La Operación Gedeón
fracasó tras un año de choques entre exmilitares, políticos y
contratistas que conspiraron desde Colombia. EL PAÍS reconstruye los
pasos del último plan contra Maduro
Fuerzas de seguridad de Venezuela patrullan la costa de La Guaira, donde se produjo el intento de incursión marítima. Rayner Peña / EFE Javier Lafuente. Francesco Manetto
EL PAÍS
Mascara deportiva con filtro de carbon
Alrededor de cincuenta hombres, dos lanchas rápidas, diez fusiles y un plan suicida. El enésimo intento de
derrocar a Nicolás Maduro
se quedó en un rocambolesco desembarco en dos playas próximas a
Caracas, Chuao y Macuto, y fue desactivado en cuestión de horas el
pasado 3 de mayo.
La llamada Operación Gedeón dejó al menos siete
muertos y decenas de detenidos, entre los que se encuentran exoficiales
venezolanos y
dos mercenarios estadounidenses .
Pero ese episodio, que se enmarca en el clima belicista alentado por el
sector más radical de la oposición al régimen chavista, solo es
el epílogo de una larga historia.
Transcurre entre Colombia —cuyos servicios de inteligencia y Gobierno
quedan cuestionados—, Estados Unidos y Venezuela, y en ella intervienen
políticos, militares, empresarios, contratistas, asesores de seguridad.
El resultado es una muestra de la capacidad de penetración de la
inteligencia del aparato bolivariano La incursión en la costa caraqueña de hace dos semanas es, hasta el
momento, el capítulo más disparatado para intentar desestabilizar al
Gobierno de Maduro. Pero no ha sido el único. El relato de lo sucedido,
reconstruido por EL PAÍS gracias a los testimonios de una decena de
fuentes conocedoras de los hechos, refleja
el descontrol de una estrategia
consecuencia de una guerra de egos que, en definitiva, se ha convertido
en un bumerán que ha asestado un golpe a Juan Guaidó. El líder de la
oposición rechaza, sin matices, estar involucrado e incluso haber estado
al tanto de la Operación Gedeón, mientras el malestar internacional e
interno, dentro de la oposición, no ha hecho sino crecer y una pregunta
se repite desde hace dos semanas: ¿cuál va a ser la siguiente sorpresa?
“La caída de Nicolás Maduro se ha vuelto un negocio, es cuestión de
tiempo”. La euforia con la que una persona muy cercana a Guaidó
pronunciaba esta frase en febrero del año pasado, en un restaurante de
Caracas, cobra más sentido con el paso del tiempo. El dirigente
opositor, reconocido como presidente interino de Venezuela por más de 50
países, acababa de regresar entonces de una gira por Sudamérica después
de cruzar la frontera para asistir al intento de entrada de
ayuda humanitaria por Colombia
en uno de los momentos políticos más tensos vividos en Venezuela. Desde
entonces, se han producido varios acercamientos, al menos cuatro, de
personas o empresas que se presentan bajo el eufemismo de compañías de
seguridad, ofreciendo sus servicios para de una u otra manera propiciar
la caída de Maduro o fortalecer lo que surgiese de ella.
El hervidero de Cúcuta
Para
entender las premisas de las últimas conspiraciones hay que viajar a la
ciudad fronteriza de Cúcuta (Colombia) en los días previos al 23 de
febrero del año pasado. La localidad era un hervidero de operadores
políticos, uniformados, representantes de agencias de inteligencia de
distintos países, inversores con intereses en una transición en el país
vecino, cooperantes y miles, decenas de miles de personas vinculadas a
la oposición. En vísperas de esa jornada, cuando fracasó la operación
promovida por Bogotá, Washington y la oposición al chavismo para
introducir en Venezuela camiones con ayuda humanitaria, se celebró
un concierto organizado por el magnate británico Richard Branson.
