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martes, 15 de octubre de 2019

«Mariano de la Viña llegó sin vida, no hubo tiempo ni para anestesiarle»



El doctor Val-Carreres relata «la situación cataclísmica» que se vivió en la enfermería

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Ángel González Abad
Zaragoza


«Luchamos contra el tiempo», aseguró a ABC el doctor Carlos Val-Carreres al recordar cómo llegó a sus manos Mariano de la Viña tras la brutal cogida que sufrió el domingo en la plaza de toros de Zaragoza. «La celeridad en el traslado fue primordial porque perdía muchísima sangre, sin pulso, con la tensión al límite de la vida y hubo que luchar contra el reloj», explica el cirujano. «No podíamos perder un segundo en cortar el traje, había que intentar estabilizarlo, ni de anestesiarlo. Así se intubó, y así se cogieron las primeras vías, con una tensión que apenas llegaba a cuatro».

Imagen relacionada «Nos encontramos con unas heridas cataclísmicas, la femoral superficial arrancada, como la ilíaca interna. El herido seguía inconsciente y no se perdió ni un segundo. Todo el equipo trabajó con precisión y se pudo ir avanzando en la estabilización», dice Val-Carreres, que añadió que las cornadas eran tan graves, la hemorragia tal, que no podían ni cambiar la posición en la mesa de operaciones. «Al intentar darle la vuelta, la tensión, que se había conseguido subir a nueve, se desplomaba nuevamente». Ahí aplicaron un novedoso sistema de hemostasia abdominal para ganar algo de tiempo mientras abordaban las arterias destrozadas. Hasta siete unidades de plasma fueron necesarias, y con la situación ya más afianzada se decidió el traslado a la clínica Quirón.
Allí se reconstruyó la femoral, la arteria más importante de la extremidad inferior, con un injerto de la safena, y se «embolizaron» las ilíacas, «lo que fue otro de los aciertos». En total más de siete horas de intervención, desde minutos antes de las siete de la tarde, que fue cuando se produjo la terrible cogida, hasta casi las tres de la madrugada, cuando De la Viña fue trasladado del quirófano a la UCI de la Quirón. Sin duda, uno de los momentos más difíciles vividos por el eminente cirujano, que recordó, por su extrema gravedad, las cornadas de Ortega Cano y de Juan Ramos, como otras de carácter gravísimo.

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Lejano parecía en la clínica Quirón, el recuerdo de la cornada, la consternación de los toreros, con Perera también herido, y el aluvión de espectadores que se acercaron a la enfermería ofreciendo su sangre. Allí la imagen de un abuelo con su nieto, que salieron aprisa del tendido y se ofrecieron para lo que hiciera falta por salvar al torero.

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