El público, unos 35.000 espectadores, se enfadó por lo feo que era el toro que regaló el de Chiva
Esta vez no fue por un toro chico. A Enrique Ponce le llovieron cojines (almohadillas), insultos y desprecios por
parte del público cuando el valenciano, de buena fe, regaló un toro con
el que pretendía realizar la faena que no había podido en su lote, pero
todo le salió al revés.
Cierto es que sus veedores en México se han equivocado
continuamente y le han buscado al diestro valenciano broncas gratuitas
en diferentes plazas del país, pero también lo es que el toro que regaló
en la inauguración de la Temporada Grande no estaba chico, eso sí, muy feo.
Paliabierto y no tan rematado como sus hermanos, por lo que el público que llenó el numerado de
la plaza más grande del mundo, tuvo el menor pretexto para increpar a
Ponce, quien, desconcertado porque en un dos por tres vio cómo se
llenaba de cojines el ruedo en una protesta exagerada.
No obstante y pese al peligro en que los espectadores
pusieron en riesgo al matador por lo que implica que haya en el ruedo
obstáculos, Ponce buscó darle una decorosa lidia al sobrero. Pero de muy poco sirvió. El público estaba decidido a que la corrida ya había durado cuatro horas,
que no había correspondido con las expectactivas, y no quiso recibir el
regalo del maestro español que, muy enojado, salió de la plaza no sin
antes sugerir que la actitud del público tiene un «trasfondo», dijo.
Y es que la suerte no le ayudó. Su primero fue noble, pero se quedó parado muy pronto. Con él, Enrique consiguió una faena de momentos artísticos y de otros en los que se metió a los terrenos comprometidos para robarle los muletazos.
El toro de regalo
Su segundo fue imposible y el de regalo, ¡ya ni les
cuento!, manso, soso, en fin. Hacía tiempo que el público no se
molestaba tanto con un torero, pero lo peor del caso es que en esta
ocasión, la cosa no era para llegar a esa magnitud.
Lo sucedido con el público de La México debe ser una
llamada de atención para todos los toreros y es que en ocasiones, sobre
todo los foráneos, han abusado del toro de regalo, de la paciencia de
los aficionados y como se dice por aquí: "tanto va el cántaro al agua,
que termina por romperse".
El otro lado de la moneda lo llevó Diego Silveti,
este torero mexicano, hijo del recordado "Rey David" quien se hizo en
España de la mano de un joven y buen apoderado como José María Garzón, y
está cosechando importantes actuaciones. El domingo, por ejemplo, sin
haber cortado orejas se escuchó el grito consagratorio de "¡torero, torero!"
porque Diego, quien además tiene una marcada personalidad, salió a
entregarse, a hacer lo que sus toros no consiguieran y a no escatimar en
nada para conseguir el triunfo.
Dos faenas muy emotivas con
el capote, variadas además. Luego con la muleta muy firmes y en
ocasiones con arte y temple. El no haber estado muy fino con la espada
le privó al menor de la dinastía mexicana de conseguir las orejas,
aunque el público le reconoció mucho y cada día lo acerca más a su
corazón.
Mal y de malas salió a la plaza Fermín Spínola.
Esa actuación convincente en Madrid hace poco más de un año no la pudo
repetir ayer. A su primero, bravo, lo tardó en entender y a su segundo,
malo, poco le pudo hacer.
Con unos 35 mil espectadores, aproximadamente, se lidiaron siete toros de Xajay
(uno de regalo), bien presentados, bravos para los caballos y de
desigual juego. Sobresaliendo el primero que fue noble, pero débil; el
segundo con raza y el tercero que fue emotivo. Enrique Ponce: palmas, pitos tras un aviso y abucheo tras dos avisos. Fermín Spínola: silencio tras un aviso y palmas. Diego Silveti, vuelta tras un aviso y al tercio tras otro aviso.
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