Entra en escena entonces una figura clave en el último plan contra
Maduro. Se trata de Jordan Goudreau, exmiembro de las fuerzas especiales
de Estados Unidos, veterano de Irak y Afganistán y hoy representante de
la firma de seguridad privada Silvercorp, con sede en Florida.
Durante
esos días Goudreau se encargó de la protección de los artistas, pero también encontró un terreno fértil para intentar hacer negocios.
Nicolás Maduro muestra los documentos de los dos ciudadanos estadounidenses detenidos. Prensa Miraflores / EFE
En ese momento Venezuela vivía días de turbulencias
políticas después de que en enero Guaidó se proclamara presidente del
país y en las filas opositoras varios cargos vislumbraron la posibilidad
de formar una especie de ejército particular para intentar una
incursión. Cúcuta era el epicentro de esos movimientos. “
De los 1.700 hombres que Venezuela tuvo en los refugios encargados
por el Gobierno colombiano y manejados por ACNUR [para recibir a
venezolanos que querían salir del país], solamente 163 fueron los que en
verdad pasaron de Venezuela hacia Colombia el 23 y los días
siguientes”, relata una fuente al tanto de los movimientos de los
militares desertores. “El resto era personal militar, policial, bomberos
que estaban dispersos en América e inclusive algunos en Europa. Fueron
llegando sencillamente porque pensaban que se iba a organizar una
operación”.
Un exgeneral con ínfulas cercano a Chávez
Pero
las expectativas de estos opositores que vieron la posibilidad de
lanzar una operación contra Maduro quedaron frustradas. Sin liderazgo ni
referentes, no tuvieron más alternativas que encerrarse en
esos centros de acogida. El único nombre que aún resonaba entre ellos
era el de Clíver Alcalá.
Este exgeneral fiel a Hugo Chávez rompió con Maduro en 2016 y se fue a
Colombia. Al menos dos fuentes que trabajaron a su lado en las fuerzas
armadas venezolanas, y otras tantas que lo han seguido de cerca desde el
ámbito político, lo describen como “una persona carismática, con mucha
voluntad, mucho empuje: desde sus tiempos de servicio activo tenía fama
de abusador, desviaba el poder, no respetaba, actuaba con mucha furia y
apoyó al régimen en la mayoría de los desmanes que había cometido”.Hace
un mes y medio, a finales de marzo, Alcalá fue acusado formalmente por
Washington de tráfico internacional de drogas. Fue incluido en una lista
en la que aparece junto a la cúpula del chavismo. El exgeneral, que
residía en Barranquilla, en el Caribe colombiano, decidió entonces entregarse a la DEA, pero antes habló públicamente de un complot para derrocar a Maduro que se estaba organizando en Colombia e hizo referencia a la incautación de un arsenal de armas. El exgeneral venezolano Clíver Alcalá, en 2016. JUAN BARRETO / AFP Fue precisamente Alcalá el primero en hablar de un contrato estipulado el pasado mes de octubre por el equipo de Guaidó con Jordan Goudreau y su empresa, Silvercorp,
que estaría detrás del desembarco en la costa caraqueña de hace 15
días. Juan José Rendón, conocido como JJ, un controvertido asesor del
líder opositor que ha participado en campañas de muchos políticos
latinoamericanos y al que siempre se han atribuido operaciones oscuras,
admitió hace unos días haberlo firmado. “Era una exploración para ver la
posibilidad de captura y entrega a la justicia de miembros del
régimen”, reconoció el consultor en la CNN, que exculpó a Guaidó ante la
aparición de su supuesta firma en los mismos documentos. Rendón, que
llegó de la mano de Leopoldo López, dimitió de su cargo, pero la tibieza
del líder opositor, que aceptó la renuncia aunque en un principio evitó
despedirlo pese a las presiones internas, ha suscitado un enorme
malestar en la oposición ante lo que consideran la imposibilidad de
romper con su jefe. El hecho de que Colombia —país que comparte con Venezuela más de 2.200
kilómetros de frontera y destino de cerca de 1,5 millones de venezolanos
que en los últimos años migraron en busca de oportunidades— fuera la
base de operaciones hace un año para fraguar un intento de golpe pone de
por sí la lupa sobre sus autoridades. Por complicidad o por omisión.
