La plaza de Las Ventas vibra con el tercio al quinto toro de La Quinta en la primera corrida de San Isidro
Juan Francisco Peña, en un puyazo al quinto de La Quinta - Paloma Aguilar
Rosario Pérez
«Malastardes». Con perdón. Así se llamaba el primer toro que abrió la Feria de San Isidro, un negro entrepelado y bragado que se dio media vuelta cuando asomó por chiqueros. Era el número 1 de los más de 200 que saltarán al ruedo de Las Ventas. Treinta y cuatro días consecutivos de toros en el Mundial del Toreo. Con «VAR», pero sin Carvallos ni Clos, ni más tecnología que la de las pasiones que mueven los tendidos. «El espíritu humano debe prevalecer sobre los avances informáticos», me dijo un tipo que debe de leer a Einstein y que parecía salido de la NASA, con una especie de mono de plata, cuando me vio abrir el ordenador.
Y no le faltaba razón. Bendita sea la emoción. Esa que mueve a las plazas, esa que puso en pie a Madrid en el tercio de varas. En el Sol y en la Sombra. «Fogoso», número 65, un cárdeno de 575 kilos, metió La Quinta y derribó con estrépito al picador. Pero Juan Francisco Peña subió de nuevo al caballo y se marcó un segundo señor puyazo tras arrancarse con alegría. Se avivó entonces la llama apasionada en el «7», con las palmas rotas. Y Javier Cortés, generoso en el lucimiento, lo volvió a colocar en el mismo platillo. Escarbaba el santacoloma y reculaba, hasta emprender el camino hacia el piquero que guardaba puerta. Lo evitó con maestría el subalterno y otra vez lo situaron para una tercera, aunque «Fogoso» dijo que nones, que ya no quería jaco. Hasta que en la distancia corta se arrancó en un medido puyazo. Atronadora la ovación desde la andanada hasta la barrera. A Madrid (un sector) no hay nada que le enamore más que una buena vara.
A Madrid, a Cuba y Sudáfrica. Y a los aficionados debutantes. A Sergio López del Rey, un médico cubano de 49 años que vive en arenas sudafricanas, se le iluminaron los ojos. «Esto es lo que más me ha gustado, qué emocionante». Hay un idioma en la Fiesta que no entiende de fronteras y el de la suerte de varas es uno de ellos. Sergio escuchaba con atención las sabias lecciones de un pariente suyo, José Luis, que le explicó cómo ver una corrida desde el tendido bajo del «2». «Soy cazador de antílopes para el consumo y quería comparar la caza con el toreo. Y no tienen nada que ver ni el valor ni el miedo: con el rifle yo tengo todas las ventajas, pero un torero con la muleta le da todas al toro, aquí un animal te puede matar. Qué valientes son», comentó el doctor cubano, mientras mostraba en el móvil las distancias cortas que se marca con los leones blancos. Eso sí, con red eléctrica de por medio.
Ayer la Monumental vibró con mayor intensidad en ese quinto toro, en el que Javier Cortés fue generoso para lucirlo. «Hasta que escarbó y cantó la gallina», señalaron los ganaderos, Álvaro Martínez padre e hijo, al acabar el festejo. ¿Les ha gustado la corrida? «Completo, ninguno.
Segundo y cuarto, los mejores, pero sin romper del todo. En Madrid se exige un toro muy grande, con muchos kilos, y así es muy difícil...», se lamentaban. Aunque la gente les felicitaba, sobre todo por ese oasis de tercio de varas en el desierto de puyazos traseros.
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