Talavante corta una oreja en el debut de Garcigrande en Pamplona
Tres lustros de alternativa después, Julián López volvió
a demostrar su raza de figura. Imposible hacer más con un toro que
prometió más en la salida que lo que luego fue en la muleta: nada. De embestida casi muda,
no tenía ni un cuarto de viaje. Lo poco que escondía se quedó en los
quites: por chicuelinas Juli y réplica de Talavante por el mismo palo. ¿Dónde quedó la originalidad?
Decíamos que este «Amarrado» se afianzó al piso y le costaba un mundo
pasar. A quien no le costó nada cruzar la línea fue al madrileño, valiente desde un buen principio con dobladas, que incluyó un ovacionado muletazo rodilla en tierra, hasta el soberano arrimón final.
Literalmente, acarició los astifinos pitones del descastado rival.
Antes del desafío que puso los tendidos en ebullición, trató de sacar
tandas por ambos lados, siempre firme. Todo en las distancias cortas, muy por encima del garcigrande. Ya con la muerte encima, pegó un arreón al puntillero Fernando Pérez. La pañolada dio paso a la oreja.
Otra más logró del quinto, al que picó para un análisis. Humillaba con nobleza, pese a faltarle algo de sal, y brindó al graderío. Obra inteligente e in crescendo,
en la que fue sobándolo y cuidando distancias hasta hacerse el dueño.
Con menos estrecheces en los comienzos para no atosigar al animal y
apretando según avanzaba, con muletazos más reunidos y otros más
sanfermineros. Todo con cabeza y listeza. Un pinchazo le privó del doble trofeo.
Espadazo de premio
Sin salida a hombros se quedó Alejandro Talavante,
necesitado de ella en un año en el que se está quedando fuera de
demasiadas ferias. Brindó el tercero, con casta y opciones, aunque sin
mucha entrega. Tras un esperanzador comienzo,
cogió pronto su mano dorada, la zurda, pero el animal se metió por
dentro. No se libraría en una posterior, en la que se le volvió a vencer
y sufrió una horrorosa cogida. De nuevo apareció el capotillo de San Fermín, como la tarde anterior con Fandiño. Entremedias, hubo derechazos y naturales rítmicos y personales, como un cambio de mano, con otros en los que faltó mando y rotundidad. Sí lo fue el ralentizado espadazo, merecedor de premio. Con el sexto, de templado son y calidades, brilló la luz de media verónica, que hubiese firmado el maestro Curro Vázquez. Con muletazos de distinto tono e intensidad, sin acabar de creérselo, el acero le robó el trofeo.
Finito de Córdoba,
que regresaba a Pamplona después de una larga década, intentó estirarse
a la verónica. Breve fue este reencuentro, pues el andarín primero, al
que zurraron en varas y
que se dolió en banderillas, gazapeaba, sin clase ni humillación. La
gente se mosqueó cuando agarró la espada y el toro tardó en caer. La canción del «chipirón» se tornó en una bronca monumental.
También dejó que pegaran de lo lindo al cuarto, en
el que anduvo sereno en una ronda diestra, rematada con torería, en la
que se vieron las condiciones del boyante garcigrande.
Con la izquierda dibujó un par de naturales con sabor y un pase de
pecho de pitón a rabo con un animal que a veces se aceleraba entre la falta de acople de
su matador. No fue faena perfecta ni redonda, pero Juan Serrano compuso
con elegante son. Una trincherilla y un cambio de mano alumbraron dos artísticas pinturas. Se eternizó con el acero, que no bendijo el Santo.
Toda la bendición cayó en El Juli, a hombros entre la multitud con la anochecida encima.
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