Ni se sabe ni, probablemente, se conocerá nunca la verdadera razón de su retirada
Ojalá que el culpable de la sorpresiva retirada "por tiempo indefinido" de Alejandro Talavante no sea el famoso Matilla. Sería una constatación más de que el toreo está en sus manos y ostenta el poder suficiente para poner y quitar peones a su gusto.
O sí.
Quién sabe si sería mejor que así fuera, porque se sabría con certeza quién es el enemigo y dónde está el mal.
Pero no se sabrá nunca. Los motivos por los que Talavante ha decidido apartarse de los ruedos pertenecen ya al sancta sanctorum de los misterios de una fiesta presidida por el secretismo más absoluto desde su más tierna infancia.
Talavante es un torero grande, diferente y hondamente irregular
No es la transparencia la condición que define a la tauromaquia. Si, además, el asunto de Talavante entra en el terreno de lo privado, miel sobre hojuelas.
Por eso, a falta de noticia cierta queda solo la especulación.
¿Habrá sido Matilla el que ha conseguido hartar a Talavante hasta el punto de colgar el traje de luces, cansado de una implacable persecución? ¿O ha sido decisión personal del torero, atribulado por las oscuridades del alma de quien se juega la vida y no acaba de ver la luz del triunfo? Vaya usted a saber.
Un aficionado piensa que la marcha de Talavante es una cornada gorda para la afición, y otro se extraña del revuelo (“parece que se va Dios cuando hay un manojo de toreros interesantes en activo”). “Pero que lo echen es imperdonable”, replica otro. “Hay que poner coto a Matilla”, “estoy aturdido y desconcertado por su marcha”, “es la única figura que interesaba de verdad”, “¿cuándo anuncian su retirada Matilla, Simón Casas, Chopera o Ramón Valencia?”, “Morante, Perera y Manzanares están desgastados; El Juli, amortizado, y Talavante, retirado. O los jóvenes arrean o las taquillas lo pasarán mal”. Y el último en llegar apostilla: “Si Talavante corta cuatro orejas en la Feria de Otoño, no se retira”.
La discusión continúa y brotan más opiniones diversas y para todos los gustos, prueba evidente de que el torero interesa.
Se le echará de menos, pero no más. (Y que vuelva pronto)
Ha sido hasta ahora un torero diferente, esperado siempre con expectación, pero hondamente irregular. Llegó con ínfulas de rompedor, pero no ha roto nada. No ha conseguido erigirse en el líder de una generación, aunque lo ha intentado, sin éxito hasta el momento. Se ha encerrado dos veces con seis toros en Las Ventas (en 2009, con toros de Núñez del Cuvillo, y en 2013 con seis ejemplares de Victorino Martín) y se apuntó por partida doble al bombo de la reciente Feria de Otoño, pero sus valientes apuestas no conocieron el éxito pretendido.
Ha sido, no obstante, el triunfador de San Isidro de este año, ciclo en el que salió por quinta vez a hombros por la puerta grande de la plaza. Y lleva a sus espaldas muchas faenas de inspiración, muchos naturales que pertenecen a la galaxia de lo sobrenatural y muchos destellos de estética sublime.
Por otra parte, Talavante es un torero que ha nadado a mar abierto, pero ha sabido, también, guardar la ropa. Ha ido de independiente el tiempo justo que necesitó para comprender que guarecido entre los grandes (el llamado ‘sistema’) hacía menos frío y se movía con mayor comodidad. Hasta que llegó el enfado con Matilla (lo del enfado es una suposición porque ya se sabe que en el mundo del toro nunca se sabe nada, y el que sabe algo no lo dice ni lo publica por miedo o amistad), y se encontró a la deriva y empujado hacia mar adentro por fuertes corrientes traicioneras.
Pero, además, Talavante es un personaje raro. Él mismo se definía así en una entrevista hace un par de años. Y admitía ser miedoso, de hábitos desordenados, practicante de yoga, admirador de José Tomás, lector de Proust… ¿Se reconoce un desequilibrado?, le pregunta la periodista, y él responde: “Más o menos, sí”.
Pero la pregunta sigue ahí: ¿el adiós de Talavante ha sido producto de una rareza del personaje o una expulsión a patadas? ¿Su marcha es una cornada gorda para la fiesta o un acicate para los llamados emergentes?
‘Cualquiera sabe’ es la respuesta al primer interrogante. A lo peor, ni él mismo.
Y sobre el segundo: a Talavante se le echará de menos, pero no más. (Y que vuelva pronto). Es una pena que otros compañeros se empeñen en continuar cuando tiempo ha que no dicen nada, y un estímulo para otros muchos que tienen aún toda la vida taurina por delante.
Por cierto, ¿qué tendrá Matilla, al que todos visten de limpio en la barra del bar y ejerce un poder de abducción sobre la mayoría de los toreros? Morante -qué artista tan insólito y contradictorio- ha sido el último en protegerse bajo sus faldas.
Conclusión: entre el que se va y debiera quedarse, los que se quedan y están ya amortizados y el que se acomoda aún más, el toreo de hoy queda en las buenas manos de Diego Urdiales, Emilio de Justo, Pepe Moral, Pablo Aguado, Octavio Chacón, Fortes, Álvaro Lorenzo, Ginés Marín, Román, Escribano, Javier Cortés y otros que ahora no vienen a la memoria. Y un grande, grande, Paco Ureña, al que todos esperan con los brazos abiertos y en quien hay depositada toda la esperanza.
En fin, lo que dijo uno: “Hombre, que no se ha ido Dios…”. Pues eso.
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