LUIS ALIPIO BURGUERA
-aficionado de solera y cante-
José Manuel Quintero
Strauss*
A solicitud del Lic.Germán
D’Jesús Cerrada, periodista, comerciante exitoso y aficionado taurino con
talante, inicio con esta crónica una serie en homenaje y recuerdo a destacados
merideños seguidores del arte taurino para que él la divulgue a su bien y
entender.
He querido comenzar con don Luis
Alipio Burguera, por haber sido el primer presidente de la Comisión Taurina
Municipal de la ciudad de Mérida al inaugurarse nuestra Monumental Plaza de
Toros (1967). Hace casi una década escribí algo similar.
Fue este tovareño un aficionado
como pocos al mágico mundo de la tauromaquia, ganadero, chalán y empresario poseía
un alto nivel de conocimientos sobre la esencia y la técnica del toreo y de la
cría de caballos, producto de su contacto diario con el mundo natural en su
añorada finca Tacarica en Tovar, regalo de sus padres cuando apenas contaba 14
años de edad. La Sultana
del Mocotíes lo vio nacer un 8 de julio de 1908 en el hogar de Alipio Burguera
Dávila y doña Magdalena Dávila Uzcátegui. Fue el tercero de los doce hijos de
aquel matrimonio. Sus estudios primarios los realizó en su ciudad natal, bajo
la égida de las señoritas Ananías Avendaño y Mª Paula Colmenares. Durante su estada
en el Colegio Salesiano de Táriba estudió música particularmente la sinfonía.
Muchos aún recuerdan sus interpretaciones “de peine con papel” y su inimitable
don para silbar armoniosamente. Junto a sus hermanos conformó una orquesta
familiar: Mario al tambor, Lola, Cristina e Irma tocaban el piano y Jorge la
guitarra. Eran una familia alegre, unida y sociable. De Táriba enrumbó a la
isla de Trinidad. Se destacó como buen nadador. Su compañero Pedro Pablo
Paredes contaba como Luis Alipio fue paseado en hombros en el puerto de
Maracaibo, cuando el vapor que lo conducía desde la isla naufragó y nuestro
personaje salvo varias personas de ahogarse. De regreso a Tovar paso a
administrar la Luz
eléctrica Burguera, propiedad de la familia. Su verdadera pasión la desarrolló
en su finca Tacarica. Se sentía a sus anchas en aquel mundo donde no existían
artificios, comodidades o modernidad. Aquellas haciendas de café, los pueblos
vecinos, los caseríos y su gente formaban parte de aquel tovareño entrañable. Un
hombre de gratísima conversación, colmada de sapiencia y fino humor. Un
compañero solidario.
Su afición por el mundo del toro
era apasionante, una inquietud, un desasosiego lo invadía repentinamente a sus
primeras señales. De allí en adelante
todo bajaba como un torrente, así como estalla y va cayendo el solo de trompeta, en la
estrofa inicial del pasodoble España Cañí. Don Luis Alipio nunca perdía espacio
alguno del toro bravío para la corrida, desde la observación en los encierros,
días antes anunciaba –y acertaba- el
comportamiento de cada animal. Todos aquellos conocimientos los demostró con
destreza y gran virtud, al conducir con acierto y justicia la Comisión Taurina
Municipal los años 1967 y 68. Casó con la hermosa tovareña Maura Sardi
Consalvi, su compañera de toda la vida con quien procreó nueve hijos, entre
ellos seis mujeres que heredaron de su madre el garbo y la belleza. Doña Maura
era una referencia de beldad en el Valle del Mocotíes.
Los caballos de paso fue otro de
sus entusiasmos. Aún resuenan los nombres de Dólar –su brioso alazán dorado-,
Machote, Trianero y Gitano. Y aquella famosa yegua La Conga, negra hito (sin un
solo pelo de otro color) que adiestró para su esposa a quien enseñó a montar,
convirtiéndola en gran amazona de fina estampa. Por los años ’50 se fue a la Zona sur del Lago para
establecer una hacienda en selva virgen,
deforestar, organizar, criar ganado, sembrar. Su madre quería tenerlo cerca de
ella en nuestra ciudad y lo motivaron para que instalara –conjuntamente con su
cuñado Luis Augusto Jugo Amador- la Ferretería Mérida
(media cuadra abajo del Hotel Chama por la Av. 4), donde trabajó hasta su muerte acaecida el
3 de junio de 1972. De sus amigos cercanos se recuerdan a Belisario Gallegos,
Juan José Uzcátegui, Pepe González Sardi, Augusto Rodríguez Aranguren, don Toto
Dávila y muchos otros, sin olvidar a Sixto, su leal capataz en Tacarica quien
decía que su patrón tenía más de trescientos ahijados y por ello llamaba a todo
el mundo compadre para no pecar de olvidadizo. Fue Prefecto de la ciudad en los
albores de la democracia (1958). La vida y la obra de don Luis Alipio le
merecieron el reconocimiento, el afecto y el recuerdo grato de una sociedad que
supo valorar sus cualidades de excelente ciudadano, cuya desaparición física constituyó
una sentida pérdida para la sociedad merideña. El médico Alberto Noguera
escribe muy acertadamente “Entre los regalos que la vida le había otorgado,
Luis Alipio sentía especial predilección por los tres siguientes: la fortuna de
haber nacido en el seno de una familia tradicional andina acomodada; la
buenaventura de su alianza con Maura y la buena estrella de haber logrado
convertir a sus hijos e hijos en mujeres y hombres de bien, la mejor recompensa
que la existencia otorga a sus padres”.
J.J. Uzcátegui R. su compañero de
siempre lo describió así: “Fue el aficionado y caballero y por ende culto,
sencillo y amigo, con el hombre de mano callosa dialogaba de tú a tú, lo mismo
que compartía el criollo cocío como el cognac o champagne con los suyos sin distingos
ni prejuicios. Esta pequeña crónica rinde homenaje a un merideño de ancestro,
un caballero a carta cabal que se formó en la recia disciplina del trabajo y
supo distinguirse como hombre bueno y útil.
El subtítulo –aficionado de
solera y cante- es también de J.J. Uzcátegui que, en una traducción liberal, me
permito describirlo como… un madero fuerte de porte andaluz agitanado. Y todo
parece indicar que así fue don Luis Alipio Burguera Dávila cuya gráfica con
elegante sombrero de la época adorna el frontis de la sede de la Comisión Taurina
Municipal de Mérida en nuestra Monumental Plaza de Toros.
*chachaqst@hotmail.com
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