Alguien de la cadena de mando militar debió de estar al tanto, al menos
hasta cierto momento. Aunque todos, empezando por el presidente, Iván
Duque, se desvincularon rotundamente de lo sucedido y formalmente el
Gobierno instó a los dirigentes opositores en el exilio a informarles de
cada paso. Las dudas sobre si un sector de la inteligencia colombiana
próximo al expresidente Álvaro Uribe
actuó con el beneplácito de este, pero no del de Duque, cobran fuerza
con el paso de las semanas y por la versión de diferentes fuentes, tanto
venezolanas como colombianas.
Esos planes, en cualquier caso, se pusieron en marcha justo
después del 23 de febrero de 2019. Alcalá, con fondos procedentes de la
oposición, comenzó a organizar unos campos de entrenamiento cerca del
municipio colombiano de Riohacha, en el departamento caribeño de La
Guajira. Se trata de un territorio poco poblado en el que se mezclan
desierto, selva y montaña que linda con Venezuela y que él conoce debido
a vínculos familiares y a su pasado como comandante en esa región, en
la que estrechó lazos con guerrilleros de las FARC. Los ordenadores
incautados en 2008 al entonces número dos de la guerrilla, Raúl Reyes,
revelaban la cercanía entre
Alcalá e Iván Márquez, jefe negociador de la guerrilla en La Habana, hoy un líder disidente que rompió con los acuerdos de paz.
Operadores políticos
Mientras
tanto, en Caracas se intensificaba el pulso entre Guaidó y Maduro. El
país sufría una crisis eléctrica sin precedentes y tomó vuelo otra
opción, que se manejaba en paralelo. Todas las fuentes consultadas
coinciden en que en todo momento ha habido múltiples planes sobre la
mesa; pocos se explican cómo el más disparatado de todos fue el que
terminó por desarrollarse. Fue la asonada del 30 de abril de 2019.
Tenía el objetivo de provocar una ruptura de las fuerzas armadas y
facilitar una etapa de transición con la participación de algunos altos
cargos chavistas. Como los demás intentos, fracasó y terminó con un
incremento de la tensión y la liberación de Leopoldo López después de
pasar tres años encarcelado y casi dos en arresto domiciliario. El
dirigente opositor y líder del partido Voluntad Popular encontró
resguardo horas después en la residencia de la Embajada de España en
Caracas, donde todavía permanece.Esa operación se
precipitó, según al menos dos fuentes, debido a la insistencia del mayor
del Ejército venezolano Javier Nieto Quintero, que fue precisamente
quien junto a Goudreau reivindicó el intento de incursión marítima de
hace dos semanas. El fracaso del plan de abril de 2019 provocó una
desbandada. El exjefe del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) Cristopher Figuera ,
que participó en esos hechos, huyó a Estados Unidos tras pasar unas
semanas en Colombia. “El personal militar se quedó sin padre ni madre.
Los que estaban en Cúcuta se quedaron definitivamente aislados en sus
refugios y los que estaban con Clíver Alcalá también quedaron aislados
en el campamento de Riohacha. Y los que estaban en Venezuela, por
supuesto, temerosos de la acción del Gobierno debido al control público
que se hacía”, resume un oficial. Asistentes al concierto organizado en Cúcuta en vísperas del 23 de febrero de 2019. Fernando Vergara / AP
¿Qué pasó entre abril de 2019 y mayo de 2020? Para empezar, entran en escena dos
operadores políticos próximos a Leopoldo López. Ya
a mediados de mayo del año pasado, Lester Toledo, que había sido uno de
los coordinadores de la ayuda humanitaria, y Jorge Betancourt,
organizan reuniones en Bogotá para explorar posibles acciones. Lo
hicieron, durante esas semanas, en al menos tres ocasiones. Sobre la
mesa estaba el plan que estaba diseñando Goudreau. El exmilitar
norteamericano proponía en un primer momento entrar por las líneas
fronterizas, ir destruyendo a los grupos de las FARC y del ELN, y
posteriormente insistía en entrar con 300 hombres por la costa a través
de La Guaira.
