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sábado, 22 de junio de 2019

Apoteosis desbocada de José Tomás: la última estación de los sentidos

La gran tarde de toros del fenómeno de Galapagar, con la plaza de Granada entregada incondicionalmente, acaba con seis orejas y rabo entre momentos de inmensa belleza pero sin la faena pluscuamperfecta

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Lo de José Tomás hasta que sucede es un cúmulo de fenómenos poltergeist: gentes de otros mundos y dimensiones regresan al planeta taurómaco. La última vez fueron avistados en Algeciras hace un año menos una semana. Y medios de comunicación que incomunican habitualmente noticias de la fiesta cuelan sus cámaras y anuncian por la pantalla que ya están aquí. Luego, desaparecen hasta la próxima. Que sabe Dios cuándo será. Bajo las bóvedas nervudas de la Catedral de Granada bisbiseaban partidarios los milagros del mesías: «José Tomás nos culturiza». Como buenos salvajes.
Y nos enriquece, según todos los estudios sobre su impacto económico en las provincias que gozan de su privilegio. Seres profanos y materialistas suelen interesarse por cuánto gana JT o, exactamente, cuánto le paga, por ejemplo, José María Garzón en su Corpus. Y a lo mejor habría que darle la vuelta a la pregunta.
Ajustadísima saltillera de José Tomás con el sexto toro de Cuvillo.
A sus enemigos les pone su política de estrategia de marketing invertida y sus breves estrategias taurinas. Esta misma y enésima reaparición con un rejoneador es una lectura con su peso de razón. Que el tomismo militante voltea inmediatamente: «Mata cuatro toros, dos corridas en una». Y en verdad a la fe ciega se entregaron a tumba abierta desde que los clarines temblaron.

Cuando apareció en el ruedo de la atestada y revolucionada Monumental de Frascuelo empezó de verdad lo de José Tomás, el suceso en sí mismo. Granada desató una ovación según pisó el ruedo. Un tendido andaba girado hacia el palco de autoridades anunciando la falsa presencia del Rey Juan Carlos I. «El Rey, el Rey», decían. Una voz cortó por lo sano: «¡El Rey está en el ruedo, señores!»

Cayetana Álvarez de Toledo y Arcadi Espada observaban cada detalle. José Tomás saludó solemne y desmonterado, muy delgado. Sus angulosos pómulos proyectan una sombra que se extiende como una barba incipiente. Belmonte se afeitaba dos veces los días de toros. La nube canosa de su flequillo crece de año en año. Siguió la lidia de Sergio Galán a veces pendiente y a veces ajeno. Igual le pasaba a la plaza. Que le agradeció la voluntad del caballero. Como JT su brindis de agradecimiento.

Ardía de pulsaciones la Monumental cuando saltó el primer toro de Núñez del Cuvillo, el hierro elegido para abrir y cerrar. Había un deseo incontenido de gritar oles, y en ocasiones no cuadraba con puntualidad. Las verónicas más acompasadas brotaron por el izquierdo, pero el coro cantaba con idéntica intensidad los lances por el derecho. La media tuvo cadencia y borró una chicuelina extemporánea y previa. Una broma para la lentitud con la que meció en su capote dormido al garcigrande siguiente. El tiempo detenido como los relojes de Curro del Corpus del 73. Pero antes de pasar capítulo ya le habían entregado las orejas del redondo cuvillo de amable expresión. Así como de calentamiento. Un tanto excesiva la respuesta. ¿Qué dejarían para la sublimación?

La obertura de faena por imperturbables estatuarios de mirada clavada en el suelo incendió La Alhambra. El chispazo del zurdazo del desprecio cayó en un lago de gasolina; el desarme no contó.

Al bravete toro de El Grullo le presentó pronto la zurda; los naturales surgieron muy ceñidos, algo volanderos, no reducidos. La templanza y el gobierno de su diestra exigió de verdad y por abajo todo el fondo encastado. Y ralentizó con gravedad la embestida. Que en su final tendía a perderse un segundo. Esa milésima. La voracidad del fenómeno fan le entregó el palco.
José Tomás levanta las orejas y el rabo del último toro de Cuvillo.
Y entonces saltó el toro de Garcigrande, amexicanado por fuera y por dentro. Y levantó José Tomás monumentos a los antiguos dioses de la verónica. Tan lento como embestía Fogoso. El quite por embraguetadas y asfixiantes gaoneras superó también con creces al del anterior por delantales, casi navarras, y tafalleras. José Tomás en estado puro ahora. Pero el toro empezó a alocarse en banderillas.

