Antonio Álvarez Barrios, aficionado de postín y apasionado de la fiesta de los toros
Antonio Álvarez Barrios, monosabio en Las Ventas, en una foto sin fecha de la década de los años cincuenta
Antonio Álvarez Barrios (Madrid, 1934) es un aficionado a los toros de los pies a la cabeza; por impresiones, por sentimiento, por vocación… Quiso ser torero, como tantos jóvenes de su época, toreó mucho en el campo, se enfundó el traje de luces en varios festivales en los que actuó como sobresaliente, pero lo más cerca que estuvo de la gloria fue vestido de monosabio en la plaza de Las Ventas, de 1950 a 1960, al lado del toro y de las grandes figuras de la época.
Hijo de familia acomodada, prefirió los estudios de Derecho y Periodismo a las fatigas de la profesión torera; completó su formación en Estados Unidos gracias a una beca Fulbrigth; allá fundó el Club Taurino de Chicago, se casó y tuvo un hijo. De vuelta a España dirigió diversas empresas del grupo Fierro y se jubiló como presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes de Electrodomésticos.
Un hombre de mundo, de innata curiosidad y vasta formación, amante de la cultura -su segunda esposa es María Corral, exdirectora del Museo Reina Sofía-, colaborador de medios de comunicación, entre ellos de este, un personaje entrañable, un conversador divertido y, por encima de todo, un apasionado de la tauromaquia, de aquella que conoció en Madrid a poco de terminar la guerra civil, y de esta otra a la que acude puntualmente con su abono de toda la vida.
“Tengo 85 años y estoy para torear mañana si no me toca una vaca que me exija mucho”, cuenta ufano Álvarez Barrios, quien entorna los ojos y recuerda con íntimo regocijo sus inicios en la ‘profesión’.
“José Tomás me pidió que imitara el paseíllo de Manolete”
A ello contribuyó la afición de su padre, un abogado prestigioso, alto cargo de la Cía. Transmediterránea, a quien su hijo ha superado en interés y conocimiento, según sus propias palabras.
“Un día que toreaba Joselito en Madrid, mi padre no podía acudir porque le tocó guardia en la batería en la que cumplía el servicio militar. Era tal la pasión que despertaba este torero que todos los soldados se apuntaron al reconocimiento médico para conseguir la baja del servicio. Cuando le tocó a él, le preguntó el médico: ¿Y a usted que le sucede? Pues que tengo dos entradas para ver a Joselito, y, si me acompaña, vamos los dos a los toros. Y la prescripción fue tajante: rebajado del servicio”.
Álvarez Barrios se matriculó en Derecho y en la Escuela de Periodismo, pero ni una ni otra materia consiguió apartarlo de su vocación inicial. Y en primero de facultad decidió hacerse monosabio de Las Ventas.
“Descubrí un mundo muy interesante”, continua Álvarez Barrios; “una experiencia muy enriquecedora, viví la fiesta desde dentro, tuve un contacto cercano con los toreros, y fui testigo de sus preocupaciones en el túnel de los miedos; unos sacaban fuerzas de flaqueza, y otros eran víctimas de la enorme tensión que les producía torear en Madrid, como era el caso de Antonio Ordóñez, que se ponía literalmente enfermo en la puerta de cuadrillas porque era consciente de la exigencia de la plaza”.
El monosabio, que tantas veces acompañó a la enfermería a los toreros heridos, también visitó a los médicos como víctima de los toros.
“Dos cornadas sufrí en los diez años de mi carrera como monosabio. La primera, en el debut como novillero del hijo de Chicuelo. Un novillo derribó al picador, intenté hacer el quite con la vara, pero en lugar de correr hacia las tablas lo hice hacia fuera, y el animal me volteó y me infirió una herida en el glúteo. Y la otra fue en el bajo vientre, cuando un toro se metió por debajo del picador y me sorprendió mientras trataba de sostener al caballo”.
“La fiesta ha cambiado. Las Ventas sigue rugiendo, pero el sonido de hoy es distinto"
“He admirado a Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez, Rafael Ortega…, y he sido un declarado seguidor de Manolete. Siendo yo un niño lo vi en dos corridas de Beneficencia y otra en Valencia, y quedé estupefacto. Un día visité a José Tomás en la clínica de La Fraternidad, y me preguntó: ¿Tú has visto a Manolete? ¿Te gustaba? Me gustaba como hacía el paseíllo, le contesté. Y me obligó a que lo imitara en la habitación. El mimetismo con la figura de Manolete lo tenía obsesionado”.
Confiesa Álvarez Barrios que se sigue emocionando hoy en una plaza de toros, y mantiene la confianza de que la fiesta pervivirá a pesar de los ataques que padece.
Añade que le preocupan el abandono de algunos ganaderos, cansados de luchar con las empresas y los apoderados; la actitud de los políticos de izquierda, la corriente animalista y la situación económica de tantos toreros (matadores y subalternos) que no pueden comer de su trabajo.
“La fiesta ha cambiado -y mejorado- sustancialmente desde mis años jóvenes”, concluye. “He visto rugir a Las Ventas ante actuaciones apoteósicas, y hoy lo hace, pero el sonido es distinto. Todavía me emociono, y el día que no sienta esa pasión, que no se me salga el corazón por la boca, dejaré de ir a la plaza. Pero espero morir antes de que eso ocurra”.
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