Pero otros sectores de la oposición al
tanto de estos planes los consideraron disparatados desde el comienzo.
“Para conquistar una cabeza de playa hay que tener un volumen de fuego y
una cobertura aérea suficiente, más cuando te estás metiendo en el centro del poder militar venezolano. En
La Guaira solamente está el cuerpo de infantería de la Marina, pero
tienes a Caracas cerca y dos batallones de infantería muy poderosos que
pueden decidir cualquier operación militar”, asegura una de las fuentes
consultadas. El tenor de las apreciaciones de Goudreau, según algunos de
quienes lo conocieron, daba la idea de su desapego de la realidad:
“Cada uno de mis hombres equivale a 500 combatientes venezolanos”.
Este
exboina verde participó en otro encuentro en junio de 2019. Fue
acompañado por un puertorriqueño llamado Lorenzo que actuó como
intérprete y se reunió con Clíver Alcalá, que también fue con traductor,
el teniente venezolano en el exilio Arturo Gómez Morantes. Los
asistentes evaluaron
el coste de la operación, que al principio rondaba los 700.000 dólares y posteriormente ascendió hasta 1,8 e incluso 3 millones.
El entorno de Leopoldo López quería tener la última palabra sobre el
dinero recaudado, lo que generó tensiones entre los presentes. Tanto es
así que Toledo y Betancourt informaron al día siguiente de la necesidad
de apartar a Alcalá, puesto que ya entonces el exgeneral estaba
sancionado por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) de
Estados Unidos. Lanzaron una propuesta al teniente Gómez Morantes para
que él dirigiera la incursión.
Este, según las fuentes consultadas, grabó la conversación y se la envió a Alcalá. Y
fue así como se produjo la primera fractura entre el sector militar y
político. Contactado por EL PAÍS, Toledo asegura que nunca tuvo nada que
ver con Alcalá y que lo denunció desde que fue elegido diputado por el
Estado de Zulia. Además, se desvincula de forma rotunda del desarrollo
de la Operación Gedeón en las costas venezolanas.
El exgeneral contaba en ese momento con no más de 70 hombres
repartidos en algunas casas de campo de La Guajira, pese a que él
presumiera en público de 300 soldados. La falta de ingresos profundizó
su malestar. Esos hombres no tenían una dieta sana y algunos enfermaron
por no tener acceso al agua potable, de acuerdo con al menos tres
personas al tanto de la situación en los campamentos. Solo más tarde
recibió unos fondos y la situación mejoró. Alcalá hasta llegó a comprar
camisetas y zapatillas deportivas para los entrenamientos.
Por entonces, en el verano de 2019,
Jordan Goudreau ya estaba instalado
en una vivienda del acomodado norte de Bogotá con al menos cuatro
personas: un estadounidense, un puertorriqueño, un hondureño y un
mexicano.
El papel de la inteligencia colombiana
Una
de las incógnitas es el papel de la inteligencia colombiana. Según las
fuentes consultadas, el abandono de los campos y el diseño del plan
contribuyeron a que los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de
Colombia relajaran la vigilancia. Sin embargo, al menos
Clíver Alcalá estuvo
en contacto con la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI) colombiana
desde su llegada al país. En la recta final del último mandato de Juan
Manuel Santos (2010-2018), le recibió el general Juan Carlos Buitrago,
entonces subdirector de la agencia, y en mayo del año pasado fue captado
en medio de la celebración de una cumbre por Carlos Narváez,
subdirector de operaciones, con quien mantuvo relación durante meses.
