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domingo, 6 de octubre de 2019

Antonio Ferrera triunfa en su desafío con seis toros en Las Ventas



Corta dos orejas, que pudieron ser más de no fallar con la espada, y salió por la Puerta Grande


Antonio Ferrera sale a hombros en Las Ventas
Antonio Ferrera sale a hombros en Las Ventas - Efe

Andrés Amorós 

Antonio Ferrera culmina triunfalmente su reto de matar seis toros abriendo la Puerta Grande, tras haber cortado dos orejas, que pudieron ser más, si hubiera matado mejor. Toda la tarde ha derrochado torería y variedad.

Cualquier aficionado con cierta experiencia sabe de sobra los riesgos que tiene un festejo con un solo matador. Además de la capacidad técnica y física, para que esta hazaña salga bien hace falta mucha variedad, capacidad lidiadora, sentido de la medida. (Algo que, ahora, casi ningún diestro tiene). La historia lo confirma: muchas grandes figuras han encallado, en esta travesía. Prefiero no mencionar a los que así les ha sucedido y nombrar sólo a dos, como ejemplos positivos: Antonio Bienvenida y Paco Camino.

Afronta ahora este desafío, el mayor de toda su carrera, Antonio Ferrera. Nunca ha estado tan preparado. Su evolución positiva es insólita. En su primera etapa, triunfaba como diestro atlético, acelerado. Evolucionó hacia la lidia total, clásica, abandonando los efectismos (simbólicamente, dejó de banderillear). Este «nuevo» Ferrera ha logrado triunfar rotundamente en Plazas tan exigentes como Madrid y Sevilla. Todavía está añadiendo una nueva dimensión a su toreo, con aportaciones personales, barrocas, que ha experimentado en México. ¿Será suficiente con todo esto?

El primero, de Alcurrucén, sale abanto, como es propio de su encaste. Ferrera se luce lidiándolo con el capote; en banderillas, el toro espera; en la muleta, tiene poco gas. Sin probaturas, consigue algunos templados naturales pero el toro se pone a la defensiva, se cierne por los dos lados: Iidia correcta, sin posibilidad de lucimiento. Mata de pinchazo hondo.

Originalidad y torería

El segundo, de Parladé, empuja en el caballo y Antonio se luce sacándolo con una larga (como hacía Joselito el Gallo). Desde el comienzo, Ferrera muletea con originalidad y torería, logra muletazos templados aunque el toro se apaga pronto. Los naturales con la derecha, sin la ayuda, levantan un clamor pero hasta la tercera no logra la estocada y pierde el trofeo que hubiera puesto de cara el festejo.

El tercero, de Adolfo, es más chico pero embiste con viveza. Brilla Ferrera al sujetarlo. Después de un trabajoso salto de la garrocha, Fernando Sánchez se la juega en un gran par, andando, marchoso, hasta la cara del toro. El toro prueba y espera pero humilla. Logra Antonio una serie de naturales con emoción y mérito pero el toro saca malas intenciones, recurre a un clásico macheteo. Mata con habilidad, a la segunda.

El cuarto, de Victoriano del Río, derriba con fuerza. Ferrera lo saca del caballo galleando. Llamándolo desde el centro, liga muletazos de mano baja a un toro encastado que repite; con la izquierda, la faena, algo acelerada, va a más. Mata al encuentro, citando de muy lejos: la espada queda regular pero la suerte es meritoria. Los fallos con el descabello frustran el triunfo.

El quinto, «Garbancero» (como decía el malvado Valle-Inclán de Galdós), de Domingo Hernández, sale algo dormido y flaquea pero es noble. Se luce Chacón, con los palos. El diestro corre la mano con suavidad; cuando se mete a fondo, el toro responde, en una serie lograda. Esta vez se entrega de verdad, en una gran estocada. Merecida oreja.

Acude a portagayola en el último, también de Victoriano del Río, bravo y noble; lo saca del caballo con un farol de rodillas; luego, con chicuelinas y media belmontina. Vuelve a lucirse Fernando Sánchez, con los palos. Cae en la cara del toro un banderillero y Ferrera le hace el quite a cuerpo limpio, toalla en mano. Todavía pide permiso Ferrera para un cuarto par: al quiebro, impecable, con vistosos recortes. Único brindis de la tarde, al público. Comienza de rodillas, en el centro; liga templados muletazos, se lo enrosca a la cintura, en muletazos desmayados, con la Plaza entera entregada. Deja media estocada en la yema: otra oreja y salida a hombros.

Al final, todos felices. «Todo está bien lo que termina bien», dice Shakespeare. La torería con la que Ferrera ha afrontado su reto lo ha merecido.

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