Este domingo, el genio de la Puebla rescató del olvido el galleo del bú; un quite sólo antes realizado por Paquiro, Paco Frascuelo y Joselito 'El Gallo', que lo hizo suyo
Las redes sociales ardían como el Windsor cada vez que la estampa añeja de Morante emergía, con sus barrocos zahones, de entre las telas de un capote que volaba grácil en el galleo del bú. El eterno estudioso de la figura de Joselito llevaba meses ejecutando el abandonado quite del Gallo en festivales y tentaderos. Como ideando en clandestinidad la resurrección del lance. "Ojalá lo hiciera vestido de luces", bramaban los Mentideros de Twitter. Sólo Paquiro, Paco Frascuelo y el inolvidado Rey de los Toreros, por ese orden, lo habían hecho hasta entonces. Este domingo, en León, Morante dio redención a la vieja suerte.
El galleo del fantasma salió de sus muñecas en el toro quinto como una auténtica aparición. Después vendría una antología morantista sobre la lidia total. Abandonó en volandas el coso castellano. Con la montera calada coronando sus patillas dieciochescas. Que guardaban, como centinelas, la sonrisa pícara del genio y el viaje a centurias pasadas que su solo rostro regala.
El retrato de Morante es premonitorio de su toreo. Nutrido en la búsqueda constante del clasicismo y el estudio infatigable de la Tauromaquia de José Gómez Ortega. De la que ya es redentor. La obsesión gallista le viene de lejos. La erupción definitiva llegó tras la subasta del despacho de Joselito en mayo del 2015. El cigarrero fue el mejor postor en aquella empresa, como lo es en eso de ahondar en el legado de otros siglos. Y, desde entonces, fragua sus torerías sentado frente a la solera del viejo escritorio de El Gallo.
Un año después, Morante volvía a Sevilla, tras dos temporadas de ausencia, por Domingo de Resurrección -quería devolverle a la fecha el lustre perdido-. Aquella tarde, rescató otra joya del costumbrismo gallista: caminó desde el hotel hasta la capilla del Baratillo, ya de luces y con la cuadrilla al completo, para encomendarse al Cristo del que tan devoto fue José. "Jesucristo fue el mejor torero", dijo Morante, heredero de aquel fervor, cuando donó a la Hermandad el vestido de torear que lució en la única de la cita, de las cinco que mantuvo con Sevilla aquel abril, en la que le acompañó la suerte.
El día 15, tras cortar cortar dos orejas a un toro de Cuvillo, la afición hispalense lo llevó en volandas hasta el hotel. El fervor a los pies del torero, y la majestuosidad de la procesión, también recordaban a las salidas a hombros, tan augustas, de los años del blanco y negro. A los que Morante se remonta, tarde tras tarde, y entre otras perlas, por largas gallistas a una mano.
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