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El Cid durante su recordada actuación en Las Ventas el pasado 4 de octubre frente a un toro de Victoriano del Río
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El Cid: ««En Otoño encontré una nueva expresión sin perder la profundidad ni el dominio»
ÁNGEL GONZÁLEZ ABAD / MADRID
El torero sevillano agradece la concesión del VI
Premio Taurino ABC, el «Cavia de los toros», que considera el galardón
«más importante» de la temporada
Manuel Jesús «El Cid» recibió ayer la concesión del
VI Premio Taurino ABC como un reconocimiento especial a sus
14 temporadas como matador de toros.
«No tengo palabras de agradecimiento» para un galardón que llega en un
momento «clave» en la carrera de un torero que tomó la alternativa en
Las Ventas en la temporada de 2000, que
ha abierto en cuatro ocasiones la Puerta del Príncipe de la Maestranza y ha salido
dos veces por la Puerta Grande de la plaza madrileña. «El Cavia de los toros» le llega por una faena en la plaza venteña. El pasado
4 de octubre, en plena
Feria de Otoño,
protagonizó una extraordinaria actuación frente a un toro de Victoriano
del Río, que, pese a no rematar con la espada, figura ya en los anales
del coso de la capital de España.
-Aquella tarde fue muy importante, tanto a nivel
profesional como personal. Me ha dado una moral tremenda y una gran
ilusión para seguir trabajando, para seguir avanzando en mi tauromaquia.
-¿Qué tuvo de especial aquella faena?
-Sin duda, marcará un antes y un después en mi carrera. La
gente no esperaba esta forma de concebir el toreo por mi parte, no
fueron solo muletazos largos y por abajo, hubo más. Una nueva expresión
más plástica, más estética, pero sin perder nunca mi concepto de
profundidad y dominio del toro.
-¿Cómo se llega a ese momento? ¿Buscaba El Cid algo diferente en su toreo tras casi tres lustros de alternativa?
-Es el reflejo de muchísimo trabajo, de inquietudes que
surgen, que buscas también. Es una evolución en tu forma de expresarte
delante del toro. ¿Se puede decir que es el resultado de una evolución?
Pues tengo que decir que allí confluyeron muchas circunstancias, un
cúmulo de cosas. Sin dejar de ser El Cid profundo, el toro de Victoriano
del Río me permitió torear de una forma que no todos los toros te
permiten. De mis manos fluyó naturalidad, porque todo lo que hice estaba
basado en lo que siempre ha sido mi toreo, sin renunciar nunca al
clasicismo.
-¿Hay entonces un Cid para cada tipo de toro?
-He demostrado que no soy torero de un toro específico, que
soy capaz de acoplarme a las características de cada astado que me toca
en suerte, que soy capaz de sentir lo que hago en cada instante. Es
evidente que hay toros que no te facilitan esa expresión que me permitió
el de Victoriano del Río en Las Ventas, pero igualmente es cierto que
sea cual sea el enemigo, que sea cual sea la ganadería a la que me toque
enfrentarme, soy siempre fiel a mí mismo.
-El acta
del jurado del Premio ABC hace hincapié en que aquella tarde de otoño
logró suscitar una nueva ilusión en el público madrileño. ¿Cómo es su
relación con la afición de Las Ventas?
-No puedo ocultar que me hacía falta una tarde así. Llevaba
varios años en los que me faltaba esa conexión con el público que sentí
siempre. Bien porque yo no había estado fino, porque la espada no
refrendó buenas faenas, por otras muchas circunstancias, lo cierto es
que les debía una tarde como la del 4 de octubre. Yo siempre me he
sentido un torero arropado en Madrid y, tras catorce años como matador
de toros, tras dos salidas a hombros, tras otros días en los que el
triunfo no llegó, los aficionados madrileños me volvieron a ver con la
ilusión de cuando empezaba, y eso me llenó de moral y esperanza.
-Hablaba de la espada, y es verdad que en muchas ocasiones a El Cid le ha fallado su Tizona.
-Sí, pero quizás las obras imperfectas son las que más
perduran en el recuerdo del público. No culminar con el estoque aquella
faena me dio coraje, el que me cerrara la Puerta Grande me enfadó mucho
en aquel momento, pero con la distancia del tiempo me he dado cuenta de
que los aficionados dan menos importancia a las orejas o a una salida a
hombros, y que lo que de verdad queda es lo que plasmé con mi capote y
muleta sobre la arena venteña.
-Uno de
los momentos más importantes de su carrera fue la tarde del 25 de agosto
de 2007 en Bilbao, en solitario frente a toros de Victorino Martín, y
en alguna ocasión ha hablado de repetir la encerrona, pero en Madrid.
