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jueves, 24 de julio de 2014

FERIA DE SANTIAGO



De Comillas se acercó a Cuatro Caminos Alfonso Ussía huyendo de los perros fieros que le miden las canillas en la playa. Alfonso una tarde consiguió que Domingo Ortega se pagase una Fanta en Las Ventas. Aunque según el Caña en su 'Fábula de...' Ortega era espléndido en sus fiestas en Navalcaide y agasajaba a sus invitados con los servicios de famoso 'barman' Perico Chicote.

Chicote mandaba a sus camareros con el gobierno de El Juli a 'Recadero', un tacazo de toro, el único con el hierro de Garcigrande. 'Recadero' venía con una bandeja de embestidas de calidad superior, la cara ya colocada en posición de planear y el punto de quererse ir para siempre volver. Si los rottweiler y doberman que se tropieza Alfonso por la playa se moviesen con tan magnífica obediencia a la orden de sus dueños, muchos tragos se evitaría. Juli toreó con los vuelos a placer desde las verónicas ganadoras de terreno. Un puyazo hilvanado apenas y el tranco del toro se embaló como un rayo hacia Alvarito Montes.
La ligazón julista se impuso desde la obertura de péndulos cosidos al juego de muñeca por abajo. Juli con la derecha despacio y atalonado; Juli con la izquierda a placer y acodado; Juli cerebral para cambiar de terrenos a 'Recadero', alejarlo de la cada vez más tentadora querencia y seguir al natural encajado de riñones. Y las virguerías finales que reventaron la plaza. Un circular invertido de doble vuelta fue lo que más puso a la afición santanderina. Julián mató muy trasero, casi por el número, lo que no fue óbice para que se considerase la templadísima y gran faena indigna de las dos orejas.

La seguridad de Miguel Ángel Perera es tan abrumadora que se le puede volver en contra: parar un toro por tafalleras y gaoneras da tanta importancia al sereno valor de Perera como se la quita al toro. Un arma de doble filo. Ni en un tentadero. ¿De ahí en adelante qué más se puede esperar? Altón, robusto, con la cara lavada, el toro de Domingo Hernández -toda la corrida suplía con corpulencia la escasez de armamento y seriedad por delante-, careció precisamente de ese punto de rebosarse en la muleta con un aire de desentendimiento que fue en aumento hasta el olvido.

MAP anduvo sobrado con la bondad. A gorrazos se decía antes. Incluso tiró la ayuda para hacer, o tratar de hacer, ochos en mitad de faena, encaje de bolillos, que casi acaban mal. Perderle el respeto al toro, por un convencimiento cierto de absoluta superioridad, puede ser peligroso. El ejemplar de Hernández acabó rajado y posteriormente muerto de una estocada desprendida y a la moda trasera. En justicia, la cosa, que ya había bajado el diapasón en su intensidad, se quedó en una oreja.

Para conseguir lo mismo, Paco Ureña sufrió una inmensidad con el larguísimo, subido de cruz y feo tercero. Y se hacía aún más desagradable por sus alocados movimientos. Su generoso cuello para lo único que servía era para revolverse en las zapatillas de Ureña cada vez a peor y más frenado. Pasó las de Caín y Abel, pues además el toro se lo había dejado crudo: el gazapeo y el continuo hilo con las pantorrillas se asemejaban a los del cabrón del rottweiler de Ussía. El matador murciano se impuso con redaños y fe.
La emotividad de la segunda parte de la corrida la pusieron los toreros al terminar de desaparecer el trapío pero no la movilidad. El Juli calentó a uno de esos típicos toros de la casa que tanto tiene en la mano y que en su mano crecen. Vulgar pero a más. Y la faena arrancada de voltios un tanto de lo mismo. Encandiló al personal y de no pinchar hace pleno.

El poder y los cojones de Perera cobraron su significado con el geniudo quinto. Más por el genio que por la seriedad del animal. Muy suelta la cara y afilados los tornillazos, pero largos los desplazamientos en el mando de la muleta del extremeño. Nunca alcanzaron las puntas su objetivo, salvo en un desarme. Cuando se sintió podido, el toro se rajó y en tablas Miguel Ángel apretó a fondo el acelerador con unas bernadinas cambiadas y escalofriantes para alcanzar la puerta grande julista. Una batalla palpable. Un espadazo conquistó el objetivo. Incluso se pidió la segunda oreja...

Paco Ureña brindó a sus compañeros, en plan agradecimiento de pobre al que le dejan sentarse a la mesa, el sexto, un zapato con todo bien colocado. Ureña dibujó con sentido clásico del toreo las mejores series por la mano derecha, que era la mano de un buen toro que fue a menos. Abrochó por manoletinas y se tiró a matar con el corazón para no perderse la foto a hombros. Fulminante el espadazo y feliz la gente con todos, que para eso paga. Ya vendremos los críticos a joder con la pelota.

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