Sin cortar trofeos, destaca Gómez del Pilar, en el esperanzador regreso de esta ganadería
Gómez del Pilar - Las Ventas
Andrés Amorós
Volver a Las Ventas después de presenciar una Feria en una capital (por ejemplo, la del Corpus, en Granada) supone un cambio fuerte. No se ofenda nadie, no es cuestión de centralismo sino de exigencia: en el trapío de los toros, en la ejecución de las suertes, en la colocación de la espada, en los trofeos. Y, sin exigencia, no hay arte auténtico: todo vale igual. Después de San Isidro, la Empresa trae dos divisas históricas. Vuelven los toros de Dolores Aguirre, la recordada ganadera, para tres diestros que no son de primera fila. Las figuras no se apuntan a esta divisa, como bien sabía Dolores, cuando eligió criar este tipo de toro: una reliquia de lo que ha sido el encaste Atanasio, cuando ya no existe la ganadería madre. Ahora, la hija de Dolores continúa esta línea. Esta tarde, abundan los nombres típicos de esta ganadería: «Pitillito», «Clavijero», «Langosto»... Son muy serios, en el tipo de la ganadería, dan un juego esperanzador: cumplen bien, en varas; tienen mucha movilidad; varios, humillan, van a más y sacan nobleza. Se aplaude a segundo y tercero.
El jienense Alberto Lamelas mantiene su carrera gracias a los cosos franceses. El primero sale frío pero empuja en el caballo un buen rato, parece dormido pero arrea; en la muleta, mansea y saca genio. En chiqueros, Lamelas consigue algunos naturales con mucho valor y se lo quita de encima. El cuarto va de lejos a un caballo y al otro, es pronto y repite, descompuesto. Lamelas aguanta, traga mucho, sin brillo, en medio de voces inoportunas. Su lote ha sido el más complicado.
Cristian Esribano tuvo la mala suerte, en San Isidro, de que le tocara un toro de Valdellán encastadísimo: empezó bien pero acabó siendo desbordado. Lo mismo le hubiera ocurrido a buena parte del escalafón. El segundo, astifino, empuja fuerte en el caballo. Después de unos eficaces doblones, Cristian consigue naturales con mérito, aunque el toro flaquea y protesta. Ha demostrado su buen oficio pero mata a la segunda. Se aplaude a toro y torero. El quinto es salpicado, bragado, meano, girón, axiblanco («como una película en blanco y negro», dicen a mi lado); humilla pero flaquea. Y se acaba pronto. Los aseados muletazos no cuajan y falla con la espada, que parece su punto flaco.
Gómez del Pilar estuvo muy digno, en San Isidro, con la seria corrida de José Escolar, merecedora de premio. Como suele, acude a porta gayola en el tercero, consumando bien la suerte. El toro sale suelto, se duele y espera, en banderillas. Escribano hace un gran quite, librando al banderillero del percance. Lo llama Noé desde el centro, de rodillas, y logra seis estupendos derechazos. El toro saca el fondo de nobleza y el diestro lo aprovecha, con decisión y gusto, ligando buenos muletazos; al final, unos suaves circulares. Ha alargado sin necesidad, mata mal y pierde el trofeo que tenía cortado. Se ovaciona fuerte al buen toro y al diestro. De nuevo acude a porta gayola en el último.
(Se coloca muy lejos, como ahora es habitual. Antes, en esa suerte, se ponían junto a la segunda raya; ahora, casi en el centro, da tiempo a que el toro se fije en el diestro). Resuelve la complicada situación y enlaza verónicas. El toro, bien armado, es un «tío». Con una lopecina, lo deja en el caballo; pica bien Juan Manuel Sangüesa. Lo intenta el diestro, logra algunos muletazos lucidos, que el toro toma a regañadientes. Aunque lo estropea con la espada, conserva su crédito, en esta Plaza.
Sin corte de trofeos, con una terna modesta, no nos hemos aburrido. Con toros serios, todo lo que se les hace tiene mérito. Ha destacado Gómez del Pilar, muy dispuesto. Salimos con la esperanza de que se mantenga en su sitio esta ganadería, como soñó doña Dolores Aguirre.
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