¿Puede ser en 2014?
-La temporada próxima va a ser importantísima, aunque no sé
si llegará ese día. Pero lo que sí tengo claro es que el gesto que me
queda por afrontar en mi trayectoria es lidiar en solitario seis toros
en Las Ventas, y, casi seguro, frente a seis victorinos. Se lo debo.
-¿Ya ha comenzado a rentabilizar el triunfo de octubre?
-Madrid siempre te da mucho, te da más de lo que te quita.
Ahora las perspectivas son buenas. Quiero empezar la temporada en
Castellón y finalizar en Zaragoza. Va a ser un año especial, en el que
debo asumir la responsabilidad de que los públicos me van a exigir mucho
más.
-¿Cómo se presenta el invierno?
-En principio lo encaro sin el trajín de hacer temporada
americana. Únicamente acudiré a Venezuela, a la Feria de Mérida, a
finales de febrero. Hasta entonces, habrá mucha preparación y mucho
campo para estar a punto en cuanto asome la primavera.
La dorada madurez de El Cid
POR ANDRÉS AMORÓS
Al final de esta temporada, el día 4 de
octubre, en la madrileña Feria de Otoño, resurgió el gran toreo de
Manuel Jesús «El Cid», un diestro de impecable trayectoria clásica,
favorito, desde hace años, de la exigente afición de Las Ventas. Un gran
toro de Victoriano del Río le permitió desplegar la dorada madurez de
su estilo. Así lo recogía ABC, al día siguiente, en la crónica del
festejo:
«Casi se llena la Plaza para ver a Iván Fandiño y lo que
vemos es una gran faena de El Cid, malograda por los fallos con la
espada, como tantas veces. Aprovecha el mejor toro para mostrar su
categoría con la mano izquierda. Vestido de azul y oro, El Cid
reverdece, esta tarde, viejos laureles. No en el segundo, que flojea y
cae varias veces. El diestro lo cuida, le da la lidia adecuada, pero no
cabe la emoción. Tiene la fortuna de que le toque el cuarto, un gran
toro, castaño bociblanco, bien armado («media luna las armas de su
frente», hubiera dicho don Luis de Góngora), aplaudido de salida. Desde
el comienzo, embiste con templanza. Se luce El Cid en suaves delantales,
replica por verónicas a las gaoneras de Iván Fandiño: la gente,
lógicamente, feliz. Brinda al público y, dándole distancia, sin dudarle,
inicia los naturales, en tres series de categoría: temple, sabor ritmo,
cadencia... Lo propio de un gran torero. Por la derecha, el toro va un
poco más corto pero Manuel acompaña con la cintura, a media altura.
Concluye con naturales de frente y preciosos remates por bajo. Ha sido
una faena grande, muy del gusto de Madrid. Sólo falta rematarla... pero
pincha. Con admiración y cariño, la gente clama: “¡Para matarlo!” Hasta
una mala palabra se le escapa a mi vecina. Desconsolado, El Cid da una
vuelta al ruedo de las antiguas, de verdad».
Y concluía la crónica -con una cita oculta a Menéndez
Pidal-: «En el otoño, saben mejor los frutos tardíos; esta tarde, el
regusto clásico, la dorada madurez de El Cid».
Como otras veces le ha sucedido, la espada le privó, en
esta ocasión, de cortar los trofeos que de sobra había merecido. No es
la primera vez que eso le sucede en Las Ventas, pero eso no impidió que
el público le aclamara y que su faena haya quedado en el recuerdo como
una de las mejores del año. Para el diestro, además, supuso el
reencuentro con su mejor faceta artística, después de algunos altibajos,
y una enorme satisfacción personal: la demostración rotunda de que
seguía siendo una primera figura de la Tauromaquia.
Él mismo lo reconoció así: «He vuelto a ver a Madrid rugir y sentir conmigo. Había cosas dentro de mí que necesitaba soltar...»
Posee El Cid la solera de un diestro que ha brillado de
modo especial con las corridas duras: la tarde de los seis toros de
Victorino Martín, en la Plaza de Bilbao, queda en el recuerdo como una
cumbre realmente inolvidable.
Nunca se ha salido de los cánones más ortodoxos: el toro
serio; centrarse en las suertes básicas, la verónica y el natural; dar
distancia al toro; cargar la suerte; los muletazos largos y bien
ligados... En resumen, la cabeza fría y el corazón caliente.
Con este Premio, el prestigioso Jurado de ABC ha querido
reconocer los méritos de una trayectoria taurina, la de Manuel Jesús «El
Cid», que ocupa ya un lugar muy destacado en la más clásica Tauromaquia
de los últimos años.
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