En
todo momento, según varias versiones, Toledo y Betancourt presumían de
contactos en el Gobierno colombiano, con el expresidente Álvaro Uribe o
el entonces embajador colombiano en Estados Unidos, Francisco Santos. El
actual jefe de la DNI fue el jefe de la Casa Militar durante el mandato
de Uribe. El sector más radical de la oposición recela de Iván Duque,
a quien atribuye demasiada prudencia el 23 de febrero, y se considera
más afín al ala más dura del Centro Democrático, el partido fundado por
Uribe. Sin embargo, no se han aportado evidencias de que esos contactos
se produjeran con frecuencia o fueran fluidos.
El estratega político J. J. Rendón. Yasmín Rincón / EFE Quedan las dudas sobre si alguien en el Gobierno estaba informado y dejó
que los hombres de Alcalá y Goudreau siguieran actuando. En cualquier
caso, al margen de la intensidad de la vigilancia de Colombia, los
agentes se encontraron con un abanico de personalidades que
comprometían, de entrada, cualquier tipo de conspiración. “En Venezuela todas las conspiraciones han fracasado
por cinco razones: porque hay un poco de mitómanos, gente que te dice
que tiene 50 batallones dispuestos a intervenir y no es verdad; porque
hay un montón de ilusos, gente que piensa que si ellos dan un paso
muchos los van a seguir; porque hay estafadores, gente que ha hecho de
la necesidad de restituir la democracia en Venezuela un negocio; la
cuarta son los ignorantes, gente que no sabe de artes y ciencia
militares; y la última son los locos, con componentes de vanidad y de
ego”. Estas palabras, de un antiguo alto mando militar, son de alguna
manera el punto de unión entre las premisas y lo que vino después. La organización del operativo en Colombia se complicó. Entran en escena
otros dos oficiales venezolanos, los tenientes coroneles Illich Sánchez y
Rafael Pablo Soto Manzanares, que desempeñaron un papel determinante en
la asonada del 30 de abril, al mismo tiempo que el mayor Nieto Quintero
y Rodney Pacheco, al que se le consideraba uno de los responsables de
seguridad de Juan Guaidó. Fueron ellos los que, entre finales del pasado
verano y el inicio del otoño, comienzan a conversar con un grupo de
militares en el exilio encabezado por los hermanos Sequea,
sobre todo con Juvenal y Antonio Sequea, quien fue detenido por las
autoridades venezolanas el en el intento de desembarco del pasado 3 de
mayo. “Illich Sánchez y Soto Manzanares le recomiendan a Leopoldo López
retomar otra vez contacto con esta gente, ya que los hermanos Sequea
eran los que se iban a hacer cargo de la operación”, asegura una de las
fuentes al tanto de los movimientos.
Poco después, entre finales de noviembre y principios de
diciembre, Antonio Sequea es detenido en el aeropuerto El Dorado de
Bogotá mientras trataba de volar a España con pasaporte falso. Los
motivos de ese viaje se desconocen, aunque la sospecha de operadores al
tanto del plan es que tuviera que ver con búsqueda de financiación.
El exgeneral Hugo Carvajal, apodado
El Pollo, hoy prófugo de la justicia española, había sido jefe de Sequea y en 2019 apoyó públicamente la causa de Guaidó.
