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jueves, 21 de septiembre de 2017

A Urdiales le quitan las llaves de su casa en Logroño

Corta una oreja y el presidente le niega la segunda en medio de una gran bronca 


Diego Urdiales, al natural
Diego Urdiales, al natural - Chopera Toros
 
ÁNGEL G. ABAD Logroño

El torero Diego Urdiales toreaba ayer en su casa, lo dio todo, y cuando estaba dispuesto a abrir la puerta grande se dio cuenta de que alguien le había quitado las llaves. Y sin salida a hombros se quedó por decisión presidencial. Consideró el palco que la redonda faena al cuarto no merecía el doble trofeo, y eso que la actuación fue de mucho mérito, de mando además y buen gusto.

«Con una orejita ya vas bien, majo», pareció decirle el usía al torero de Arnedo y a las miles de almas que ocupaban los tendidos de La Ribera. El hombre aguantó una bronca de las gordas. Firme estuvo, tanto como debió estar por la mañana para aprobar una corrida muy justa de trapío, que es allí donde también se debe imponer el criterio y la seriedad.

Espoleado y firme

Pero vayamos con el triunfo de Urdiales, al que no le faltó épica. El cuarto embestía con sus complicaciones, algo rebrincado. Se fue imponiendo el torero en series cortas, que fueron limando asperezas y metiendo al público en la faena. Aguantó, y los naturales surgieron limpios, largos, con empaque. Al rematar una serie, le perdió la cara al toro y este se lo llevó por delante de muy feas maneras. Tremenda la voltereta y tremenda la garra con que el riojano volvió a la cara.

Espoleado y más firme, más rotundo, con la izquierda cuajó una serie que enloqueció. La estocada a suerte o verdad. Y el final, ya lo conocen, alguien le quitó las llaves de su casa, que ya es mala suerte.

A los cinco toros coloraditos de El Pilar y al negro que hacía sexto, les faltó algún punto de presencia para lo que es habitual en esta plaza, y la casta y la raza, como a los soldados el valor, se les suponía, pues no apareció por ningún lado. Así que Miguel Ángel Perera intentó en vano crear faena con el segundo entre la indiferencia del respetable y se entregó con el quinto, que soltaba gañafones en cuanto sentía la muleta cerca.

Cayetano no se complicó la vida con el tercero en una labor sin ajuste en la que se le vio demasiado desconfiado, y se lo recriminaron. Mostró una mejor disposición ante el sexto, pero los muletazos sueltos no consiguieron que su tarde remontara el vuelo.

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