Gran tarde de toros del extremeño que perdió la Puerta Grande y de Manzanares y Ferrera, que cortaron tres orejas a una buena corrida de Cuvillo en Las Ventas.
Alejandro Talavante dando un pase mirando al tendido, ayer, en su primer
toro durante la novena de la Feria de San Isidro. Foto: Rubén Mondelo.
Patricia Navarro.
Se lidiaron toros de la ganadería de Núñez
del Cuvillo, bien presentados. 1º, noble y con ritmo; 2º, cambiante y a
menos; 3º, movilidad, repetición y humillación, pero derrotón; 4º, al
paso y justo de poder; 5º, repetidor y con movilidad; 6º, bueno pero de
poca duración.Lleno de «No hay billetes».
Antonio Ferrera, de berenjena y oro, estocada (oreja); metisaca, aviso (silencio).
José María Manzanares, de azul y oro, estocada (silencio); estocada (oreja).
Alejandro Talavante, de blanco y oro, estocada (oreja); dos pinchazos, estocada (saludos).
Y
a la novena llegaron las figuras, con su llenazo a cuestas. Cambió
Madrid, que ya en San Isidro festejó al patrón con honores como debe
ser, a pesar de que Carmena se empeñe en cantar las virtudes anodinas e
irreales de los animalitos y ocultar una tradición de siglos enraizada
en nuestra cultura. Quiera o no. Le guste o no. Pero una cosa es lo que
debería como cargo público que ejerce y otra es la puñetera realidad. Y
la puñetera realidad es que Carmena ha ocultado la Feria de San Isidro,
sus más de treinta días de toros, por donde desfilaron el año pasado
cerca del millón de espectadores, en el propio programa de fiestas de la
ciudad. Pero no debe interesar, porque las cosas o se ajustan a los
intereses privados o no existen, a pesar de que los cargos, y sueldos,
sean públicos. Llegaron las figuras pues y el toreo. Y las emociones a
borbotones, porque las figuras acabaron por deslumbrar en una gran tarde
y con una buena corrida de Cuvillo. A hombros se tuvo que ir Talavante
de Madrid. A hombros de su plaza. Algo de aquí le pertenece al extremeño
desde que era novillero. Son cosas de piel, que sólo se comprenden
cuando se presencian, cuando ocurre, cuando transitas por emociones que
te son ajenas sin serlas y sabes que en verdad no te pertenecen. Algo de
eso tiene el toreo. Un calambrazo al unísono fue el tercer muletazo de
Talavante al tercer toro de la tarde. Todo al tres.
Andaba el torero
genuflexo haciendo al toro, sabiéndose uno y otro colaboradores,
cómplices de lo que estaba por llegar y fue ahí cuando el diestro se
encaró al tendido, una mirada tan fugitiva como desafiante que encendió
una llama que no se volvió a apagar. Madrid fue el rugido del rey de la
selva en mitad de la noche africana. Ese sonido es indescriptible. O te
atrapa. O estás fuera. No hay más diálogo que no suponga una pérdida de
tiempo. Y se es libre en ese momento para huir de la rutina, de los
problemas y abandonarse. Ahí abajo y por aquí arriba lo que nos dejen.
Se templó Alejandro y ajustó a la velocidad del toro, un toro que
repitió el viaje y humilló en el engaño, aunque afeaba el final con un
derrote. Fue delicioso el trasteo, personal, templado y ligado. Y la
estocada que ponía fin a un gran momento y vuelta al trofeo. No hubo
compás de espera en el sexto y se puso a gozarlo desde el principio. Por
la diestra, relajado, con los vuelos cosidos a la embestida del toro y
viajando a la cadera en busca de un final. Fue toro noble de escasa
duración y según se le iba acabando la gasolina resolvió Talavante con
los recursos para mantener la faena en pie. Ahí había mantenido la
tarde. Una de las grandes. La espada no entró y se cerró la Puerta
Grande por la que Madrid debía haber despedido al torero extremeño.
Otra
oreja cortó Manzanares del quinto. Trabajado. Tuvo movilidad y
repetición el toro con sus desafíos. En los tiempos encontró Josemari
los resortes necesarios para hacer el toreo. Majestuoso, como su
concepto. Y en esa espada que es oro puro. Qué manera de hacer la
suerte. Y solventar. Poco había durado el segundo que, cuando logró
reunirse con él en una bella tanda al natural, pareció renunciar a la
entrega y se echó.
Ferrera puso la
primera piedra del camino al pasear un trofeo del primero. Medido.
Torero.
Armonioso. Vertical y bello para hacer florecer la franqueza del
toro y gobernarla con torería hasta que se agotó. Se fue largo con un
cuarto, noble pero al paso, y el público acabó por impacientarse. Se
llevaron una buena tarde de toros. Ya fuera por acabar con los refranes
pesimista o en un canto, oculto claro, a Carmena.
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