Hay
un vacío en el tiempo que no ha terminado por aclararse y que está
cubierto por un manto de especulaciones más que de certezas. Tras saltar
por los aires la Operación Gedeón hace dos semanas, se supo que esta
había sido planeada en un principio por asesores de Guaidó, siendo el líder visible J. J. Rendón. El
estratega venezolano ha insistido en que, entre octubre y noviembre,
ante las exigencias de Goudreau, rompió con él. Sin embargo, el exboina
verde siguió adelante con sus propósitos. Quién le dio el beneplácito es un interrogante, mientras muchos dudan que los servicios de
inteligencia de Colombia no supieran de sus movimientos en la capital
colombiana y por todo el país. Al menos tres fuentes al tanto aseguran
que están tratando de seguir el hilo del dinero que pudo haber recibido,
pues no dudan que, a través de testaferros, le siguió llegando
financiación para la operación fallida. Ver si ese dinero llegaba desde
dentro de la oposición, como piensan muchos pues hay un sector
convencido de que una intervención militar es la única solución, o desde
el Gobierno de Maduro, que se entera de los planes, es algo que de
momento no está esclarecido.
Operación de contrainteligencia
De
lo que hoy, en cambio, pocos dudan es de que la operación estaba
infiltrada o penetrada por informadores del régimen de Maduro. Ya a
finales del año pasado cundían las sospechas en sectores de la
oposición. El mandatario venezolano se refirió en algunas apariciones
públicas a supuestos “rambos” que conspiraban desde Colombia, una
descripción que encaja con la figura de Goudreau. En segundo lugar,
según la información filtrada desde la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana (FANB), en enero el chavismo realizó una operación, cerca de
las playas donde se intentó la incursión marítima. Las fuerzas de
seguridad allanaron hoteles, albergues y posadas
en busca de Clíver Alcalá, cuyo
hermano es embajador de Venezuela en Irán, y ciudadanos
puertorriqueños, hondureños y estadounidenses. Un rastreo que coincide
con las nacionalidades de los hombres que compartían vivienda con
Goudreau en Bogotá.
Además, los uniformados realizaron un ejercicio de
defensa del puerto, bautizado como Punto de Resistencia Bravo.
Patrulla de la Armada venezolana en la costa de La Guaira. Rayner Peña / EFE
También hubo un simulacro de cierre de la ciudad de Caracas, ubicada a unos 30 kilómetros de la costa. En la grabación del
interrogatorio de Luke Denman,
uno de los mercenarios estadounidenses detenidos, este afirma que su
misión era hacerse con el control del aeropuerto para permitir el
aterrizaje de aviones estadounidenses y sacar a Maduro del país. Aunque
en sus primeras declaraciones no lo menciona abiertamente, el Aeropuerto
Internacional Simón Bolívar de Maiquetía se encuentra junto al puerto
de La Guaira.
El 11 de marzo, además, el Ejército
venezolano capturó en una zona fronteriza de La Guajira conocida como
Trocha número 30 a un teniente llamado Figueroa Fernández. La detención
se produjo en uno de esos cientos de caminos informales que conectan
Colombia y Venezuela y fue fortuita, según el relato de una fuente
militar, porque el oficial conducía a alta velocidad en una trocha.
Este, según información de la FANB, bajó del vehículo y se dijo
También hubo un simulacro de cierre de la ciudad de Caracas, ubicada a unos 30 kilómetros de la costa. En la grabación del
interrogatorio de Luke Denman,
uno de los mercenarios estadounidenses detenidos, este afirma que su
misión era hacerse con el control del aeropuerto para permitir el
aterrizaje de aviones estadounidenses y sacar a Maduro del país. Aunque
en sus primeras declaraciones no lo menciona abiertamente, el Aeropuerto
Internacional Simón Bolívar de Maiquetía se encuentra junto al puerto
de La Guaira.
El 11 de marzo, además, el Ejército
venezolano capturó en una zona fronteriza de La Guajira conocida como
Trocha número 30 a un teniente llamado Figueroa Fernández. La detención
se produjo en uno de esos cientos de caminos informales que conectan
Colombia y Venezuela y fue fortuita, según el relato de una fuente
militar, porque el oficial conducía a alta velocidad en una trocha.
