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miércoles, 22 de mayo de 2019

Faena de gran figura del toreo de Andrés Roca Rey



Herido en su primero, corta las orejas al último y abre la Puerta Grande. También corta oreja López Simón

Andrés Roca Rey sufrió una violenta cogida al recibir al sobrero
Andrés Roca Rey sufrió una violenta cogida al recibir al sobrero - Paloma Aguilar

Andrés Amorós 

En la corrida de mayor expectación, Roca Rey es herido, en el primero, y cuaja un faenón, en el último: corta dos orejas y abre la Puerta Grande. Confirma plenamente su condición de figura del toreo. También corta una oreja López Simón y Las Ventas despide con todo cariño a El Cid.
«Da gusto ver la Plaza tan llena», me dice mi compañero, y tiene razón. También da gusto ver en los toros al Rey emérito, con la Infanta Elena, y comprobar el fervor popular. Los diestros le brindan el tercer, cuarto y quinto toro. Reciben a El Cid con una gran ovación.

Desde que se anunciaron los carteles de San Isidro, mucha gente señaló esta corrida y las otras dos que torea Andrés Roca Rey. Cuando se pusieron a la venta las localidades, bastaron unas horas para que se agotaran. Y un síntoma personal: las llamadas que recibimos para conseguir una entrada… No cabe duda: el diestro peruano es un fenómeno.

El inolvidable Marcial Lalanda distinguía tres clases de matadores, según predominara en ellos el dominio, el valor o la estética. Y, al margen de esas tres, una más, el fenómeno: el diestro que rompe las reglas, del que todos hablan -y discuten-, el que atrae más gente a las taquillas. Eso fueron, por ejemplo, Manolete, El Cordobés o Jesulín. (No estoy hablando de categoría artística sino de «gancho» popular). Ahora mismo, Roca Rey.

Después de la Feria de Abril, Roca Rey pasa su primer gran examen en sus tres tardes de San Isidro. La tradición de Las Ventas es mostrar su mayor exigencia con las figuras: «a ver si aquí…» (Ese ceño adusto demuestra que han alcanzado esta categoría). Empieza por las reses que lidian, partiendo -con razón- de que han podido elegirlas. Roca Rey dio un gran puñetazo en la mesa y le salió la corrida de Adolfo Martín. Quizá no le agradó eso a algunos de su entorno pero era la prueba rotunda de que asumía su papel de primera figura. Lo compensa lidiando las reses de Parladé, la segunda divisa de Juan Pedro Domecq. Esta tarde, resultan, en general, muy manejables.

En su temporada de despedida, El Cid está recibiendo muestras de afecto, como agradecimiento por su gloriosa historia; en Madrid, de modo especial. También está confirmando que la decisión ha sido oportuna. El primero, un bonito salpicado, sale embistiendo con nobleza y dulzura, como si ya lo hubieran picado. (Ahora esto es frecuente; antes, hubiera sido impensable). Lo aprovecha El Cid en buenos lances y traza derechazos a cámara lenta. De toros así, se decía antes que eran «una Hermanita de la Caridad». Brinda al herido Gonzalo Caballero. El toro dura poco, se apaga. Le ha dejado estar a gusto, sin sobresaltos, pero no una faena completa. No mata bien. El cuarto sale apagadito pero embiste a la muleta con gran bondad, fuerzas justas, cierta sosería... Eso le permite al Cid trazar muletazos en su línea, sin pasar apuros pero sin emoción, por la embestida mortecina. Mata sin estrecharse y le ovacionan con cariño.

López Simón sigue cortando trofeos en muchas Plazas (la última, Aguas Calientes), con su quietud y su certera espada, pero no veo que mejore su estética. El segundo sale con pies, justo de fuerzas, acude desde lejos, galopando con alegría. Lo recibe con estatuarios. Se queda quieto, aguanta, en derechazos desiguales. Mejora cuando el toro humilla mucho. Por la izquierda, se acopla peor. Un toro de carril, define mi vecino. No nos libramos de las bernadinas invertidas. La estocada queda caída mientras suena el aviso pero corta oreja. Recibe a porta gayola al quinto, de más de 600 kilos, y se ha de tirar a la arena. El toro se para en banderillas, aguanta mucho Yelco Álvarez, que saluda. En la muleta, el toro flaquea y se raja a tablas. Allí, se empeña López Simón en una porfía embarullada que no todos aprecian, se justifica. No mata bien.

El runrún de la expectación anuncia la salida del tercer toro. Devuelto por flojo el Parladé, el sobrero de Mayalde es brusco. Antes de dominarlo, Roca Rey se echa el capote a la espalda y sufre una tremenda voltereta. (Un diestro con tanta cabeza, esta vez ha atropellado la razón). Con la taleguilla hecha unos zorros y cojeando claramente, vuelve al toro. Brinda al Rey. Después de hacer el poste, le va dominando, aunque el toro puntea, al final de cada muletazo. Al bajarle la mano, protesta. Una faena de más mérito que brillo. La estocada cae baja y lo desluce todo. Pasa a la enfermería. Ha sufrido una herida de 6 centímetros en el muslo derecho. Sale de la enfermería para matar al último, que mansea, muy suelto. Traza buena verónicas, cargando la suerte. Como el toro tiene movilidad, comienza con los habituales muletazos cambiados, que enlaza con un natural y el de pecho. La primera tanda de derechazos, muy largos, muy mandones, con la muleta muy baja, ya levanta un clamor: liga, conduce la embestida, se lo enrosca a la cintura. Un lento natural se convierte en un circular, que pone a la gente de pie. Se suceden las tandas de naturales con gran dominio y temple. Recuerdo lo que decía mi amigo Federico de los muletazos de Antoñete: «No son naturales, son catedrales». Catedrales del auténtico arte del toreo. El toro ha sido muy bueno pero acaba yéndose a tablas: recurre entonces a las bernadinas temerarias, que encandilan al personal. Suena el aviso antes de la rotunda estocada. Nadie le discute las dos orejas y la Puerta Grande. ¿Quién decía que no domina el toreo clásico? ¿Quién ponía en duda que es una auténtica primera figura? Después de esta tarde, en Las Ventas, espero que ya, nadie.

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