La plaza de Alicante recuerda a Fandiño con un emotivo minuto de silencio en una noble corrida de Adolfo
La plaza de Alicante recuerda a Fandiño en un emotivo minuto de silencio - ABC
Rosario Pérez - CharoABCToros
Sesenta segundos de palabra callada, de verbo mudo. Un minuto de silencio por Iván Fandiño, el último creador de la mayor verdad en la arena: entregar la vida por la libertad. Gloria y honor a una obra que tiene ya su eco en la eternidad, sentencia que fue compañera de viaje de la figura vasca. En su recuerdo caían lágrimas de purísima y oro, de fría escarcha en la tierra de las hogueras.
En el nombre de Fandiño brindaron dos faenas. El primero que aupó la montera al cielo fue Rafaelillo, sin suerte con un difícil lote. Lidió con mérito al complicado «Carretero», en el que aprovechó el medio viaje del pitón zurdo –por el derecho no tenía ni uno– en muletazos valerosos. Todo se enturbió con el acero, como frente al cuarto, que pegaba secos tornillazos, siempre a la defensiva.
Bautista protagonizó lo más torero en homenaje al compañero que tiñó de pureza y luto su Francia natal. El matador de Arles se sintió a la verónica en el segundo, con una media arrebujada y genuflexa, donde se vio ya la noble condición del adolfo, que regaló embestidas humilladas y con temple azteca. Aunque para templanza la del galo, que se gustó y dibujó tandas de mucha despaciosidad por ambos pitones. La estocada fue el pasaporte a una merecida oreja. Otra paseó del buen quinto, al que entendió fenomenal, con inteligente oficio. Mediada la labor, la técnica se fundió con un toreo relajado, desmayado y bello por momentos.
Escribano regresaba a la feria de su dramático percance. Para sus salvadores, los médicos, fue la dedicatoria. Deseoso, cortó una cariñosa oreja del potable tercero y se ganó otra del interesante sexto, con algunos pasajes profundos. Prueba superada.
Sesenta segundos de palabra callada, de verbo mudo. Un minuto de silencio por Iván Fandiño, el último creador de la mayor verdad en la arena: entregar la vida por la libertad. Gloria y honor a una obra que tiene ya su eco en la eternidad, sentencia que fue compañera de viaje de la figura vasca. En su recuerdo caían lágrimas de purísima y oro, de fría escarcha en la tierra de las hogueras.
En el nombre de Fandiño brindaron dos faenas. El primero que aupó la montera al cielo fue Rafaelillo, sin suerte con un difícil lote. Lidió con mérito al complicado «Carretero», en el que aprovechó el medio viaje del pitón zurdo –por el derecho no tenía ni uno– en muletazos valerosos.
Todo se enturbió con el acero, como frente al cuarto, que pegaba secos tornillazos, siempre a la defensiva.
Bautista protagonizó lo más torero en homenaje al compañero que tiñó de pureza y luto su Francia natal. El matador de Arles se sintió a la verónica en el segundo, con una media arrebujada y genuflexa, donde se vio ya la noble condición del adolfo, que regaló embestidas humilladas y con temple azteca. Aunque para templanza la del galo, que se gustó y dibujó tandas de mucha despaciosidad por ambos pitones. La estocada fue el pasaporte a una merecida oreja. Otra paseó del buen quinto, al que entendió fenomenal, con inteligente oficio. Mediada la labor, la técnica se fundió con un toreo relajado, desmayado y bello por momentos.
Escribano regresaba a la feria de su dramático percance. Para sus salvadores, los médicos, fue la dedicatoria. Deseoso, cortó una cariñosa oreja del potable tercero y se ganó otra del interesante sexto, con algunos pasajes profundos. Prueba superada.
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