El fenómeno del Perú abarrota la plaza y espolea a Castella y Manzanares en una tarde de triple puerta grande
Roca Rey remata con una buena media - EFE
Rosario Pérez
Había vida más allá de José Tomás. El toreo ardía este 22J. Y se incendiaba en Alicante con Roca Rey. En la playa, en los chiringuitos y en las barracas solo se pronunciaba su nombre. El limeño paralizó hasta el servicio de habitaciones de un conocido hotel. Toreaba el fenómeno del Perú y eso eran palabras mayores: todas las tertulias llevaban el acento roquista. Hacía tiempo que un cartel no generaba tanta expectación en San Juan. El «No hay billetes» lucía flamante en la taquilla, y más de uno buscaba una entrada en el umbral donde a punto estaba de vivirse la gloria absoluta. «Antes que la entrada le vendo a mi familia», espetó una señora al hombre que pretendía su boleto. Si llega a decir que vende a su perro, los tres predicadores del animalismo se la comen.
Abanico en mano, la aficionada se dirigió hacia su localidad, cerca de Luis Francisco Esplá. Nadie quería perderse la cita. Y el autor de aquel llenazo no era otro que el Jaguar del Perú. Tal era la locura que mientras se dirigía a los medios para brindar, el público comenzó ya a pedir «¡música, música!».
Aquella algarabía se tornó silencio cuando se atornilló, voló la muleta hacia atrás y trazó dos pendulares que movilizaron al pueblo de sus asientos. Hasta en los cambiados los lleva toreados la figura del momento, que arrastra a la masa de la juventud a las arenas. Brotaron un desdén y uno de pecho antes de que se aplastase a derechas, templadísimo y alargando la embestida de un juampedro al que saludó con una revolera y ya en las verónicas acusó su justa fortaleza. Había que llevar a este «Macanudo» cosido y consintiéndolo para que no tocara las telas. El cambio de mano ilusionó tanto o más que un cambio de Gobierno a los votantes de la oposición. Escarbaba «como algún político que yo me sé» (oído en el tendido) y se quedaba muy corto a izquierdas. Para caldear más el ambiente, se adornó con un afarolado y uno de pecho hasta la hombrera contraria. Tras el ayudado, el colorado se rajó del todo y dijo que nones. Al hilo de las tablas, la arrucina colmó de pasión los tendidos, que pidieron con énfasis las dos orejas, pero el palco solo concedió una. La bronca sonó más que los petardos que explosionan en la tierra del fuego, episodio que se repetiría un larga hora después...
El olor del valor
Tras la merienda y el doble trofeo a Castella y Manzanares, que también contribuyó al llenazo en su ciudad, se plantó de rodillas para saludar al sexto con una larga a una mano. Un prodigio cosido a chicuelinas en las que no cabía ni el aire. ¡Qué barbaridad! El olor de aquel valor se maceraba con la brisa del Mediterráneo en las estoicas gaoneras. Aquel enemigo era poco para tanto torero, extraordinario de principio a fin. Por inteligencia, por mando y por ese dominio de registros. Pasadas las nueve y media, se iluminó la anochecida con unos naturales profundos y verdaderos. Contados, sí, pues este «Pagano» quería, pero para sostenerse necesitaba las manos del joven sabio. Acabó en la distancias cortas, dejándose lamer la taleguilla y con un desplante a cuerpo limpio que levantó al sol y la sombra en medio de los gritos de «¡torero, torero!».La tarde se había estrenado con un jabonero que de tan sucio no tenía ni limpios los pitones... Mostró una clase excelente desde el templadísimo recibo de Sebastián Castella en un mixto de verónicas y chicuelinas, que también mezclaría en las tafalleras. Tras un principio esperanzador, todo decreció, como el recorrido del noble rival. Su gran toro aguardaba tras la merendola. ¡Qué bueno fue el cuarto! Vibró el graderío desde el péndulo hasta las apretadas manoletinas. Aquello era un hervidero y paseó las dos orejas del estupendo «Niñato».
Manzanares, casi inédito en el segundo –se lastimó–, salió arreado en el notable quinto, al que recibió con tres largas de rodillas. Apenas lo picó y sorprendió al plantarse en los medios para trazar dos cambiados, como diciendo a sus compañeros: «Esto también lo sé hacer yo». Y qué bien lo ejecutó el alicantino, enrazado toda la faena, con altibajos en el ritmo, pero con pasajes de mucho calado: tres naturales, un largo cambio de mano y los de pecho, que los cincela. El doble premio que luego negaría a Roca cayó en sus manos. Pero el toreo del peruano, con el peor lote de la buena corrida de Juan Pedro Domecq, ardía como el lema de la Feria de Hogueras. Y su encendida emoción espoleó a sus compañeros, con los que se marchó a hombros en una tarde apasionante. El fenómeno de esta época se llama Andrés Roca Rey.
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