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sábado, 11 de enero de 2020

Las grandes mentiras de Hemingway en San Fermín

Un libro del pamplonés Miguel Izu pone las cosas en su sitio sobre las visitas del escritor a la fiesta

Hemingway en los sanfermines en los años cincuenta.
Hemingway en los sanfermines en los años cincuenta. AGE FOTOSTOCK
Borja Hermoso
Hay para todos los gustos. El escritor falangista pamplonés Rafael García Serrano decía que Hemingway era “el mejor agente publicitario de las fiestas de San Fermín”. La propia propaganda franquista, pese a la contrastada postura del personaje en favor de la causa republicana, y porque le venía fetén, lo vendió como un mujeriego machista, simpaticote y buscabroncas, bebedor sin límite, amante de las viejas tradiciones de la patria española, enamorado de los toros y cazador de todo tipo de bestias —vaya, algo más parecido a un tipo de Illinois que votara a Vox que a un reportero militantemente rojo—.

Juanito Quintana, propietario del hotel del mismo nombre (y en el que siempre se alojó Hemingway, en contra del mito del hotel La Perla, donde según los grandes expertos del tema nunca durmió) y en verdad el único amigo íntimo que el escritor hizo en Pamplona, lo definió así: “Ernesto era un tipo muy raro. Tenía mal carácter. Era orgulloso. Con el que le era antipático se ponía insoportable, sobre todo cuando bebía. Y era un tacaño”. Finalmente, el propio Ernest Hemingway se autorretrató en una carta a su amigo Francis Scott Fitz­gerald enviada desde la localidad navarra de Burguete, adonde solía ir a pescar, dándole su personal receta del paraíso: “Una plaza de toros y un río con truchas”.

Todas estas frases y una montaña más de anécdotas, verdades, mentiras, mitos y bulos los encontrará el lector interesado en el autor de Fiesta o en los sanfermines (o en las dos cosas) en las páginas de Hemingway en los sanfermines (Ediciones Eunate), libro del escritor y abogado pamplonés Miguel Izu. “Las leyendas abundan y a menudo desplazan a la historia”, cree Izu. Por ejemplo, y para desgracia de mitómanos mentirosos, Ava Gardner nunca pisó los sanfermines. Ni Gertrude Stein, ni Picasso, ni Errol Flynn, ni Man Ray, ni Lauren Bacall, ni…, ni…, ni…

No es cierto que Hemingway se pasara la vida de sanfermines. Fue, eso sí, 10 veces. La primera, en 1923. Viajó con su primera esposa, Hadley, embarazada de seis meses. Volvieron en 1924 con el escritor John Dos Passos. Hemingway iba a los encierros, pero lo que de verdad le interesaban eran las vaquillas emboladas, que solía recortar. Regresaron en 1925. Y en 1926, cuando el escritor conoce uno de sus templos predilectos: Casa Marceliano, donde se ponía ciego de ajoarriero, vino clarete de Las Campanas y whisky. En 1927, cuando ya era una celebridad tras haber publicado su novela Fiesta, popularizando los sanfermines en todo el mundo; en 1929, en 1931… y, ya mucho después, en 1953. Volvió en 1956 (ya tenía el Nobel) y cerró el ciclo en 1959, dos años antes de pegarse un tiro en su casa de Ketchum, Idaho. Estuvo en los sanfermines con cuatro esposas distintas, siempre rodeado de una cohorte de amantes, amigos y pelotas. Comió y bebió en Las Pocholas, el Txoko, el Torino y el Kutz, amó, escandalizó (solía llegar al hotel Quintana de madrugada como un ciclón y con un buen ciclón), desayunaba pollo y langosta…, y se las arregló para no hablar de política ya en pleno franquismo. Hasta ahí, todo verdad. Pero ni escribió sus libros en las mesas del café Iruña, ni fue detenido junto a su amigo Antonio Ordóñez, ni recorrió las calles de la vieja Iruña junto a los rostros más famosos de Hollywood, ni…, ni…, ni… El libro de Miguel Izu deja cada cosa en su sitio. La verdad, la leyenda, el mito, el bulo. Impagable. Riau-riau.

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