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martes, 22 de julio de 2014

LA CRÓNICA DE SANTANDER

La piel del otro

Sólo Padilla pasea una oreja entre el argumento de Ferrera y Fortes

MARCO A. HIERRO, Santander 
La piel del otro suele darnos bastante igual. Es la del otro, la que no sentimos, la que puede romperse, rajarse o desintegrarse, que nos impactará un momento, luego pensaremos "qué pena", y después nos volveremos a nuestros asuntos, que suelen ser más importantes no por vitales, sino por nuestros. La piel del otro no nos duele, pero tendemos -somos españoles- a opinar sobre su cuarto y su mitad, sobre su destino y su uso, como si fuésemos dueños de los conjuros de la perfección y señores de la razón absoluta. La piel del otro comienza a no importarnos cuando desconocemos el sentido de su destino y preferimos ignorarlo que darle su valor. Y lo que es peor, ni siquiera intentamos caminar en sus zapatos. Valen poco los de Fortes hoy, porque vale menos su piel.

Hoy la piel de Fortes está de nuevo ajada por el pitón, magullada por las palizas y, lo que es peor, devaluada por dos silencios que están muy lejos de reflejar su realidad de hoy. Hasta la impresión para la masa -que prefiere siempre no hacerse preguntas- fue de torpeza, que no de consciente apuesta, de serena y firme determinación, de entregada fidelidad a la obra, al concepto, a su verdad. La masa suele pedir con ahínco y con tenacidad los valores que ahora dicen que defienden sus voceros, pero naufragan en la puta realidad cuando tienen la verdad enfrente, tan cruda y tan real como la imagen de uno en el espejo. Y entonces ya no resulta tan bella, ya no nos gusta, y cambiamos su imagen por el sucedáneo que nunca nos haga pensar. Por eso se fue de vacío hoy Fortes de Santander, con el cuerpo maltratado y con una pregunta solemne pululando por su cabeza: "¿Merece la pena?".

La merece para el que le vio apostar la piel ganando el terreno sin cederlo jamás, así tronaran los pedazos del cielo roto. La merece también para el que gritó un olé cuando compuso Saúl la armonía inerte de las tafalleras firmando la obra. Fue con una media cincelada sobre la quietud de los pies, la esbelta conjunción del tronco derecho y el mentón girado tras la embestida del toro, el vuelo acariciando despacio la llegada atemperada y franca y el grito barriguero de una plaza a sus pies. Eso también pasó hoy, cuando se cubrió Saúl la piel con los girones que había dejado la guerra sobre su cuerpo maltrecho. Esfuerzo el del malagueño por su lealtad hacia sí. Y se fue con dos silencios porque le importa poco a la masa lo que ocurra con la piel del otro. "Que no se la hubiera jugado". Y no perdurará este espectáculo si apostar el cuero en la plaza deja de merecer la pena.

También lo apostó Ferrera con los dos toros más hondos en fondo y formas del encierro salmantino. Animales de rascar lo evidente para encontrar lo inesperado. Inesperado en la masa, claro; la que deja de darle valor a la piel del otro. Antonio ya no pasa fatigas con las exigencias porque ha hecho del conocimiento un arte y de ver a los toros su principal virtud. Ferrera tiene la piel curtida a navajazos y una enseñanza en la sangre por cada uno de ellos. Hoy se le acumulan todos cada vez que se viste de luces para ayudarle a escarbar en la voluntad de los animales. Le aguantó al segundo un primer tramo de arrancada costoso y mosqueante por la mirada hacia adentro, que recibía un nuevo toque para regresarla al redil, un trazo suave para convencerlo y una colocación perfecta para esperar asentado el regreso de la humillación. Obediente el toro de El Puerto, con el que buscó la tecla Antonio entre las miles que había en el fondo. Y sólo salió a la luz cuando le apostaron la piel. Aunque no lo pareciese.

Esa entrega, la misma, se la dio Ferrera al quinto, que no quiso entregar la piel si no la jugaba el torero después de los tres lambrazos y medio que dejó el capote extremeño. Vibrante fue el tercio de banderillas, con el animal ofreciendo seriedad y chispa en las embestidas largas, que no perdonaban ni un error, y Antonio clavando con tanta verdad como desacierto en el quiebro por dentro del último par. Otra vez paciencia para atisbar la profundidad en la flojería defensiva del inicio de faena. Otra vez seguridad para buscar el trazo, para enganchar la arrancada cada vez más parecida a la obra que intentaba, para modelar con dulzura la arisca desconfianza de un animal con fondo y para terminar ligando las series en larga faena con final de victoria. No le afecta demasiado a la carrera de Ferrera el mangazo insolente del palco, pero le jode al torero que le roben su remio. Porque era suya la piel que estaba en juego y no vio la Presidencia, ni le importó, lo que ocurría en el ruedo con la piel del otro.

Tal vez tuviera que ver que concedió demasiado pronto el único trofeo tangible al suceso más liviano de cuantos hubo en la tarde. Porque tiene también Padilla la piel surcada por trampas, pero recoge más réditos hoy con ella maltrecha cuando la embestida es clara. Y mucho lo fue la del negro primero, más amplio en el pecho que en la trana, de prominente pelota cuabierta de astracán y las puntas al aire sin estridencias pero con brillo. Ese la empujó hacia adelante, la siguió con las puntas a ras de suelo y viajó tan largo que allí decidió quedarse, aburrido de tanto trapo. Cuatro telas distintas usó con el cuarto Padilla, que sacó de la piel la raza para enterrarse firme frente a la díscola y sorda guasa del ejemplar de Lorenzo. Fue allí donde se batió el cuero y donde enseñó su verdad. Aunque terminase con su lío.

Al menos pescó Padilla y le mangaron a Antonio, que han sufridos muchas veces los rasgones en la piel y hoy vieron partirse la piel del otro, el compañero que camina por la senda de la sangre, que enseña cada día lo que se juega un torero y que vio rajarse hoy su piel en vano. Tal vez en otra ocasión recordemos que en el toro se mata y se muere, aunque tendamos a olvidarnos para hacerlo más sencillo. Total, es la piel del otro...

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Cuatro Caminos, Santander. Feria de Santiago, tercera de abono. Tres cuartos de entrada. Toros de El Puerto de San Lorenzo, de buena presencia, desigual tipo y juego, con el denominador comun de la exigencia y el fondo. Enclasado, fijo y templado el gran primero; hondo en la embestida y serio en las formas el agradecido segundo; pronto, exigente y humillado el áspero tercero; correoso y con guasa el cuarto; profundo en el fondo y arisco en los ademanes el quinto; probón, corto y de reserva el sexto.

Juan José Padilla (celeste y oro): oreja y silencio tras aviso.
Antonio Ferrera (nazareno y oro): palmas tras aviso y vuelta tras petición.
Jiménez Fortes (azul noche y oro): silencio y silencio.

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