El torero madrileño habla por primera vez tras su terrible percance el 15 de septiembre, en el que perdió la visión del ojo derecho, aunque los médicos dejan una puerta abierta a la esperanza
Javier Cortés - José Ramón Ladra
Madrid
«Me han crecido alas en las cicatrices». La melodía de Mikel Erentxun, con letra de Maika Makovski, acompaña a Javier Cortés desde su terrible percance del pasado 15 de septiembre en Las Ventas. Pisó su plaza con el objetivo de siempre, sin ambages ni medias tintas, «o triunfar o morir».
Así como suena, así nació de su voz entrecortada por tantas emociones en su primera comparecencia tras la cogida que cambió su «mundo», aunque no su espíritu de torero en constante lucha por esa verdad tan olvidada. «Con el grana y oro con el que tantos sentimientos he compartido, iba vestido aquel día. Tiré la moneda y salió cruz, la más probable de las probabilidades con aquel toro del Marqués de Albaserrada, “Golfo”, del que nunca me olvidaré».
Aquella tarde Cortés perdió la visión del ojo derecho. El matador madrileño, de 30 años, lo supo desde el momento en que se llevó la mano al rostro tras caer herido en la arena. De ahí, al hule del calvario y a la vez de la salvación: «En la enfermería pensé lo peor, pensé que podría morir, pero no que fuese a morir Javier Esteban Cortés Fuentes, la persona; pensé que podría morir Javier Cortés, el torero, y eso sí era lo peor para mí», relató con sincera crudeza.
Tras una primera intervención en la Monumental por el equipo del doctor Máximo García Padrós, fue trasladado al hospital Gregorio Marañón. «Allí, sin mi vestido de torear ya, sentí el ánimo de mi familia y amigos –contó–. Yo pensaba que todo se iba a terminar allí, que empezaría una nueva vida y que seguramente mi ojo no pudiera reconstruirse. Pero después de varias horas y tantas muestras de cariño, hubo una distinta. Era la primera vez que nos dábamos la mano, con una persona que prefiero que quede para mí, pero fue muy especial y vi que la moneda que ese día había salido cruz volvía a ponerse de cara».
El silencio se hizo por momentos. Se amalgamaban la sensaciones en Cortés, con unas gafas de sol que ocultaban sus ojos pero no su mirada más íntima. Aquella madrugada de viacrucis, «en esa noche que era para descansar, empezó a cambiar mi mundo».
Esperanza de recuperar la vista
El dolor y el sufrimiento han sido grandes, aunque más aún las muestras de apoyo de los suyos y de la familia taurina. Para todos tuvo palabras de agradecimiento. «Gracias» para los conocedores de «mis penas y mis alegrías, de mis inquietudes». Y a los médicos, con una mención especial a Pilar Rojas, «que resucitó al torero y llenó de ilusión a la persona». A Javier Cortés le aguarda un largo camino de recuperación, pero su sueño de volver a torear en 2020 le mantiene vivo.David Antolín, jefe de Oftalmología del Hospital la Milagrosa, se refirió a la gravedad del percance: «Sufrió un traumatismo tremendo. Si hubiera sido dos o tres centímetros más allá, no hablaríamos de Javier en presente, porque cerca hay estructuras vitales que no hubiesen podido tener solución en la plaza». Estremecían las palabras, aunque dejó abierta una puerta a la esperanza de la recuperación de la vista: «El ojo ya estaba muy delicado antes (había sufrido un desprendimiento de retina). La situación actual sería la segunda peor, porque el traumatismo está muy cerca de la órbita, pero por suerte no hubo fracturas y se ha conservado la estructura. Cuando acabe la próxima temporada, haremos todo lo posible para intentar conseguir la visión». Sobre los riesgos de regresar a los ruedos, Antolín señaló: «Es un alarde que pueda torear con la visión de un solo ojo, pero su ilusión hace que se encuentre cómodo».
Javier Cortés ha vuelto a la vida de torero, la que una tarde de septiembre creyó perder. Esa ventana derecha cerrada al mundo, con todo a media luz, se abrió en un apretón de manos. Cortés no ha cogido aún el capote ni la muleta, pero «no paro de pegar muletazos por mi casa con la toalla y la chaqueta». De fondo, la melodía que le acompaña desde la madrugada más larga: «No voy a cambiar, no voy a perder, no voy a caer... Me han crecido alas en las cicatrices». Vuela, torero.
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