Aquel 17 de junio de 2017, un toro mataba a la figura vasca e inmortalizaba la leyenda de una historia irrepetible
Iván Fandiño, en su rincón de Las Ventas - Paloma Aguilar
Rosario Pérez
«Un toro mata a Iván Fandiño en Aire Sur L'Adour». No podía creerlo; hay días que aún no me lo creo. Temblorosa, llamé a mi compañero Arruego, que había publicado la noticia en Mundotoro: «Josemi, dime que es mentira». «No, Charo, es verdad». Esa sala de prensa de Las Ventas, donde recibimos aquella cruda realidad que nunca hubiésemos querido publicar, se convirtió en una fría habitación de hospital donde el médico te da la noticia que nunca quieres escuchar.
Periodísticamente, para mí que el periodismo es religión, creo que no estuve a la altura: me derrumbé. Llamé a mi periódico sin apenas poder articular palabra, la jefa de Cultura me pedía que me calmara, que no me entendía. Y dije que no estaba preparada para la muerte, pero que Iván Fandiño merecía una portada, por su historia de vida y su muerte de héroe. Sabía que los toreros podían morir, ya lo habíamos vivido recientemente con Víctor Barrio, pero quería creer que ya no moriría nadie más.
Mi primer pensamiento fue para el apoderado, Néstor García. Incrédula aún, como ida, salí de la sala de prensa, subí por la bocana del «1» hasta el tendido y lo llamé. Su dolor traspasaba el teléfono, con un llanto desgarrador. Ahí supe que era verdad aquello que quería que fuese una pesadilla. Al bajar, la fotógrafa alemana Anya era un mar de lágrimas. Lloraba, llorábamos muchos. Andrés Amorós dejó la crónica de aquella Corrida de la Cultura y comenzó a escribir sobre Fandiño, al igual que Ángel Abad, para enviarlo a la redacción. Aquel 17J no importaba nada más.
Como una zombi recogí mi ordenador de la sala de prensa y me dirigí hacia la parada de taxis. Por el camino, me saludó una pareja. «Perdonad, no os conozco», les dije. Ella era la vecina de mi abuela, a la que conozco desde la niñez, pero estaba tan ausente que ni la reconocí. Aquella tarde madrileña la plaza se había llenado y había una fila enorme en la calle de Alcalá. Me salté la cola y me subí a un taxi. Una señora gritó: «¡Que se está colando!» «Perdonen, pero ha muerto un torero, ha muerto Iván Fandiño», dije. Tenía que llegar al cierre, honrar de la mejor manera a quien entregó su vida en la arena.
En aquel trayecto, iba planificando las maquetas mientras los pensamientos se agolpaban. Cuando llegué a ABC, rompí a llorar de nuevo: «No estoy preparada para la muerte, no estoy preparada para la muerte», repetía. ¿Acaso alguien lo está?, me pregunté después. Y pensé en el sufrimiento de esos padres, en su hermana, en su mujer, en su pequeña Mara... Y en su apoderado, que era mucho más que su representante, otro padre, otro hermano, el padrino de su hija.
Había conocido a Néstor a raíz del doble o nada de Iván Fandiño en la Feria de Otoño y coincidimos también en algunas entrevistas y presentaciones de su torero. Desde el primer minuto supe que no ha habido una unión tan independiente como la de Néstor y Fandiño, por encima de campo y despachos. Aquella relación de dos hombres libres salidos de la nada era el TODO. Néstor no era ningún comisionista interesado: era un apoderado íntegro en el más amplio sentido de la palabra. Y digo «era» porque aquel día cumplió su palabra de no volver a apoderar a un torero. Me consta que nombres que les sorprenderían han intentado tocar su puerta después de lo ocurrido, pero Néstor García será siempre «solo» el apoderado de Iván Fandiño. No busquen la palabra lealtad en el diccionario ni en frases rimbombantes: lealtad eran ellos. Viví de cerca aquella apuesta de los seis toros y, créanme, nunca he visto tanta preocupación y sufrimiento por parte de un apoderado, tanta implicación. La férrea disciplina era para ambos. Ese #NuncaCaminarásSolo latía desde que se estrecharon la mano en la Alcarria.
Admirado Iván, hablo de vez en cuando con tu «apo», que te busca cada día. Te encuentra, como todo los que te quisieron y admiraron, en el recuerdo. Para ellos eso no es consuelo, pero eres memoria viva de la afición, de la Historia de la tauromaquia. Cuando conversamos, al colgar, a veces recuerdo esa frase de Canito que decía que lloró más la muerte de Manolete que la de su propio padre: Néstor también. Habla de ti, y después de ti, de ti. Habla de Iván, y después de Iván, de Fandiño. Habla de tu personalidad, de tus faenas, de vuestra unión por encima del bien y del mal. No quiere saber nada de apoderamientos, una pena, no quedan mentores con esa entrega. Y recalca que no es apoderado, que es el apoderado de Iván Fandiño. Ese es el título que con más orgullo lleva. Se ha centrado en el marketing y me cuentan cercanos que trabaja más horas que tiene el día y que la pena que tiene herrada solo la alivia velar por la heredera de tu valiente sangre, Mara, y por tu ahijado, Álvaro. Solo con ellos sonríe.
Admirado Fandiño, la afición se acuerda de ti. En los tendidos, este San Isidro, tan terriblemente teñido de sangre, he escuchado muchas tardes tu nombre y tus obras a «Grosella», a «Podador», tus estocadas a matar o morir... Tu Puerta Grande. La soledad habita desde hace dos años en tu rincón de Las Ventas. Vuestros partididarios, los leones, dicen que no habrá nadie tan libre como vosotros.
Posdata: escribí estas líneas atropelladas anoche, no podía dormir rememorando aquella larga madrugada de hace dos años; me sentía pequeña y cobarde mientras recordaba la grandeza y la verdad de un torero.
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