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domingo, 2 de junio de 2019

Triunfan Leonardo y Diego Ventura en Las Ventas



Hernández abre la Puerta Grande y la pierde el portugués por pinchar, después de dos extraordinarias faenas

Leonardo Hernández abre la Puerta Grande
Leonardo Hernández abre la Puerta Grande - Paloma Aguilar

Andrés Amorós 

Se coloca de nuevo el cartel de «No hay billetes», en el tercer festejo de rejones de la Feria (queda uno más), a pesar de que «el calor que hace esta tarde / es una barbaridad» (adapto a don Hilarión, en «La verbena de la Paloma»). Sólo el rejón de muerte impide que Diego Ventura abra de nuevo la Puerta Grande: después de dos extraordinarias faenas, se queda en una oreja. Sí lo consigue Leonardo Hernández, por décima vez, con un trofeo en cada toro, por dos faenas de entrega y vibración.

Sabiendo que es perfectamente inútil, debo repetirme: sólo un encuentro de los dos grandes rivales, Pablo Hermoso y Diego Ventura, sería un acontecimiento, en el rejoneo. Pero no están en el mismo momento de su carrera y Pablo no quiere torear con Diego, en Madrid, ante las cámaras de la televisión. Se comprende pero es una lástima, para los aficionados: habría sido un extraordinario espectáculo, que habría dado gran lustre al toreo a caballo.

Dentro y fuera de la Plaza, mucha gente sigue hablando de «lo de Ferrera» (antes, hablaban de «lo de Roca Rey» y «lo de Pablo Aguado»). Los que no lo vieron, preguntan si fue para tanto. La respuesta es unánime: «Sí fue para tanto». Muy pocos casos conozco de una evolución positiva tan grande, en un matador de toros. Su esfuerzo por encontrar su nuevo estilo merecía un éxito tan rotundo como el del sábado. Además, en el acto de entrega de los premios de la Federación Taurina de la Comunidad de Madrid, la opinión de los aficionados es unánime: hace años que no vivíamos una Feria de San Isidro tan apasionante. (Lo mismo sucedió en la Feria de Abril). En general, tanto las primeras figuras como los que no lo son están haciendo el esfuerzo: han llegado los triunfos y también las cornadas (las dos caras de la Fiesta). Por eso -y por hastío de la política- se vuelve a hablar de toros como hacía mucho tiempo que no se hablaba…

Los toros portugueses de María Guiomar Cortes de Moura han propiciado aquí buenos triunfos. Esta tarde, son manejables, en general.

No sigo el orden de actuación de los caballeros, por la confirmación de alternativa. (En la gran película «Tarde de toros», Manolo Morán lo explica magistralmente a una señora francesa). Juan Manuel Munera, de Villarrobledo, se luce en banderillas con las piruetas de «Dámaso» (homenaje a otro manchego); arriesga con «Arrebato», sufre varios pitonazos; se luce con «Escándalo» (como la canción de Raphael: «Si lo nuestro es pecado / no dejaré de pecar»). Acierta en el rejón de muerte pero falla con el descabello, escucha dos avisos. Intenta quebrar de salida al último. Se adorna delante del toro con «Quitasueños»; se mete en su terreno con «Arrebato». Con el toro parado, acierta con el rejón a la cuarta y vuelve a encasquillarse con el descabello. Salvo en la suerte suprema, su actuación ha sido digna.

En el tercero, noble pero soso, Leonardo Hernández acierta en los quiebros con el muy flexible «Enamorado», citando muy de lejos y clavando en lo alto, con gran entrega. Lo empaña un poco al matar a la segunda: oreja. En el quinto, calienta el ambiente con las piruetas de «Eco». Con «Xarope», su estrella, clava la rosa y una corta, al violín. La espectacularidad del rejón de muerte decide la nueva oreja y, por décima vez, abre la Puerta Grande.

El centro del interés lo ocupa Diego Ventura, que acude con nueva imagen, engominado el pelo. Después del rabo y los seis toros, en Madrid, del año pasado, nadie le discute la primacía. Brinda a la familia del fallecido futbolista Reyes el segundo, al que clava un rejón a porta gayola (una suerte insólita y difícil). Con «Nazarí», su estrella, arma el lío al llevarlo cosido, en una vuelta completa, templa la embestida, juega con el toro. Con «Gitano», quiebra y clava al violín, una suerte espectacularísima, que pone al público en pie. El par a dos manos, sin cabezal, con «Dólar», completa la gran faena. Clava en dos tiempos el rejón de muerte y produce derrame, aunque está en buen sitio (así lo señala Diego al Presidente): oreja. Sin ese accidente, era faena de dos. Recibe al cuarto con «Joselito», un caballo nuevo, que viene de California. El extraordinario «Sueño» torea templadamente con la grupa, con «trincherazos» por dentro, y sorprende yendo hacia atrás, antes de clavar. «Lío» hace honor a su nombre, en un quiebro impecable. Repite el par sin cabezal con «Dólar», clavando al sesgo, con mucho mérito. El triunfo grande está cantado pero mata a la tercera y se frustra la Puerta Grande. No importa: su actuación ha sido extraordinaria. Ha pasado del «Sueño» (el eterno sueño del arte) a montar un gran «Lío» y ha confirmado su primacía, en el toreo a caballo.

 Nos ilusiona volverlo a ver en la corrida de la Beneficencia. En cualquier disciplina artística, ver al número uno emociona a todos los públicos.

Postdata. En el programa televisivo de Bertín Osborne, Juan José Padilla ha vuelto a dar una lección de sencillez, humanidad y autenticidad. No sólo afecta al toreo, sino a la vida, en general: defensa del esfuerzo, del trabajo, de la necesidad de luchar para conseguir nuestros sueños, de saber estar en su sitio y «crecerse ante el castigo». Son los mejores valores que nos transmite la Tauromaquia. Por saber transmitirlos, Padilla se ha convertido en un héroe popular.

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