Sobre el inmueble inaugurado en 1764 se daban varias circunstancias que obligaban a plantear soluciones definitivas. Por un lado, el nuevo reglamento de policía de espectáculos exigía grandes reformas y la reducción del aforo, y por otro, la competencia entre una pareja de novilleros -Herrerín y Ballesteros- hizo que la plaza se quedara pequeña ante la pasión que se vivía entre los aficionados. Por si fuera poco, en aquel 1914, saltó la noticia de que una empresa privada quería construir una nueva plaza en la capital aragonesa.
Según un minucioso estudio sobre la historia de la Misericordia en su primer siglo y medio de vida, llevado a cabo por Wifredo Rincón, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y Javier Martínez Molina, de la Universidad de Zaragoza, la Diputación tomó la delantera y convocó un concurso para la construcción de una plaza nueva. Se presentaron once ofertas, que se desestimaron por su alto coste o por la ubicación elegida. Hubo otro concurso para un nuevo coso sobre el mismo terreno que ocupaba la Misericordia, y cuatro proyectos que también se rechazaron. Al final, se encargó una profunda reforma que ampliara el aforo. Y ya en 1917, mientras los arquitectos Martínez de Ubago y Miguel Ángel Navarro pusieron en marcha la reforma, la Diputación recibió una propuesta privada para crear una gran cubierta de hierro y cristal que cerrara por completo la plaza.
Arquitectura del hierro
Según el citado estudio, la iniciativa partió de los hermanos García Rodríguez, uno de los cuales era ingeniero militar y había diseñado un prototipo de cubierta válido para cualquier plaza. Aquel proyecto adaptaba a la tipología taurina los logros desarrollados por la arquitectura del hierro en pabellones, estaciones, mercados o mataderos.Siempre según los autores Rincón y Martínez Molina, los hermanos García ofrecieron su prototipo a los propietarios de las principales plazas españolas, sin alcanzar acuerdos. Calculaba el coste de la cubierta, que estaba dotada de un curioso sistema de ventilación para evitar el efecto invernadero, en unas quinientas mil pesetas (3.000 euros actuales).
La Diputación rechazó la oferta por su elevado coste y porque consideró «no acertado cubrir la plaza, cuyas fiestas requieren horizonte despejados y luz solar».
Setenta años más tarde, a mediados de los ochenta, la Corporación cambió de criterio y la cubierta es desde 1988 una realidad.
Finalmente, la profunda reforma salió adelante y fue la que dio a la Misericordia su aspecto actual. Las obras se inauguraron en 1918 y, desgraciadamente, ni Florentino Ballesteros ni Jaime Herrerín pudieron verla. Los dos murieron antes de forma trágica en las plazas de Madrid y Cádiz.
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