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sábado, 8 de junio de 2019

El «VAR» del tendido de Las Ventas: «¡Viva el 155!»



Don Felipe presidirá el próximo miércoles la corrida de Beneficencia en una feria de «¡vivas!» a España y al Rey

Imagen de los tendidos de Las Ventas, con la bandera de España en la bocana
Imagen de los tendidos de Las Ventas, con la bandera de España en la bocana - José Ramón Ladra

Rosario Pérez

«¡Viva España, viva el Rey, viva el 155!», se oyó en un palco de sombra cercano a la presidencia durante la faena de Diego Urdiales. «¿Qué es el 155?», preguntó Miguel, el niño de mirada oceánica de la séptima fila del «2». Aquel número coreado y aplaudido en la sombra no se refería precisamente al del toro «Verdulero», pese a llevarlo herrado. Todo lo contrario, aquel colorado bragado lidiado en tercer lugar había sido pitado por su anovillada cara y sus renqueantes cuartos traseros: «O tiene ABS o arrastra la pata izquierda», señaló Alfonso Ibarra, mientras reivindicaba un trébol de mandamientos: «Devolver los inválidos, traer toros con trapío y no ponerse pesado». Desde su localidad, este abonado del «6» fotografiaba un puñado de cáscaras de pipas. Ayer casi todo el mundo ejercitaba la mandíbula, pues la corrida de Alcurrucén se sumó a esta baja semana en una feria de San Isidro de mucha altura.

Además de un comedero de pipas y de cartuchos de almendras, Madrid era un cóctel de voces. Sin ellas, Las Ventas sería menos Monumental. En la plaza confluían frases tan variopintas como medios de transporte por las calles de Carmena, desde coches de primera a bicicletas amarillas, patinetes y carritos de bebé para perros. «Mi vecino ha comprado uno rosa, de 150 euros, a “Lupita”», comentó un joven. Y enseñó en la puerta de arrastre imágenes de «Lupita», la chihuahua. Ladridos no hubo, pero algún maullido sí. En los tendidos se podía oír al mismo tiempo un «miau», un «qué toro», un «viva España», un «hay que echar para atrás los inválidos» o ese «hay que aplicar el 155».

De otra manera, ya lo sentenció Ortega y Gasset: el templo del toreo es reflejo de la situación del país. Todas esas voces se intercalaban en milésimas de segundo, unas más roncas y otras más suaves, unas de presentador de Telediario y otras de bullicio de una final de «Gran Hermano».

 O «Supervivientes»: «Yo quiero que gane Isabel Pantoja, que ha quedado líder esta semana», contaba una señora aburrida con la tarde de toros.

Todas las voces caben en un coso y, si es con respeto (sobran, por ejemplo, los gritos cuando un hombre se perfila para matar) y pasando por taquilla, todas son necesarias. «Una plaza es como nuestro mapa, con diversidad y con una misma bandera». Esa fue la definición de Antonio, un profesor de Historia y máximo defensor de la Corona que acude cada viernes a San Isidro. «Los viernes de toros son como la misa de domingo». Sin silencio, claro, ese silencio «que también gusta de vez en cuando...» Callada o ruidosa, la bandera de la afición une «a los distintos pueblos de la Fiesta Nacional», exponía en una bocana. Mientras el sabio hablaba, un señor con una almohadilla de «Carasucia», marca de las hijas de El Viti, decía que aquello le recordaba al discurso del Rey en Navidad. No era 24 de diciembre, sino 7 de junio, pero no le faltaba razón al oyente, pues el historiador proponía no agitar «rencores» y proclamaba la «convivencia en armonía de toristas y toreristas».

Don Felipe, por cierto, presidirá el próximo miércoles la tradicional Corrida de Beneficencia, en un gesto de respaldo de la Casa Real a la Fiesta de los toros –«y de todos», expresión del abogado Joaquín Moeckel–. Desde Sevilla, la ciudad del letrado de los toreros, había llegado Juan Antonio Ruiz «Espartaco», que presenció el festejo desde un burladero. En otro, el director de cine Agustín Díaz Yanes, en un día en el que se recordaba el hito de César Rincón y «Bastonito».

No hubo ningún ejemplar así en un conjunto decepcionante de los Lozano. Dos toros de distinta condición ofrecieron ciertas opciones, pero no hubo «entendimiento total» en medio de «detalles de inspiración». La gente se refería especialmente al primero («Zambombo»), que correspondió a Ferrera, y al quinto («Limonero»), de Urdiales. Ginés Marín, con un mal lote, tampoco pudo «reverdecer laureles» con la divisa con la que cautivó frente al gran «Barberillo». No ha sido ésta la feria de Alcurrucén.

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