Tremenda y decepcionante corrida de Las Ramblas en la séptima de San Isidro
David Mora dando un derechazo ayer en Las Ventas
Patricia Navarro. Madrid.
Pereza total. Atolondrado. “Opaco” protagonizó la
historia desde entonces del toro no bravo. El no bravo que huyó de
capotes y personas y buscó la salida por toriles. No consintió ni un
solo lance, ni un relance, ni un atisbo de algo que se le pareciera. Le
pidió David Mora el cambio de tercio ante esta situación y el presidente
optó por atajar el problema a las bravas, las carencias del toro, y más
que cambiar el tercio cambió al animal al completo. Se armó una buena.
Reglamentariamente dejaba vacíos. Salió el sobrero de José Cruz y
estaban los ánimos revueltos, eso sí, más despejados de lo que habían
estado toda la tarde. Fue toro bueno, noble y repetidor, pero la cosa no
fue. Sí en los comienzos, relajado Mora y bonito el toreo. Después se
diluyeron uno y otro y la faena acabó por atascarse.
643
kilos tuvo el quinto. Una barbaridad y una exageración. A todas luces. O
sin ellas. Salió el toro. Bueno se asomó más bien como una amenaza de
la mansedumbre anterior. Pero esta vez el banderillero se hizo con la
situación y salió a escena después Juan del Álamo. Nobleza y sosería el
toro. Extensión una faena que no acabó de levantar el vuelo. Nobleza y
repetición había tenido el segundo, que acudió al engaño con más inercia
que entrega y escasa humillación, pero se dejaba hacer. En esa misma
dinámica de no apretarse en el engaño diseñó Juan del Álamo la faena,
correcta pero punto por fuera. Cumplidora pero sin grandes aspiraciones.
Antes,
en el tercero, hubo un intento, como en mitad de la nada, de querer
despejar la tarde, aclarar las ideas, renovar las ilusiones, enmendar la
séptima de abono, rescatarnos del aburrimiento que, poco a poco, iba
anidando en los tendidos. Poro a poro. Sin fisuras. El intento, hablamos
en singular hasta entonces, acaeció en el tercero, en el saludo de
capa, cuando a la mitad, quiso José Garrido torearlo a la verónica pero
de rodillas. Intento frustrado. Se valora. Todo. Y más cuando no se
tiene nada. Iba y venía el toro con cierta largura y ninguna apetencia.
Así la faena de Garrido se convirtió en los siguientes intentos que, en
verdad, no nos llevaron a ninguna parte. El sexto soltaba la cara, el
cabezón, y llenó la faena de amargura ante la imposibilidad de
lucimiento.
Entre silencios había
transcurrido la faena de David Mora al primero de la tarde. Se movió el
toro, sin humillar, con sus complicaciones, y más agradecido cuando el
toro se sentía sometido y rompía la embestida hacia delante. La faena de
David no rompió la frialdad que imperaba en el ruedo venteño.
Y nos
esperaba más. Y nos esperaba todo. Una tarde de gigantones, y frío, para
el olvido.
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