Superada una grave sepsis, el torero valenciano relata en ABC su experiencia en la UCI, donde se casó y recibió la extremaunción
El Soro, en silla de ruedas tras retirarle la prótesis de la rodilla izquierda, en su casa de Valencia - Rober Solsona
Rosario Pérez
Apenas tres semanas atrás era el arpa de Bécquer en el ángulo oscuro, dormidas las cuerdas. Clínicamente muerto, El Soro aguardaba como Lázaro una voz que le dijese «levántate y anda». De rimas y leyendas es la vida del torero de Foyos, de 57 años: «Tengo el Guinness de anestesias y operaciones». Ha superado cuarenta intervenciones en su pierna biónica y otras veinte por cornadas. En enero, hospitalizado dos veces por varias anginas de pecho y una gravísima sepsis, doblaban ya las campanas. Pero se obró el milagro: «Estuve muerto y resucité», relata el único superviviente del cartel maldito de Pozoblanco. Aún le queda «mucho por hacer» hasta la sagrada cita con Paquirri y Yiyo.
—¿Cómo se encuentra?
—Muy vivo después de estar muerto. Reencontrarme con la vida después de sufrir la experiencia más difícil de mi existencia ha sido muy gratificante.
—¿Alguna vez había sentido tan cerca a la muerte pisándole los talones?
—Me he tuteado varias veces con ella, pero esta vez ha sido la que más de cerca nos hemos hablado, más despacito.
—Ha vuelto a burlar a la parca...
—Muchas, pero gracias a Dios el indulto existe. Nuestro Señor Padre ha sacado el pañuelo naranja. Yo soy un hombre de fe y creo que Dios ha tenido en cuenta mi humanidad: he sido buen hijo, buen padre, buen amigo, he tenido una humanidad toreable. En definitiva, he tratado de pasar por la vida haciendo el bien. Le voy a confesar una cosa...
—Adelante.
—Solo tenía un uno por ciento de posibilidades de salvarme y un noventa y nueve de no contarlo más. Todo estaba a la contra. Ni los médicos del Clínico de Valencia lo entienden, pero aquí nunca se sabe. En el parte pone: «Resurrección del paciente Vicente Ruiz El Soro». Y yo pedí que añadieran: «Torero».
—¿Cuántas vidas tiene El Soro?
—He superado al Lázaro bíblico. Yo me he levantado varias veces de la muerte, en el último instante.
Esplá dice que Lázaro no tiene mérito, que quien lo tengo soy yo, que me he levantado ocho o diez veces de la tumba.
—¿Cómo recuerda los días en la UCI?
—Fueron muy duros. Me estaba apagando con la sepsis: se me pararon los riñones, los pulmones, sufrí un paro multiorgánico, el cerebro fallaba... Me han contado los médicos que el año pasado entraron 47 pacientes con mi cuadro y no salió ni uno, y yo también estuve muerto pero resucité.
Aquí estoy vivo y agradecido a Dios y a mis ángeles de la guarda, los doctores Silvestre, Arnau y Zaragoza, a todo el equipo, y al doctor Cavadas, pues él descubrió la sepsis.
—¿Es verdad que recibió la extremaunción?
—Sí, me la dieron y me despedí de todos mis seres queridos. Desde dentro de la habitación, escuchaba los murmullos y sollozos de mi mujer, de tantos compañeros y seres queridos. Lloraban a las puertas y yo me abracé a Dios. Quise hacer las cosas bien y, antes de entrar en coma, me casé con Eva en una boda civil y organicé mi funeral. Pedí que tocaran mi pasodoble, que me dieran la vuelta al ruedo en la plaza de Valencia... Yo sería una estrella que iba a brillar desde el cielo para que la Fiesta resplandeciera siempre.
—Y asomó el pañuelo naranja.
—Sí, cuando ya estaba en las tablas, aguardando la muerte, el puntillero marró a última hora y Dios enseñó el pañuelo naranja del indulto. Me desperté con una fuerza tremenda. Lo he pasado muy mal, y al mismo tiempo diría que muy bien.
—¿Cómo se siente ahora?
—Me retiraron la prótesis de la rodilla izquierda y tengo extensores, por lo que voy en silla de ruedas. Ya decidirán si se pone otra prótesis o si hay que amputar. De momento se ha salvado al hombre, ya veremos qué pasa con la pierna. Aún es pronto para saberlo. Estoy débil y dolorido por las curas, pero feliz, dando gracias. Si Cavadas no llega a detectar la enfermedad de la sepsis, llevaría varios días enterrado. Los milagros existen. He roto los cánones: estaba muerto y estoy vivo.
—¿Qué encaste sería El Soro?
—Uno muy enrazado, Santa Coloma y Saltillo, como ese toro de Victorino o Adolfo que se crece y embiste por derecho; también noble como uno de Juan Pedro, Victoriano del Río o Cuvillo, que sigue hasta la extenuación. Tengo unos principios arraigados. Y a ellos vuelvo.
—¿A cuáles se refiere?
—Terminamos por donde nacemos. Yo empecé siendo el niño de la huerta, con mis coliflores, mis alcachofas, mis lechugas... Todo para ayudar en casa. Y ahora vuelvo a la hortaliza para perder peso.
—En 2015 tuvo el mérito de prepararse para torear en una Feria de primerae como Fallas y cortó una oreja.
—Después de 22 años en una silla de ruedas, fue maravilloso sentir el traje de luces y a la afición. Volví, peleé y demostré una capacidad y una escala de valores de los guerreros que nunca mueren.
Quise transmitir un mensaje de esperanza a las nuevas generaciones que no encuentran el horizonte, enseñarque todo es posible si se lucha.
—¿Qué diría a aquellos animalistas que celebraban su estado crítico?
—Ante todo hay que ser humano. Los animalistas deberían preocuparse más por la humanidad, por los niños que mueren de hambre y no por el gatito. Mire, el toreo es una filosofía. Quieren exterminar algo que se llama Cultura, que ha inspirado a actores, escultores, músicos y pintores. Yo no voy a decir nada a aquellos que no creen en la gente y en su país. España es un país muy grande y los toros son una tradición cultural y una forma de sentir, con mucha fuerza en el pueblo. Solo pido que nos dejen vivir y nos respeten.
—¿Orgulloso de su profesión?
—Muchísimo. Me siento muy orgulloso de ser lo que soy, un matador de toros que ha trabajado para dar un sustento a su familia y para crear obras de arte con un toro. En un mundo animal, yo quisiera ser un toro bravo y morir luchando. Larga vida a la tauromaquia.
Larga vida a El Soro, el torero para el que no hay milagro imposible.
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