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Pamplona
Pamplona. Tercera de San Fermín. Se lidiaron toros de Torrestrella, imponentes y espectaculares de presentación. El 1º, movilidad sin entrega; el 2º, sin humillar y poco claro, muy mirón; el 3º, de media arrancada, protestón y evoluciona a peor; el 4º, complicado y de mal estilo; el 5º, de buen juego; y el 6º, movilidad y nobleza, pero sin humillar. Lleno en los tendidos.
Antonio Ferrera, de tabaco y oro, estocada desprendida (silencio); estocada, aviso (silencio). Miguel Abellán, de blanco y azabache, estocada (silencio); estocada desprendida (oreja). Daniel Luque, de berenjena y oro, estocada fulminante (silencio); aviso, estocada desprendida, cuatro descabellos, dos avisos (silencio).
Psar Pamplona un 7 de julio es algo así como una reconversión. Nada volverá a ser igual. Al menos durante los próximos ocho días. Esa marea blanca, blanca y roja, que lo llena todo, y por encima de todo, esa plaza de casi 20.000 localidades. San Fermín va más allá de todo lo imaginable. Más allá de los encierros, más allá de los toros, más allá del alcohol, de los litros de vino derramado, a la vuelta de todo, hay algo de las fiestas de San Fermín que deja huella en el ADN. Como ayer Miguel Abellán intentó calar en Pamplona en el toro del «Rey», el segundo, claro, imposible no cantarlo, aunque sea mentalmente «que no hay que llegar primero, sino saber llegar», se lo recordaría no hace tanto José Tomás a El Fundi, ya en el retiro, en un homenaje. Y su palabra es la ley. Y resultó que Miguel Abellán quiso estar muy digno con un toro que no tanto. Mirón, resuelto para irse al torero y decidido a no humillar ni por error. Las cosas claras y desde el principio (no se le pudo picar peor, bueno, no tentemos). Abellán hizo como que la cosa no iba con él y se puso por la diestra, lo intentó al natural con una colada de salir corriendo y fuimos viendo que aquello no tenía futuro. Tampoco importó. Se expuso, porque ponerse era exponerse, por el zurdo y tomó la espada para hacerlo de manera eficaz. Bien. Otra estocada sumó Daniel Luque en el tercero. Había tenido el toro miga, de la mala, que guasita sacó. Protestón, de media arrancada y a la defensiva. Si evolucionó fue para mal. Daniel Luque puso la fe y la voluntad, que ya era. El cuarto «Barbito» de nombre fue el único que no se había corrido en el encierro a las ocho de la mañana. No se le notó. Complicado, soltando la cara y sembrando dudas a su paso. Así fue este cuarto que sumaba en negativo las pocas opciones de lo que llevábamos de corrida. Tan espectacular, tan imponente... Quedaba en fachada la apoteosis. Antonio Ferrera anduvo solvente, en la lucha de sacar faena de aquí y de allá, sorteando más que disfrutar, porque tampoco el toro daba pie a tomarse confianzas y disfrutar. Mejor aire tuvo el primero, sobre todo por el pitón derecho, al menos más claridad y largura en el viaje, la clase fue otra cosa, y ayer pareció maldita.
Miguel Abellán volvió de la enfermería para dar cuenta del quinto. Había sufrido una lesión en el abductor y se notó. Fue el Torrestrella de más clase de toda la tarde (era fácil), noble y repetidor, sobre todo a media altura, cuando no tenía que dar mayores cuentas. Por ahí lo exprimió Abellán en una faena larga, de acople, de conquista y reconquista cuando cerró el trasteo con unas manoletinas más que ajustadas, al filo de la hombrera y acusando una lesión que le dificultaba caminar.
El sexto
vino a recordarnos que movimiento y entrega son dos valores que conviven
en ocasiones por separado. Ayer pocas veces se encontraron. Se desplazó
el toro que cerraba plaza en la muleta de Luque, pero por arriba y más
corto cuando se puso por el izquierdo, le molestaba el engaño. Pero por
ahí le cogió la medida y se le vio a gusto, sin molestarse uno y otro.
El descabello manchó una tarde que había estado marcada por la eficacia
con los aceros. En el universo de la marea blanca, roja y blanca, eso
vale por dos.
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