David Mora corta una oreja con protestas en una decepcionante corrida de Parladé
Derechazo de David Mora al último de la tarde - Paloma Aguilar
ANDRÉS AMORÓS Madrid
Considera la alcaldesa Carmena «extraordinario y estupendo» ceder un local del Ayuntamiento de Madrid para que Puigdemont predique su ilegal independentismo. ¡Dios le conserve la vista! El mundo le parece de color de rosa; rosa sectaria, por supuesto: sólo ve de ese color la mitad «progre» que le conviene. Si Carmena opina así del independentismo, ¿por qué no vamos nosotros a creer que los toros sean más fuertes y encastados que nunca, que este festejo ha sido «extraordinario y estupendo»?
En realidad, sólo un toro de Juan Pedro, el último, ha repetido, con emoción, le ha permitido a David Mora cortar un discutido trofeo; los demás han dado lugar a una nueva tarde de aburrimiento.
El remiendo y el sobrero de El Montecillo no han mejorado las cosas. ¿Cuándo tomará vuelo la Feria?
Recibe Curro Díaz al primero con verónicas despaciosas pero el toro hace hilo y ha de tomar el olivo; a la salida de varas, cae. Llega a la muleta incierto y parado, se le queda debajo: nada que hacer. El cuarto, de El Montecillo, se llama «Chispero», me recuerda el pasacalles de «La calesera»:
«Yo no quiero querer al chispero / que finge embustero / palabras de amor». Tambien finge ser bravo el toro pero no lo es: después de los ayudados por alto, con torería, de Curro, muy pronto se para y se raja. Como las viejas gaseosas, se le ha ido el gas.
Devuelto por flojo el segundo, se corre turno: el parladé cae al tercer capotazo. Brinda Fandiño a Don Juan Carlos (remedia lo que otra vez no hizo, con un discurso muy mejorable). El toro es soso, carece de emoción. Mata con habilidad. El sobrero de El Montecillo, «Acobardado» (¡vaya nombrecito para un toro) es un manso rebrincado que siembra el pánico en banderillas, engancha a Víctor Manuel Martínez. Sólo hubiera admitido una lidia a la antigua. Iván machetea, hace guardia y falla con el descabello.
Le toca a David Mora el mejor lote. El tercero, protestado por chico, sí se mueve, permite un par de series con empaque pero pronto se apaga y la faena no cuaja. Se llama «Helénico» el último, como en un verso de Foxá: «Viene el juego de Grecia por el Mediterráneo…» Resulta el único bravo. Se luce Ángel Otero en dos grandes pares. Mora la da distancia, el toro repite, hay muletazos logrados pero el toro también dura poco. Buena estocada: oreja que algunos protestan.
Esto ha sido todo: demasiado poco, sin duda, por la flojera y escasa duración de los toros. A pesar del discutido trofeo, el resumen podría ser el hermoso verso de José Hierro: «Después de todo, todo queda en nada…» Dicen algunos que los toros actuales son los más bravos de la historia y que vivimos la Edad de Oro del toreo. Bueno… También dice Carmena que ceder su local a Puigdemont es «extraordinario y estupendo…»
Cuando Leibnitz dijo que «vivimos en el mejor de los mundos posibles», Voltaire se pitorreó de él, en su obra «Cándido». Que los toros se caigan, que no acierten los diestros y que se aburra el personal es infinitamente menos grave que el hecho de que Puigdemont defienda el independentismo desde un local cedido por el Ayuntamiento de Madrid. Si Voltaire estuviera vivo, podría divertirse escribiendo otra obra, «Carmena o la nueva Cándida». O, quizá, a pesar de su irónico pesimismo, se echaría a llorar. Claro que Voltaire no iba a los toros…
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