Se reparten seis orejas en una corrida de Montalvo con un toro de vuelta al ruedo
Ginés, Ponce y Perera salen en volandas - Efe
ANDRÉS AMORÓS Salamanca
El resumen de la corrida está muy claro: por fin, se logra lo que la tarde anterior se rozó, salen a hombros los tres diestros y se da la vuelta al ruedo a un toro de Montalvo. Ponce y Perera cortan las dos orejas en el cuarto y el quinto; Ginés Marín, una, en cada uno de los suyos. Como dicen en la ópera de Verdi, «tutti contenti».
Este resultado es muy bueno para la Feria, anima a los aficionados. Otra cosa es que, sin pretender yo ser un aguafiestas, no comparta tanto entusiasmo. Con dos diestros tan consagrados y un joven tan prometedor, la causa de mis reparos es el tipo de toro que ahora se estila. Vamos por partes. Llegaba la corrida de Montalvo con fama de ser muy grande y muy armada. Así ha sido, nada que objetar a su presentación, todos han sido aplaudidos, de salida. Mis reparos vienen por otro lado: varios reses se han caído, se han parado, apenas han transmitido emoción. En Tauromaquia, no vale –no debe valer– el refrán del «caballo grande, ande o no ande». Prefiero yo un toro con menos kilos pero que se mueva, que tenga fuerza, que transmita emoción. La tablilla con el peso, que fue un útil remedio contra los fraudes de la posguerra, se ha convertido ya, muchas veces, en coartada para la falta de otras cualidades, mucho más importantes. ¿No sería mejor suprimirla?
El primer toro empuja en el caballo pero se deja allí toda la fuerza, queda muy cortito. El trasteo de Ponce, aseado, no puede lucir con una res parada por completo: igual que el toro de piedra, en el Puente Romano de Salamanca, con el que el malvado ciego estrella al infeliz Lázaro de Tormes. Decepción general.
El segundo se apaga rápido, es noble pero le falta fuerza y gas, se derrumba. Aunque Perera esté firme, no cabe la emoción con una mole tan parada y la gente se impacienta.
Fino estilo Ginés Marín lancea con gusto al tercero, apenas picado, que flaquea pero se mueve un poco más (no mucho). La res le permite mostrar su fino estilo sólo un poco, por su embestida mortecina. Mata bien: benévola oreja.
Lancea bien Ponce de salida al cuarto. ¿Aguantará? Brinda al público, dibuja suaves muletazos pero el toro flaquea, Enrique ejerce de sabio enfermero. En la estética faena, destacan dos preciosos cambios de mano. El toro tarda en caer, suenan dos avisos. A pesar de eso, piden y se conceden las dos orejas. Su maestría las merece; la escasa emoción del toro, no. Está claro su gran momento pero, para el triunfo grande, necesita más toro.
El quinto sale del caballo suelto y renqueando, se mueve con gran nobleza. Perera lo lleva cosido al engaño en series de mucho mando, hasta que el obediente toro amenaza con rajarse. Mata regular: dos orejas y vuelta al ruedo al toro. Su gran nobleza lo merecía; su falta de fuerza, no.
En el sexto, Ginés Marín, apoyado por el público, pone todo de su parte para cortar el trofeo que necesita: primero, con pinturería; cuando el toro se queda muy corto, con alardes de valor. Mata bien y consigue salir también a hombros.
Todos felices… menos yo, me temo. Sin un toro fuerte, bravo y encastado, todos los triunfos se quedan a medias.
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