grande (para Ventura, es la número catorce) y logran un brillante espectáculo.
Hace ocho días, Diego Ventura abrió, una vez más, la Puerta Grande. Esta tarde, se entrega desde el comienzo. Con «Lambrusco», recorta perfectamente al primero, «Veleto» sólo de nombre. «Nazarí» lo lleva cosido a la grupa y se luce en los quiebros impecables. Acierta al matar, con el albino «Remate»: primera oreja por una faena técnica y emocionante.
Como el tercero sale distraído y algo flojo, «Añejo» lo embarca con buenos «muletazos». «Roneo» podría presumir de sus cambios, en la cara, pero es alcanzado. «Fino» provoca la arrancada desde cerquísima, levanta un clamor. Diego le quita el cabezal a «Dólar», clava a dos manos, como ya hizo en Sevilla, y pone a la gente de pie. También acierta con el rejón de muerte y corta dos merecidas orejas: una labor completa, muy espectacular. Comparte la ovación con «Dólar».
Sale con pies el quinto «Navajito» (nombre de otro triunfador de la casa) pero se para un poco. «Sueño», la joya de Ventura, se cuela por un hueco mínimo. El nuevo «Ritz» logra quiebros comprometidísimos pero, con «Bombón», no mata a la primera.
No tuvo fortuna con las reses Leonardo Hernández, la vez anterior. El segundo, un gran «Caracol», veloz y bravo, alcanza en varios derrotes al albino «Sol»: se libra por estar despuntado pero no es grato. «Despacio» arriesga al quebrar muy en corto y logra el par a dos manos. Las corvetas de «Xarope» y el certero rejón, con una muerte espectacular, aplaudiendo el caballero al toro, le hacen ganar también la oreja.
En el cuarto, «Verdi» cita de punta a punta y acierta en los quiebros. Se aplauden las piruetas en la cara que hace «Charro cantor». Con el muy elástico «Xarope», Leonardo se luce en desplantes pero necesita el descabello.
Llega al final la lluvia. Brilla Leonardo con el negro y fuerte «Calimocho». Entusiasma el par a dos manos con «Despacio». Con «Xarope», logra el rejonazo que necesitaba para la oreja y la salida a hombros.
Resumen claro: un gran espectáculo de toreo a caballo, con nobles toros del Capea; un vibrante Leonardo Hernández y un magistral Diego Ventura: ahora mismo, sin duda, el número uno.
Postdata. En una brillante Tercera de ABC, Gonzalo Santonja ha denunciado cómo unos políticos populistas de Alicante se negaban a admitir que Miguel Hernández fue un gran aficionado a los toros.
Tiene razón Santonja: da risa su ignorancia. Añado yo: da vergüenza su sectarismo. Basta con que abran «El rayo que no cesa» para encontrar algunos de los más hermsos poemas taurinos, en los que el poeta se identifica con el toro bravo: por el amor («Una querencia tengo por tu acento») y por el destino trágico («Como el toro he nacido para el luto»). Cuando Miguel vino a Madrid, sobrevivió gracias al apoyo de José María de Cossío, que le dio trabajo en la preparación de la enciclopedia «Los toros»: redactó biografías de toreros, que aparecen, en la obra, sin firmar. Puedo asegurar que Miguel Hernández escribió, por ejemplo, la biografía del mítico «Tragabuches» (tomo III, p. 962), tan pintoresca como cualquier folletín romántico.
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