Este, según información de la FANB, bajó del vehículo y se dijo dispuesto a
colaborar. Apenas dos semanas después, las autoridades colombianas
incautan un arsenal de armas, pero no hacen público el operativo durante
unos días. Sin embargo, Nicolás Maduro tarda siete horas en mencionar
el decomiso, mientras el ministro de Comunicación, Jorge Rodríguez, al
día siguiente, da los detalles del plan de Goudreau y Clíver Alcalá. Cuando
este se entrega a Estados Unidos, muchos en las filas opositoras
pensaron que era inviable continuar con el plan. Sin embargo, la
operación siguió adelante.
Malestar generado
Las consecuencias que ha tenido la Operación Gedeón aún son imprevisibles, pero no cabe duda de que ha supuesto una sacudida a
las aspiraciones de Guaidó y
al mayor tesoro que este tiene: el apoyo internacional. Las fuentes
consultadas, dentro y fuera de Venezuela, en diversos países, admiten
que el malestar generado en Estados Unidos por la chapuza de hace dos
semanas ha sido mayúsculo. Lo mismo ocurre en Colombia y en algunos
países de Europa. Si no ha saltado por los aires el apoyo a Guaidó ha
sido porque todos los actores son conscientes de que es la única figura
que aún articula una unidad frente a Maduro, al menos a nivel nacional.
En
Venezuela ocurre algo parecido. Las desavenencias crónicas de la
oposición no tardaron en manifestarse, sobre todo en privado. En
público, el partido Primero Justicia, de
Henrique Capriles, que
permanece en Venezuela y de Julio Borges, exiliado en Colombia, ha sido
el único que ha criticado lo ocurrido y exigió a Guaidó romper con J.
J. Rendón. “Parece que nos hemos subido a la máquina de Marty Mcfly y
hemos retrocedido a 2018”, resume una de las fuentes, ante el reto que
tiene por delante la oposición.
En el chavismo tampoco
hay una postura clara sobre qué hacer ante un nuevo intento de derrocar a
Maduro. Celebran que la oposición les haya brindado, sin costo alguno,
una unidad en el seno de las fuerzas armadas que tapa, al menos por el
momento, las grietas internas. Un sector, que encabezaría
el propio Maduro y
cuya figura más visible es Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación,
se muestra partidarios de no actuar contra Guaidó, esto es, descarta la
posibilidad de detenerlo, pese a que se han intensificado los ataques
contra él y el asedio a su círculo más próximo. Rodríguez siempre ha
sido partidario de la idea de que el líder opositor termina por errar, y
eso les beneficia. Hay otro bando, no obstante, encabezado por Diosdado
Cabello,
número dos del chavismo, que siente que la autoridad
del Gobierno sufre un golpe, por leve que sea, cada vez que se evidencia
un intento de fractura de las fuerzas armadas.
La Operación Gedeón, un nuevo plan disparatado, ha sacudido a Venezuela en medio de
la pandemia de la covid-19.
Antes de la llegada del coronavirus, la oposición y el chavismo
ultimaban un acuerdo para la recomposición del CNE, con vistas a las
elecciones parlamentarias previstas para finales de este año. La
pandemia lo trastocó todo. No solo en el ámbito político. La crisis para
los venezolanos se ha agudizado; la hiperinflación se ha vuelto a
disparar, la escasez de combustible es total. Hasta hace unas semanas,
miembros de la oposición mantenían canales abiertos con el Gobierno para
tratar de que el ingreso de ayuda humanitaria fuese mayor. Una parte de
los críticos con Maduro, dentro y fuera de Venezuela y en buena parte
de la comunidad internacional, cunde la necesidad de que lograr un
acuerdo humanitario abriría la posibilidad de iniciar una negociación
política. “Que haya voluntad política, no es necesariamente lo mismo a
que haya un acuerdo político”, señala una fuente. No obstante, aún hay
líderes con peso que creen que
la caída de Maduro es
solo cuestión de tiempo y siguen azuzando el fuego de una intervención.
De ahí que no pocos se pregunten: ¿Cuál será el siguiente plan
disparatado?
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