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sábado, 14 de julio de 2018

Rápido y limpio: no es sexo

Los sanfermines están degenerando en una carrera aséptica para hipsters y atletas

FOTO: Un ejemplar de Jandilla se desentiende del corredor en el encierro del viernes, 13 de julio. / VÍDEO: Último encierro.
Pamplona
Incorporaba el encierro de esta mañana un punto de emoción porque una gotas de lluvia habían mojado el pavimento. No hasta el extremo de predisponer los patinazos, pero sí lo suficiente para inquietar a los corredores; protagonistas estos días de unos encierros “limpios y rápidos”, como si la arcaica fiesta de la fertilidad hubiera degenerado en una cursi competición aséptica.

Parecen los sanfermines contemporáneos una convocatoria para hipsters y para atletas. Hasta los cabestros que lideran la manada han sido seleccionados por su juventud y rendimiento físico. Tan ágiles son los bueyes que ni siquiera pueden sobresalir las fieras del redil imaginario. Los toros transitan disciplinados, acostumbrados como están -no sucedía antes- a correr reunidos en la dehesa porque también hacen gimnasia colectiva en el rito de la posmodernidad.

La limpieza y la rapidez, antídotos del buen sexo, sobrentienden un exceso de decoro en una fiesta de idiosincrasia hiperbólica y dionisiaca. Tanto se ha esmerado la estilización de la carrera que los sanfermines del pavor plebiscitario arriesgan a convertirse en una competición atlética y selectiva. Las autoridades revisan el calzado de los mozos y de las mozas. Embadurnan las calles de antideslizante. Excluyen a los corredores fondones. Y a los borrachos se los aleja del itinerario.
Esta última medida se antoja comprensible, como es comprensible evitar la masificación, pero los encierros de esta semana parecen una voladura controlada. Y se resienten de un escrúpulo regulador y normativo. La policía Foral de Navarra parece incluso la policía moral de Navarra, aprehendiendo chapas machistas y neutralizando los comportamientos soeces. Terminarán generalizándose los tests de alcoholemia a los atletas. Se los pesará y medirá. Y será sustituido e busto de Hemingway por el de Paulo Coelho. Del verano sangriento al estío vegano.

No, no se trata de reclamar la eucaristía de un turista australiano ni exigir al personal un desmesurado tributo de sangre, pero sí de significar la contradicción conceptual de unos sanfermines edulcorados, incruentos y demasiado precavidos. Me lo decía un amigo que no come, de costumbre, niños por la mañana: “El año que viene se va a levantar a verlos su madre”.

El despecho del colega refleja el desconcierto de los telespectadores. Elena Sánchez y Javier Solano nos cuentan los encierros con pasión y criterio, pero la purificación de una sociedad que abjura de los excesos y de los instintos -nadie habla aquí de vulnerar el código penal ni el civil, pero sí de vulnerar el código moral- perjudica la expectativa del peligro. Rápido y limpio. El encierro se celebra con preservativo. Se despoja del morbo. Nadie desea la muerte de un corredor. Pero no habría espectadores de Fórmula 1 si los coches estuvieran protegidos. Correr delante del toro implica asumir que puede cornearte. Y sentarse a observar el accidente por la televisión, u observarlo desde las talanqueras nos confronta a la atracción atávica del peligro ajeno.

El alcalde de Pamplona quería suprimir las corridas, antesala de los encierros sin encierros. Una fiesta de la simulación. Un concepción anorgásmica del orgasmo. Una fiesta ordenada, aseada y deportiva.

Tan deportiva que la obsesión de los periodistas desplazados a la cobertura estriba en significar el tiempo del recorrido. Como si los toros fueran un relevo jamaicano. Y como si el requisito de la rapidez nos garantizara el objetivo de la limpieza

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