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domingo, 10 de marzo de 2024

Los atentados que conmocionaron a España

La explosión de diez mochilas bomba en cuatro trenes de Cercanías causó 191 muertos y 1.857 heridos en el mayor atentado cometido en Europa

Uno de los trenes donde los terroristas hicieron explosionar las mochilas bombaLA RAZÓN


RICARDO COARASA

LA RAZÓN

Esa noche del 10 de marzo de 2004, España se fue a dormir con Rajoy y Zapatero apurando los últimos días de campaña de las elecciones generales, con el Real Madrid de Queiroz pasando a cuartos de la Champions tras ganar con un gol de Zidane al Bayern en el Bernabéu y con los ecos de un intento de golpe de Estado en Guinea Ecuatorial para desbancar a Obiang. El día siguiente era jueves, otro jueves cualquiera asomándose al fin de semana. Como cada mañana, miles de ciudadanos llenaban los red de Cercanías en plena hora punta camino del trabajo. De la estación de Alcalá de Henares salían uno tras otro los trenes en dirección a Atocha. A las 7:01 uno. A las 7:04 otro. A las 7:10, a las 7:14... Era la rutina de un día cualquiera, la del café que se apura a la carrera para llegar a tiempo a la estación, las cabilaciones laborales que no te han dejado dormir bien, el apresurado beso de despedida hasta la tarde o los planes para tomar unas cañas después del trabajo. A las 7:37 todo cambió para siempre. Una explosión, luego otra y aun una tercera, separadas por apenas un minuto, dos de ellas ya con el convoy 21431 detenido en los andenes de Atocha, ese tren que había salido de Alcalá unos segundos después de las siete.



Simultáneamente, otras tres explosiones en las estaciones de El Pozo y Santa Eugenia, ambas en el distrito de Vallecas. Las dos primeras, en el tren 21435, este de dos plantas, y la segunda, en el convoy 21713, el que había partido a las 7:14 de la ciudad alcalaína. Aún se producirían cuatro más apenas un minuto después, a las 7:39, en el tren 17305 que estaba a punto de llegar a Atocha y circulaba en ese momento a la altura de la calle Téllez. Diez estallidos que habían sembrado el terror y el desconcierto en la capital de España. 191 muertos. 1.857 heridos. El atentado más grave cometido jamás en Europa. El 11M.

Los terroristas habían colocado en los vagones trece mochilas bomba. Tres de ellas no llegaron a explosionar. Una situada en el primer vagón del tren que estalló en Atocha y dos más en el piso inferior del tren de El Pozo (una fue desactivada en la propia estación por los Tédax y la otra en el parque Azorín). Las consecuencias fatales de los atentados, por tanto, podrían haber sido incluso mayores. Cientos de vidas, miles, quedaron rotas con esas explosiones. Jesús no volverá a abrazar a su joven esposa, Ana, ni conocerá ya a Samuel, el hijo que esperaban para mediados de mayo. Ana cambia el turno en el trabajo porque tenía hora con el ginecólogo por la tarde. Insiste en coger el Cercanías para no retrasar a su marido en el inevitable atasco si la acercaba en coche. Viaja en el tren que estalla en la calle Téllez. Es una de las 63 víctimas de ese convoy. Los caminos de las peruanas Jacki y Vilma Contreras, hermanas, también se separan sin remedio esa mañana. Las dos suelen viajar juntas en el Cercanías desde Villaverde Alto, pero ese día Jacki se demora desayunando y su hermana se adelanta. En Atocha, como suele, espera el tren que le llevará, que nunca le llevará ya, a Nuevos Ministerios. En el fatídico anden 2. Vilma, que ha cogido el tren anterior, ya está fuera de la estación cuando escucha el estruendo de la explosión que deja 34 cadáveres en la estación. Dos vida, como tantas otras, rotas por el 11M.



Son horas de angustia y dolor inmenso, de imágenes que nunca quisimos ver, de sonidos que no se olvidan, como los de esos móviles de las víctimas en el silencio del andén de El Pozo. Son las llamadas de los familiares que quieren escuchar la voz de sus seres queridos y que estremecen a quienes ya están allí intentando ayudar; sanitarios y, también, ciudadanos de a pie en una ola de solidaridad que recorre toda España. Es una mañana frenética en un Madrid sacudido por la pena y la rabia. Todavía no se conoce la identidad de los fallecidos y muchos familiares, ante la imposibilidad de contactar con la personas que viajaban en los trenes, se recorren los hospitales de la capital con la esperanza de encontrar su nombre en las listas de heridos. Lamentablemente, algunos terminarán esa infructuosa búsqueda, ese doloroso peregrinaje, en Ifema, el recinto ferial convertido esa noche en una gran morgue.

Los equipos de emergencia –sanitarios, bomberos, agentes, psicólogos y tantos otros– y los hospitales tienen que mantener la calma para hacer frente a un reto mayúsculo: la atención a los casi dos mil heridos repartidos por cuatro focos distintos. Había que salvar vidas, y había que hacerlo rápido.

Mientras desde el Gobierno de José María Aznar se seguía apuntando a ETA como responsable de los atentados –lo que provocó 48 horas después masivas concentraciones de protesta frente a las sedes del PP en plena jornada de reflexión–, el juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo ponía ya en marcha una investigación que apuntalaba la autoría islamista y que concluye en 2007 con casi cinco meses de intenso juicio, tras el que 21 acusados serían condenados (el Supremo absolvería después a cuatro de ellos y sumaría otro condenado, Antonio Toro), aunque ninguno como «cerebro» de los atentados y solo uno, Jamal Zougam, por haber puesto las bombas en uno de los trenes, el que explosionó en Santa Eugenia.

Los principales responsables de la masacre no se sentaron en el banquillo. Menos de un mes después de los atentados, el 3 de abril, siete terroristas de la célula que cometió la matanza, cercados por la Policía, se inmolaron en una gran explosión en el piso de Leganés donde se refugiaban, un estallido que provocó la muerte a la víctima 192 del 11M, el GEO Francisco Javier Torronteras.

Veinte años después de los atentados de Madrid, solo tres de los condenados siguen en prisión por estos hechos. Además de Zougam, Otman el Gnaoui (condenado también como autor material) y el exminero José Emilio Suárez Trashorras, que facilitó los explosivos a la célula. Tendrán que esperar hasta marzo de 2044 para salir en libertad, tras cumplir el máximo legal de 40 años.

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