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martes, 20 de junio de 2017

Un blues para Iván Fandiño

Ante el estallido de una tragedia


"Era Fandiño un pelotón de un solo hombre. Seco, recio, apaisanado. Con su tez olivácea. Con el gesto grave. Con los espolones fuera y la sangre siempre a punto. Hizo del ruedo una patria ambulante. Vasco de padres gallegos, se hizo torero en Valencia y Sanlúcar de Barrameda, echó raíces en Guadalajara y un toro madrileño se lo ha llevado en Francia", en estos términos le canta Juanma Lamet en su recuerdo a uno de los nuestros, a un torero muy hombre, que vio como la vida se le escapaba entre la manos, cuando iba camino de Mont de Marsan.
Juanma Lamet
Un estallido de tragedia rompió los sismógrafos del orbe taurino cuando ´Provechito´, un toro negro de Baltasar Ibán, hizo carne en el costado de Iván Fandiño y lo rebañó por dentro. La guadaña puso huevos en el pulmón y el riñón. Y no hubo más. El héroe vizcaíno, caído en combate al tropezarse con su propio capote, enfiló la ambulancia con toda su muerte a cuestas, macilento. Presintió que se le esfumaba la vida. "Daos prisa, que me estoy muriendo". No llegó al hospital. Llanto por la muerte de un torero. Otra vez.

Fue en Aire-sur-l´Adour, un pequeño pueblecito de Las Landas francesas. Más pequeño que Linares, o que Talavera. O que Pozoblanco, Colmenar o Teruel. Apenas una meta volante en el Tour transpirenaico de las corridas duras. Tan cerca y tan lejos de Orduña, a la vez. Un lugar tan en calma, tan apaciblemente torero. A las 19.28 avisó André Viard de la cornada y a las 21.40 se confirmó la noticia. Eran las nueve y cuarenta en todos los relojes. Esa consumación atronó como un restallido ensordecedor. "A lo sonoro llega la muerte", escribió Neruda.

Otra vez. Sólo once meses después de que La Parca se llevara a Víctor Barrio colgado del pitón de ´Lorenzo´, de Los Maños, otro toro negro como un blues de Leadbelly. Otra vez dos matadores fallecidos en once meses, igual que Paquirri (septiembre de 1984) y El Yiyo (agosto de 1985). Otra vez el mundo del toro enlutado por un torero íntegro, de valor febril, todo franqueza. Hecho a sí mismo sin regatear un esfuerzo. Un luchador. Un samurái que se tiraba a matar o morir a cuerpo limpio cuando tocaba. Que cumplía a rajatabla el principio ramoniano de que el torero vive la vacación de la vida ante las posibles empresas de la muerte.

Era Fandiño un pelotón de un solo hombre. Seco, recio, apaisanado. Con su tez olivácea. Con el gesto grave. Con los espolones fuera y la sangre siempre a punto. Hizo del ruedo una patria ambulante. Vasco de padres gallegos, se hizo torero en Valencia y Sanlúcar de Barrameda, echó raíces en Guadalajara y un toro madrileño se lo ha llevado en Francia. “Provechito” no le tocó en suerte a él, sino a Juan del Álamo. Le hizo un quite Iván por chicuelinas, envuelta la figura en  percal. Dio un traspié y cayó al albero. A partir de ahí, todo lo enseñan con precisión de cirujano las terroríficas fotos de Iroz Gaizka.

En el suelo fue donde la aguja encontró hilo. Como pasó con Víctor. El pitón enhebró a Iván El Terrible y le dejó la muerte cosida bajo el vestido caldero y oro, igual que aquel con el que descerrajó la Puerta Grande de Las Ventas en 2014. A la gloria va Iván siempre con el mismo color.

Como todo torero de ley, Fandiño fue consciente de que la vida es citar desde el estribo. Es tener una espuerta de cal prevenida. Es llevar siempre encima la moneda para pagar a Caronte. Lo escribió el torero el 22 de marzo, en una profecía tristemente certera, terrorífica: "A veces no hay próxima vez ni segundas oportunidades. A veces es ahora o nunca".

Vivimos una era trágica, en general. Como de fin de ciclo. Es todo bastante raro, pero queda un puñado de cosas puras, ajenas a la posverdad. Irreductibles. Una de ellas es el tributo de la sangre. Otra vez. Otra maldita vez el charco de la agonía, la vida derramada. Agur, Iván. Has muerto libre, como querías. Que la tierra te sea leve. "Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!".

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