Crónica de la 22ª de la Feria de San Isidro
Llegaba José Escolar a Las Ventas para abrir el triduo cárdeno de San Isidro, completado por Victorino Martín y Adolfo Martín en los días sucesivos. En jornada de descanso, habían hecho los vendedores acopies de víveres, desechando la opción de las pipas. Hasta Grefusa disminuyó su tirada. Y les pillo sin existencias… Los cárdenos ni ofrecieron la bravura de otros años ni la emoción que llega a través del medio. Un encierro de medias tintas con el sello de su falta de raza y de bravura, aunque siempre con un peligro constante que no llegó a los tendidos. En esa distancia entre ruedo y público, no se valoró una faena de Damián Castaño propia en otros tiempos de una oreja si hubiera estado acertado con el acero. Robleño volvió a destacar en la suavidad y en su constante juego de piernas, mientras que Gómez del Pilar no dejó ningún pero.
La falta de poder y de raza de José Escolar no llevó al público todas las complejidades que tuvo. Al igual, que se confundió alegría en la arranca con bravura debajo del peto. O varias ovaciones en el arrastre a toros de bravura escasa y más en la frontera de la mansedumbre. Se le picó poco a la corrida, pero no tuvo fondo para aguantar las faenas. El de más complicaciones fue el quinto, que ya salió cuando la tarde había entrado en su densidad. Agresivo por delante, poco armónico, suelto de carnes. Con más cargamento por delante, que por detrás. El de Escolar desarrolló en los primeros tercios un sentido que sólo tuvo una virtud: que su poder no era grande. Salió del caballo sin entrega. Algo que consiguió Damián Castaño con su verdad en el cuerpo y en su sitio. Doblegó el poder del astado, cogiendo la mano izquierda cuando la altura del embroque del toro era más propio de quitar los engaños que de querer embestir. Una faena de exposición y de crédito que en otros tiempos muy lejanos habría levantado la admiración de un público, que entró en la faena en la última serie. Ya cuando el dominio del salmantino era de absoluta superioridad. Tres naturales cargando la suerte y rematando en la cadera. Media estocada desprendida.
Se lució el segundo al caballo con honores de bravo, cuando realmente no lo era. El de José Escolar no fue franco al peto, buscando siempre los cuatros traseros del caballo. Derribó a Alberto Sandoval en el primer encuentro, por dejar sin apoyos al caballo, al cogerlo por las patas de atrás. A pesar de tampoco emplearse y repucharse en el segundo encuentro, dejó Gómez del Pilar tras su quite por verónicas el toro de Damián Castaño a larga distancia. Una generosidad envenenada. Buscó excusas el toro sin fijeza, antes de arrancarse con alegría. Tomó el público con entusiasmo el galope, sin analizar la nula pelea del toro debajo del caballo cuando Alberto Sandoval colocó el puyazo en lo alto. Un destacado tercio de varas, con una ovación de justicia para el picador. Trasladó el toro su juego a la faena de muleta, perdiendo el celo cuando se le exigía por abajo. Una constante fue la de buscar la colocación y el pitón contrario de Damián Castaño. Se tiró de verdad -como lo fue toda su tarde- en la suerte suprema, saliendo empalado cuando el toro le tapó la salida.
De todo el encierro, fue el tercero el de hechuras más finas y corto de manos. También, el de embestidas con más ritmo por el pitón derecho. El inicio de faena parecía el prólogo de una faena grande, pero el fondo del astado fue tan escaso que no llegó más allá de la segunda serie. El resto de la larga faena se desarrolló con un absoluto dominio del torero. Bien enlotado, correspondió el de finas hechuras con el imponente sexto. Todo un tío por su altura y su cuerpo, que fue deslucido por su nulo embroque. Nunca pasó y nunca quiso hacerlo. De milagro también su poco poder. Otra historia hubiera sido.
Volvió Fernando Robleño en tarde de oficio a conjugar la suavidad con un juego de piernas siempre propicio para buscar el pitón contrario y provocar la embestida sin brusquedad alguna. Sí la tuvo por momentos el primero, en la frontera de la mansedumbre en sus remates sin celo y en sus arreones hacia los adentros, aunque con embroque para fajarse con él. Así lo hizo el madrileño en una faena larga, con intensidad continua y lucimiento intermitente por la embestida del toro. Los naturales fueron de mucho mérito. El cuarto, amplio de cuerpo, no dijo absolutamente nada dentro de una corrida que sólo fue reconocida por su presentación. Ni José, ni Escolar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario