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martes, 21 de mayo de 2019

Caballero taladrado: 25 centímetros de cornada

El torero madrileño sufre una extensa herida en el muslo izquierdo que causa graves destrozos musculares; Del Álamo da la única vuelta al ruedo con una dura corrida de El Pilar


Gonzalo Caballero cogido al entrar a matar al tercer toro ANTONIO HEREDIA

ZABALA DE LA SERNA 

Esperaban las escopetas cargadas al presidente Gonzalo de Villa. Que le puso a Perera en la vitrina su sexta Puerta Grande como matador. No olvidan tampoco los duros del «7» la vuelta al ruedo de coña a un toros de broma de Saltillo en 2018. Y lo quieren fuera del palco. Contra sus pancartas, mandó Villa a la madera. Cuando afloraron pañuelos en honor de Juan del Álamo, sus bracitos se alejaron de las tentaciones. Como no cuajó la petición, la vuelta al ruedo fue premio de ley para Del Álamo..

Que se dolía aún de un violentísimo y seco volteretón. El toraco de El Pliar lo lanzó a la estratosfera en giro coperniquiano. El pitón izquierdo fue un misil directo al cuerpo. La caída contra el ruedo retumbó. Y allí abajo, en los infiernos, los cuernos le escanearon cabeza y cuello. Uffff. Escapó por milímetros. Volvió a ponerse sobre la más asequible mano derecha: el bruto arreaba con los pechos.

 Recto, fuerte y por las nubes. Hubo un momento, quizá en la tercera serie, antes del talegazo, en que pareció que lo tuvo en la muleta. Vibraba el suelo. Como cuando pasa el tren. Una emotividad cierta se desprendía de aquello Su esfuerzo cobró mayores ecos en la estocada. En el último arreón de la bestia, en el estertor de la muerte. Juan sin miedo volvió a escapar, cojitranco y maltrecho.

También irradió dureza el corpulento Medicillo. Que no entraba aún en la zona más descarada de la corrida, casi enteramente cinqueña, de Moisés Fraile. Ya se cruzaba por dentro con el capote. Y en esas se llevó puesto a José Garrido. Un pitonazo le marcó la barbilla como para hacerle el hoyuelo de Kirk Douglas. El toro siguió embistiendo por dentro en la muleta, andarín hacia el torero en los primeros muletazos de cada tanda. Incómodo y sin celo, cada vez con menor empleo y más distraído. Garrido quiso por las dos manos con tesón y sin fortuna.

De milagro en milagro viajaba la tarde. Hasta que los milagros cesaron y el armadísimo tercero le metió el pitón entero a Gonzalo Caballero. Que se tiró contra la artillería espada en ristre, concediéndole al toro pocas opciones. Como sería la suerte de kamikaze, que la cornada se produjo en el exterior del muslo de la pierna de salida. Caballero quedó inmóvil sobre la arena. Hasta entonces no sólo habían sucedido los milagros de sus compañeros. Pues que embistiese bien Medicino, después de aquella lidia nefasta, también es atribuible a la divina providencia. GC aprovechó su descolgada, noble y generosa condición -especialmente por el derecho- en rondas cortas espaciadas con tiempos largos. Hasta que al toro le costó más al natural. Su técnica limitada tampoco ayuda. En dos circulares completos se lo sacó por delante como en los coreados pases de pecho.

Después, ya no hubo manto protector. Y el derrote arriba taladró a Gonzalo Caballero. Que casi cuenta sus tardes por las cicatrices de su cuerpo.

La tarde de El Pilar, marcada como valle antes de la cima de Roca Rey, se hacía más dura según transcurría. La movilidad se escondía dentro del grandísimo cuarto. Y esa movilidad camuflaba todo lo demás. Juan del Álamo le cogió bien distancia, velocidad y altura. Que era la suya sin terminar de humillar. Lo tapó y enredó con lúcido entendimiento. Su notable hacer no contó desgraciadamente con la rúbrica de la espada. Feamente enterrada. A Garrido también se le atragantó el acero. Pero, sobre todo, la correa, el hilo, los frenazos sobre las manos, los recados por las corvas, el malaje del astifinísimo del quinto. Todavía el sexto lo superó por volumen y testa. La cosa es que en los capotes se dejó como ninguno. Del Álamo voló sus verónicas sobrias. Después, el zamacuco no se salía de la muleta. Como la tarde. Que nunca dejó salió de su dureza inicial.

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