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miércoles, 19 de septiembre de 2018

«¡Juan José Padilla, presidente!»



Corta una oreja en su despedida de Logroño y Ginés Marín pincha la faena más redonda al zalduendo de más casta

Juan José Padilla da la vuelta al ruedo con las banderas pirata y española
Juan José Padilla da la vuelta al ruedo con las banderas pirata y española - BMF TOROS / ANDRÉ VIARD

Rosario Pérez@CharoABCToros

El «¡torero, torero!» que coreaban las peñas desencadenó en un grito de «¡Padilla, presidente!». Las banderas piratas ondeaban y el Ciclón de Jerez se encaminó a los medios con la escultura que acababa de regalarle la casa Chopera. Primero, los brazos al cielo; luego, al corazón. Juan José Padilla está recogiendo de cada escenario un auténtico baño de cariño. Y nunca mejor dicho lo de «baño», ese espacio plagado de literatura universal y variopinta. En el coso logroñés, en el de las chicas, tres palabras en mayúsculas: «Padilla, el mejor».

El gaditano correspondió con máxima disposición desde la larga cambiada, enlazada a delantales. Tras un tercio de varas en el que zurraron al de Zalduendo, cuajó un gran tercio de banderillas, con un segundo par asomándose al balcón y un violinazo que fascinó. Brindó al público y se plantó de rodillas de modo vibrante. La mecha, prendida desde antes del paseíllo, ya se había convertido en llama. El toro se desplazaba rebrincado pero con nobleza. Tesonero y algo acelerado, cosió derechazos sin apreturas. Se centró en ese lado hasta acabar con muletazos rodilla en tierra y un entusiasta abaniqueo. Aquel barullo se tornó en silencio sepulcral cuando agarró la espada, caída y defectuosa. Necesitó de dos golpes de verduguillo y, pese a la petición, el usía se reservó el pañuelo para otra ocasión. Mientras daba la vuelta al ruedo con la bandera pirata y la española, un riojano exclamó: «¡Juan José Padilla, presidente!». Y, claro, las conversaciones derivaron en la tesis de Pedro Sánchez... «Padilla es único, no plagia», sentenció un partidario de roncos «oooles». Defensores y críticos ensalzaban los méritos y valores del torero con parche en el ojo y pañuelo bucanero.
Del «Pedro, váyase» al «Padilla, quédate». Así, entrecomillado y con tratamientos de «usted» y «tú», para ser rigurosa con lo escuchado en el tendido
El listón segundo, de casi 600 kilos y con una pelota de béisbol en el morrillo, andaba justo de fortaleza, pero sirvió en las experimentadas manos de Antonio Ferrera. Afianzó derechazos con técnica y profesionalidad, a veces citando demasiado a la pala. El espadazo tiró patas arriba al rival.
El tercero permaneció largo rato bajo el peto después de un puyazo contrario. Tardo y asperete, Ginés Marín robó muletazos estimables dentro de un conjunto desigual. Gustó el broche por manoletinas y dos sentidos pases de pecho, pero falló con el acero.

Genuflexo recibió Padilla al cuarto, al que fue ganando terreno hasta los medios. Quitó por chicuelinas y prefirió no banderillear a un animal que se lo pensaba... Correspondió al homenaje de los Chopera con un brindis, pero aquello comenzó con un desarme. Por alto, a derechas, iba y venía, pero por el izquierdo se le venció en el remate. «Bromista» se llamaba su último toro en La Ribera, aunque la cosa no estaba para bromas. Se basó en la mano de escribir y desgranó pasajes con el oficio de los años. Arrancó la música y se adornó con molinetes para seguir con entrega. Se atrevió también con unos zurdazos mirando al tendido y epilogó con manoletinas, rodillazos y jaraneros desplantes.

Padilla, en estado puro. Aunque la estocada no fue perfecta, se tiró a matar de verdad, con todas las de la ley. Cortó una oreja, con petición de otra, y recorrió el anillo envuelto en banderas negras con calaveras blancas. Nuevo tesoro para el Pirata en medio de cánticos de «Padilla, quédate...»

Faltaba lo mejor

Los vecinos de aquellos que le habían proclamado «presidente» se marcharon nada más salir el renqueante «Virtuoso». Más allá de algunos pases con sabor de Ferrera, apenas se perdieron nada, pues el animal blandeó mucho. «Dicen que no hay quinto malo, pero este ha sido de morirse», resumió el anestesista de mi fila.

Los «¡vivas!» a España no faltaron en el sexto, que Ginés (fenomenal con el capote) tuvo el gesto de brindar a Padilla. Emoción en los inicios -de hinojos y erguido- en una faena en la que se creció el joven torero. Algo mironcete de primeras, este estupendo «Botarate» obedecía a los toques de Marín.

Midió distancias y tiempos con inteligencia para lograr tandas de mucho calado. Encandiló el redondo inverso, una historia interminable. Con bastantes metros de por medio, le citó por bernadinas de enorme ajuste, unidas a un molinete y un pectoral que pusieron a la afición en pie. Tenía el triunfo a milímetros, pero la espada se lo llevó. Como hasta el rabo todo es toro, los que se fueron se quedaron sin ver el capítulo más redondo con el zalduendo de mayor casta. Ginés fue despedido con una sonora ovación. Como el Ciclón, al que minutos antes algunos habían proclamado «presidente». Del «Pedro, váyase» al «Padilla, quédate». Así, entrecomillado y con tratamientos de «usted» y «tú», para ser rigurosa con lo escuchado en el tendido. Como ya advirtió un sabio, las plazas siguen siendo un reflejo de la situación en España.

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