Dicen descartar una abolición. No van a
prohibir el toreo. Pero silencian que lo van a estrangular, a asfixiar, a
hacer imposible su celebración. Ambigua declaración para seguir dándole
connotaciones difusas a cada cortocircuito verbal de quien ya ocupa una
vicepresidencia social, y tiene designadas responsabilidades políticas
en la elaboración de esa nueva Ley de Bienestar Animal. Quien guarda en
su mente la obsesiva intención de acabar con los toros.
Y en ese discursear que va y viene según
les convenga. En ese acostumbrado uso de no aclarar a dónde van, pero
van, el partido animalista PACMA le recuerda al ministro Pablo Iglesias
lo que prometió días antes de las últimas elecciones, la convocatoria de
un referéndum sobre la tauromaquia en España. Así que no faltan razones
para la sospecha, quizá, porque lo acordado entre PSOE-UP no será una
película de ficción. Tal vez un amargo “no saber” que preocupa y empeora
las contradicciones en una Fiesta que, por otra parte, sigue
columpiándose al borde del vacío.
De esta manera, y pese a que el toreo se
debate desde hace tiempo entre lo ético y lo retórico sin llegar a
encontrar ese discurso que ha de ocupar el equilibrado punto de la
balanza, se hace imprescindible constituir de una puñetera vez ese
compacto bloque, de ideas claras y contundentes, que intente objetivar
el presente y le dé algo de luz al futuro. Porque todo se acentuará más
si empresarios, toreros y ganaderos siguen sin ser conscientes de la
urgente necesidad de una unión sin fisuras e intereses individualistas.
No queda otra que apostar, de una vez por todas, por la fusión de todo
el taurinismo. Y si no, esto no hace falta que lo prohíban. Esto se
acaba solo.
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