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sábado, 19 de mayo de 2012


LUIS ALIPIO BURGUERA

-aficionado de solera y cante-


José Manuel Quintero Strauss*

 A solicitud del Lic.Germán D’Jesús Cerrada, periodista, comerciante exitoso y aficionado taurino con talante, inicio con esta crónica una serie en homenaje y recuerdo a destacados merideños seguidores del arte taurino para que él la divulgue a su bien y entender.
He querido comenzar con don Luis Alipio Burguera, por haber sido el primer presidente de la Comisión Taurina Municipal de la ciudad de Mérida al inaugurarse nuestra Monumental Plaza de Toros (1967). Hace casi una década escribí algo similar.
Fue este tovareño un aficionado como pocos al mágico mundo de la tauromaquia, ganadero, chalán y empresario poseía un alto nivel de conocimientos sobre la esencia y la técnica del toreo y de la cría de caballos, producto de su contacto diario con el mundo natural en su añorada finca Tacarica en Tovar, regalo de sus padres cuando apenas contaba 14 años de edad. La Sultana del Mocotíes lo vio nacer un 8 de julio de 1908 en el hogar de Alipio Burguera Dávila y doña Magdalena Dávila Uzcátegui. Fue el tercero de los doce hijos de aquel matrimonio. Sus estudios primarios los realizó en su ciudad natal, bajo la égida de las señoritas Ananías Avendaño y Mª Paula Colmenares. Durante su estada en el Colegio Salesiano de Táriba estudió música particularmente la sinfonía. Muchos aún recuerdan sus interpretaciones “de peine con papel” y su inimitable don para silbar armoniosamente. Junto a sus hermanos conformó una orquesta familiar: Mario al tambor, Lola, Cristina e Irma tocaban el piano y Jorge la guitarra. Eran una familia alegre, unida y sociable. De Táriba enrumbó a la isla de Trinidad. Se destacó como buen nadador. Su compañero Pedro Pablo Paredes contaba como Luis Alipio fue paseado en hombros en el puerto de Maracaibo, cuando el vapor que lo conducía desde la isla naufragó y nuestro personaje salvo varias personas de ahogarse. De regreso a Tovar paso a administrar la Luz eléctrica Burguera, propiedad de la familia. Su verdadera pasión la desarrolló en su finca Tacarica. Se sentía a sus anchas en aquel mundo donde no existían artificios, comodidades o modernidad. Aquellas haciendas de café, los pueblos vecinos, los caseríos y su gente formaban parte de aquel tovareño entrañable. Un hombre de gratísima conversación, colmada de sapiencia y fino humor. Un compañero solidario.
Su afición por el mundo del toro era apasionante, una inquietud, un desasosiego lo invadía repentinamente a sus primeras señales.  De allí en adelante todo bajaba como un torrente, así como estalla  y va cayendo el solo de trompeta, en la estrofa inicial del pasodoble España Cañí. Don Luis Alipio nunca perdía espacio alguno del toro bravío para la corrida, desde la observación en los encierros, días antes anunciaba –y acertaba-  el comportamiento de cada animal. Todos aquellos conocimientos los demostró con destreza y gran virtud, al conducir con acierto y justicia la Comisión Taurina Municipal los años 1967 y 68. Casó con la hermosa tovareña Maura Sardi Consalvi, su compañera de toda la vida con quien procreó nueve hijos, entre ellos seis mujeres que heredaron de su madre el garbo y la belleza. Doña Maura era una referencia de beldad en el Valle del Mocotíes.
Los caballos de paso fue otro de sus entusiasmos. Aún resuenan los nombres de Dólar –su brioso alazán dorado-, Machote, Trianero y Gitano. Y aquella famosa yegua La Conga, negra hito (sin un solo pelo de otro color) que adiestró para su esposa a quien enseñó a montar, convirtiéndola en gran amazona de fina estampa. Por los años ’50 se fue a la Zona sur del Lago para establecer  una hacienda en selva virgen, deforestar, organizar, criar ganado, sembrar. Su madre quería tenerlo cerca de ella en nuestra ciudad y lo motivaron para que instalara –conjuntamente con su cuñado Luis Augusto Jugo Amador- la Ferretería Mérida (media cuadra abajo del Hotel Chama por la Av. 4), donde trabajó hasta su muerte acaecida el 3 de junio de 1972. De sus amigos cercanos se recuerdan a Belisario Gallegos, Juan José Uzcátegui, Pepe González Sardi, Augusto Rodríguez Aranguren, don Toto Dávila y muchos otros, sin olvidar a Sixto, su leal capataz en Tacarica quien decía que su patrón tenía más de trescientos ahijados y por ello llamaba a todo el mundo compadre para no pecar de olvidadizo. Fue Prefecto de la ciudad en los albores de la democracia (1958). La vida y la obra de don Luis Alipio le merecieron el reconocimiento, el afecto y el recuerdo grato de una sociedad que supo valorar sus cualidades de excelente ciudadano, cuya desaparición física constituyó una sentida pérdida para la sociedad merideña. El médico Alberto Noguera escribe muy acertadamente “Entre los regalos que la vida le había otorgado, Luis Alipio sentía especial predilección por los tres siguientes: la fortuna de haber nacido en el seno de una familia tradicional andina acomodada; la buenaventura de su alianza con Maura y la buena estrella de haber logrado convertir a sus hijos e hijos en mujeres y hombres de bien, la mejor recompensa que la existencia otorga a sus padres”.
J.J. Uzcátegui R. su compañero de siempre lo describió así: “Fue el aficionado y caballero y por ende culto, sencillo y amigo, con el hombre de mano callosa dialogaba de tú a tú, lo mismo que compartía el criollo cocío como el cognac o champagne con los suyos sin distingos ni prejuicios. Esta pequeña crónica rinde homenaje a un merideño de ancestro, un caballero a carta cabal que se formó en la recia disciplina del trabajo y supo distinguirse como hombre bueno y útil.
El subtítulo –aficionado de solera y cante- es también de J.J. Uzcátegui que, en una traducción liberal, me permito describirlo como… un madero fuerte de porte andaluz agitanado. Y todo parece indicar que así fue don Luis Alipio Burguera Dávila cuya gráfica con elegante sombrero de la época adorna el frontis de la sede de la Comisión Taurina Municipal de Mérida en nuestra Monumental Plaza de Toros.

*chachaqst@hotmail.com

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