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domingo, 2 de septiembre de 2018
Toreros de oro con toros de hojalata en «Sanse»
Sin noticias de la casta en la «Pamplona Chica». Ni un minúsculo rumor de la bravura. Menuda corridita envió Victoriano del Río, deslucidísima de principio a fin. Su blandura no era otra cosa que una evidente ausencia de notas encastadas. Hasta el santo público de San Sebastián de los Reyes se mosqueó, con variopintos piropos hacia una ganadería puntera, que ayer no tuvo su mejor tarde. «¡Esta corrida está podrida!», gritaron. Alguno, con guasa, se acordó de aquello de «la bravura excesiva» en Bilbao... Ayer, directamente, no la hubo. Vale que se cortaron seis orejas, pero fue por la entrega de la terna y el predispuesto público, deseoso de regalar trofeos, demasiado benévolos.
La gota que colmó el vaso fue el tercero. Se hizo un silencio de expectación cuando tomó el capote Roca Rey. Sensacional el saludo, como el galleo para colocarlo en el caballo, puro simulacro... No pudo redondear un quite con atisbos de grandeza ante tan distraído animal. La majestuosidad del peruano creció en unos estatuarios sin enmendarse, un farol invertido y el de pecho. Pero aquello duró un suspiro, pues el animal se desplomó en la primera ronda. La Fiesta brava, por los suelos. Y Roca, que llegaba a «Sanse» a comerse el mundo, apenas pudo probar bocado. Aun así, lo cazó rápido y le pidieron una oreja, no concedida. En un gesto que le honra, prefirió no salir a saludar.
Quiso resarcirse en el quinto, al que dio la bienvenida con una larga cambiada para seguir con un variado recital capotero. Tras el brindis, prologó con vibrantes pendulares, pero enseguida cantó la gallina el rajado toro. El Jaguar de Lima lo condujo sobre la derecha, con mando y ligazón. Un toreo de riquezas frente a un animal tan pobre. Protestaba una barbaridad este «Pocosol», pero no le importó a un asentado Roca, que echó las dos rodillas por tierra con tremenda ambición. La plaza, cubierta en casi sus tres cuartas partes, enloqueció entonces. Las bernadinas, como las luquinas del broche, incendiaron el coso. El ambiente es superior cuando entra en escena Roca, al que ni el acero privó del doble galardón.
Pareció salir con más brío el segundo, aunque a la mínima clavaba sus cornicortos pitones en la arena. Manzanares le dio aire y logró hilvanar una elegante tanda zurda. Se centró luego en la mano de escribir y dejó detalles frente a un bastote animal que no paraba de calamochear. Mató con su habitual facilidad y se ganó una oreja. Faena de técnica perfecta al cuarto, que también quiso echar la persiana en banderillas, aunque pareció mejor en las manos del artista de Alicante. Aplicó la medicina adecuada y lo sostuvo en series que gustaron. Se acompasaron la media altura y el temple, para apretarlo algo más cuando era oportuno. Paseó dos orejas tras una buena faena, coronada con un espadazo recibiendo.
Álvaro García saludó una ovación de gala nada más acabar el paseíllo. Era la inyección de ánimo de sus paisanos, felices de tener un nuevo matador. Con lucidos lances recibió al de la ceremonia, un torito muy a modo. Despaciosas las chicuelinas del quite ante un flojo «Casero». Un largo brindis fue la antesala de una labor en la que tuvo que cuidar al enemigo para sostenerlo. Poco a poco, afianzó naturales ilusionantes y acabó entre los pitones, con un desplante a cuerpo limpio. Soñaba con irse a hombros con sus compañeros y derrochó ganas en el sexto, que se movió. El acero le privó de la puerta grande. Sí la cruzaron Manzanares y Roca, dos figuras de oro con material de hojalata.
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