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viernes, 2 de junio de 2017

Dos lecciones magistrales de Enrique Ponce en San Isidro

La figura de Chiva sale por la Puerta Grande después de cortar una oreja a cada toro de Domingo Hernández 


Enrique Ponce sale a hombros de Las Ventas
Enrique Ponce sale a hombros de Las Ventas - Paloma Aguilar
 
ANDRÉS AMORÓS Madrid

Nueva tarde de lleno y expectación en la única corrida de la Feria que torea Enrique Ponce, la máxima figura. Una vez más, dicta dos lecciones magistrales, pone en pie al exigente público de Madrid, corta una oreja a cada toro (hubieran sido tres o cuatro si los mata a la primera) y abre la Puerta Grande. A sus 45 años y 28 de alternativa, Ponce conserva intactas la afición y la ilusión, está toreando mejor que nunca: no es retórica, se está comprobando casi todas las tardes. (Un ejemplo: en Córdoba, hace un par de días, recibió a su segundo con una larga de rodillas, algo tan lejano de su repertorio).

De los toros de Domingo Hernández, que toman antigüedad en Las Ventas, cuatro pesan más de 600 kilos: sacan casta y son excelentes tercero y sexto.
El castellonense Varea mostró pronto su estética personal; también, su irregularidad y los problemas con la espada. Triunfó, este año, en la Feria de su tierra. El primero se viene fuerte en banderillas pero se para pronto. Varea, más artista que dominador, no logra remontar la faena y da el mitin con el descabello. Hace el esfuerzo en el sexto, muy encastado, bravo y exigente (no es fácil estar a su altura); por la izquierda, embista muy largo y Varea logra algunos buenos naturales.
Varea confirmó de manos de Ponce y en presencia de Mora
Varea confirmó de manos de Ponce y en presencia de Mora- Efe
Tercera actuación de David Mora: en las anteriores, vivió las dos caras de la moneda. El tercero, un toro magnífico, arrea mucho y Ángel Otero se la juega, con gran mérito. El toro transmite mucho, se come la muleta. La faena de David es desigual, con algún susto. Entrando de lejos, la espada queda baja. Saluda Antoñares en el quinto, algo rebrincado. Mora le baja la mano, logra algunos muletazos y mata volcándose sobre el morrillo, a cambio de una voltereta.
David Mora sufrió una dura voltereta en la estocada al quinto
David Mora sufrió una dura voltereta en la estocada al quinto- Efe
Una vez más, Ponce marca diferencias. El segundo sale suelto, huído. Enrique lo recoge, rodilla en tierra, y traza verónicas que acaban en la boca de riego. Lo lleva prendido en la muleta, desmayando la figura, jugando sólo la muñeca, con un sutil giro de cadera. Dos cambios de mano extraordinarios y la preparación para matar, con bellísimos ayudados, ponen al público en pie. Mata a la segunda y se queda en un trofeo: la faena, admirable, era de dos. El cuarto, bonito de capa, muy veleto, puntea, pega tornillazos, echa la cara arriba, se queda corto. Con paciencia y sabiduría, le va sacando todo lo que el toro pueda tener; por dos veces, logra el pase de pecho a la tercera, después de que el toro se le pare por completo . Corriendo la mano magistralmente, el derechazo se convierte en circular. El abaniqueo final, a lo Antonio Bienvenida, vuelve a poner al público de pie. Mata regular, a la segunda: el único lunar. La mayoría de pañuelos consigue el trofeo, que algunos protestan. Pero el saludo en el centro del ruedo y la salida en hombros son clamorosas: la cumbre de un maestro en plenitud.

Una vez más, Ponce ha deslumbrado a todos por su difícil facilidad: lo que todos quisieran y muy pocos consiguen; el privilegio de los más grandes. (Ya Cervantes se burlaba de los poetas que, para hacer versos, “sudan e hipan”). En sus manos, todo es suavidad, claridad, armonía: el ideal del arte clásico.

POSTDATA. El sexto toro de esta tarde se llama “Granaíno”, igual que el que hirió a Ignacio Sánchez Mejías. Por no mencionar su tierra natal, García Lorca omitió el nombre, en su “Llanto”. En la cubierta de José Caballero, junto a un sol y unos angelitos, eligió esta inscripción: “Lo mató un toro de la ganadería de Ayala”. Y, luego: “Lo recogió la Blanca Paloma”; es decir, la Virgen del Rocío. (Primero había pensado: “Lo recogió la Venus Tartesa”). Ya forma parte de la historia. Como esta tarde de Enrique Ponce.

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