«O mandas tú. O manda el toro». El eco de la voz sabia de Domingo Ortega aún resuena en el 110 aniversario de su nacimiento. De paleto de Borox a maestro de maestros, admirado por toreros e intelectuales.
«Los intelectuales rodearon a Domingo, que sabía escuchar, pero también era oído por sus sentencias de lugareño autodidacta. Domingo Dominguín hijo solía decir con cierta ironía que Ortega (Domingo) era el filósofo y Ortega (don José) el torero de la vida y el pensamiento», escribió Vicente Zabala en la muerte del maestro, en mayo de 1988. Recordaba también su última visita dos meses antes a la Casa de ABC, en una cena en honor de los hijos de Litri y Camino, a los que habló así: «No olvidéis, muchachos, que el toreo es sacrificio, lucha y ambición, pero no dejéis nunca de ser humildes y sencillos, porque el tiempo perdona menos que los toros...»
¿Cómo era Ortega? Un paisano de su pueblo toledano lo definió así cuando su tierra se vestía de luto: «Decirte aquí, deprisa y corriendo, cómo era, es pedirme un imposible. ¿Ves estas tierras ásperas, fuertes, extremadas en todo, donde cuando hace frío se cuela hasta los huesos y cuando hace calor se derriten los pájaros? Pues de tales tierras, tales hombres», dijo un joven a Fernando Chueca Goitia, según se recoge en una Tribuna Abierta de ABC en la primavera del 88. Reflexionaba el autor sobre si era mayor el calibre del torero o el del hombre: «La raza nuestra, en medio de sus miserias, flaquezas y mezquindades, se salva por hombres así».
«La tierra no es redonda»
Nacido en 1908 y con alternativa de 1931 en Barcelona, fue uno de los personajes más populares de la época. Tan grandes eran su vocación y su afición que olvidaba los riesgos de la tauromaquia. «Le oí afirmar varias veces que un verdadero torero no tenía miedo. Cuando lo aparentaba era desconocimiento del toro y de lo que había que hacer con él. Preocupación, sí. Todo buen torero siente la preocupación por cómo saldrán los toros y la posibilidad de lucimiento que pueda ofrecer.Domingo Ortega la manifestaba hablando de temas muy ajenos a lo taurino. Por ejemplo, le gustaba asegurar que la tierra no era redonda y mantenía tiesa su opinión durante todas las horas que duraba el viaje», escribió Antonio Díaz-Cañabate, amigo del matador.
Domingo Ortega tenía metido el toreo en la cabeza y en el corazón. En el otoño de su vida, aún daba gusto verle ensayar muletazos de salón. A los cánones de parar, templar y mandar, añadió el de cargar la suerte y esa manera de andarle a los toros, con su particular definición. «Sin cargar la suerte, el toro entra y sale por donde quiere; y no, ha de ser por donde quiera el torero», sentenció. Sobre este concepto hablamos a continuación. Pasen y lean...
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