Sergio Aguilar frenó en el momento preciso para evitar el cambiazo del viaje y evitar el atropello. Por el lado derecho se había agriado. O parecía. Volvió a meterse por dentro en las bellas trincheras de apertura. Así que el dios de piedra de Galapagar le dio su izquierda de venas abiertas: el manantial del toreo fluyó en naturales para la eternidad. La última estación de los sentidos. Le aguantó JT el pulso en un parón por la mano infiel. Y lo ganó. La faena adquirió cierto desorden en nuevos naturales a cámara lenta, cosidos de dos en dos. Hilvanados más que ligados: para ligar hay que soltar la embestida. Bramaba la marabunta erizada y desenfrenada: un bajonazo celebrado como gran estocada no sirvió de tope. Otras dos orejas ya sumaban cuatro. Decíamos ayer: cualquier día lo llevan a hombros del hotel a la plaza.

El tiempo de la merienda y Galán sirvió para meditar: faltaba aún la faena compactada, superlativa, esférica. La notable obra del caballero con un lindo cubero berrendo se perdió entre pinchazos.

Un tacazo de bonito se hacía el quinto. Respondía a su nombre: Bellito. Suelto en los primeros tercios, anunció lo que iba a ser en el quite de apretadas chicuelinas de José Tomás: de los vuelos no salía. El prólogo de faena, bajo y genuflexo, desprendió el sabor de los viejos principios. Haciendo al toro que nunca se terminó de hacer. Ya recuperada la verticalidad, que en JT tiene alzada de ciprés, la embestida arrancaba en seco, sin ritmo ni tranco. Obediente pero no generosa. No despegó la obra.

Que trataba la brusquedad con suavidad. El traserísimo estoconazo la acabó de enterrar. Una ovación de consolación como respiro.

No podía fallar el broche de Novelero, cuvillo de gloriosa reata e infalibles hechuras, colocado como último para la traca final. Que prendió con el saludo por delantales hasta la misma boca de riego. Tan apretados que saltaban chispas. La febril cadena desembocó en un manicomio a una mano, por brionesas. La locura subió sus decibelios en un quite de luminosos medios faroles y perfectas caleserinas; la larga cordobesa tuvo una vuelo exacto y alado. Una vez más la izquierda tomista cinceló esculturas embrocadísimas y perezosas. Un recreo de toreo a puro pulso. La excelencia de Novelero acusó desgaste en su fondo, que no en sus calidades. JT las mimó, meció y espació. Por naturales en su derecha. Para levantar la temperatura de la calidez, el fenómeno de Galapagar volvió a los estatuarios. Como un bis reclamado y aclamado que no falla en sus conciertos. Y así fue. La pieza y un espadazo pasado lanzaron la historia al éxtasis y más allá: dos orejas y rabo para no rebajar de grados la exageración. La faena pluscuamperfecta quedó pendiente; bastaron los momentos de inmensa belleza.

A José Tomás lo secuestraron a hombros entre gritos de «¡torero, torero, torero!». La procesión partió de la última estación de los sentidos que fue la tarde. Sin rumbo ni destino.

VARIAS GANADERÍAS

Monumental de Frascuelo. Sábado, 22 de junio de 2019. Tercera de feria. Lleno de «no hay billetes». Toros para rejones de Pallarés y Benítez Cubero (1º y 4º) y cuatro para lidia a pie -de correcta y buena presentación- de Núñez del Cuvillo (bravo el 2º y de gran calidad pero a menos el 6º); Garcigrande (de buen pitón izquierdo pero informal el 3º) y El Pilar (sin ritmo ni generosidad en su obediencia humillada el 5º).

Sergio Galán. rejón bajo (saludos). En el cuarto, cinco pinchazos y rejonazo (saludos).

José Tomás, de azul pavo y oro. Estocada casi entera pasada (dos orejas). En el tercero, bajonazo (dos orejas). En el quinto, estocada trasera, tendida y rinconera y descabello (saludos). En el sexto, estocada trasera (dos orejas y rabo). Salió a hombros por la puerta grande.

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