domingo, 10 de agosto de 2014

El Apunte de Juangui: PETRO Y LA CONTRADICCIÓN

Para los novilleros que resisten las piedras y las embestidas con valor.

Juan Guillermo Palacio

Medellín - Colombia. Tomó las armas porque el país nacional, con el modelo del Frente Nacional, negaba oportunidades de participación en las decisiones de la sociedad. Se restringían a un bipartidismo que por ley condicionaba la posibilidad de ser elegido a militar en los partidos liberal o conservador: “La elección de Presidente de la República que se hiciere contraviniendo a lo dispuesto en este artículo, será nula.” (Acto legislativo No. 1 de 1959). Gustavo Petro tomó las armas y se enfrentó con el establecimiento, contra las leyes: no fue capaz de contradecirla con las ideas y con la voz. El M19 era una minoría que engrosaba esa mayoría excluida históricamente. Luchaba por la democracia, por rescatar el derecho a la participación política que debíamos tener todos los ciudadanos. El resultado fue la Constitución de 1991, que su grupo político, una vez desmovilizado, lideró y ayudó a concertar.


La Constitución que redactaron para imaginarse a una nueva Colombia dota a los ciudadanos de instrumentos, de derechos para ejercer la ciudadanía. El más importante de todos: el derecho a la diferencia. Por primera vez apostó, en toda la vida republicana, a la construcción de un proyecto de un país multiétnico, pluricultural, con libertad de pensamiento y de expresión. Son derechos que Petro desconoce ahora como alcalde de Bogotá al no permitir las corridas de toros en la Santamaría, en ese bipartidismo mental que no ha desarraigado aún de su cerebro y de su corazón: los pobres contra los ricos.

La Constitución de 1991 determinó además un sistema de poderes que se controlan  y equilibran entre sí. Creó la Corte Constitucional para proteger y desarrollar estos derechos sociales. La Corte ratificó en el 2012 que los alcaldes no pueden prohibir las corridas de toros en sus ciudades en plazas donde hayan sido permanentes, periódicas o habituales. Justo lo que viene haciendo Petro con diversas artimañas, no permitir su ejecución. Incluso ha ido más allá: clausurar el museo taurino, desaparecer su colección y anunciar la transformación arquitectónica de la plaza para que no se puedan dar más festejos taurinos. Con su autoritarismo no solo va en contra de la ley, a la que juró someterse tras el desarme del grupo guerrillero, sino que desconoce el trabajo de sus diecinueve compañeros asambleístas del M19 (Navarro Wolff, Rosemberg Pabón, Otty Patiño, Marcos Chalita, Orlando Fals Borda y otros),   para pensar esa Colombia justa e incluyente. En otras palabras: contradice su lucha. Tomó las armas para crear un país incluyente, donde todos tuviéramos un lugar, y sus decisiones de gobierno niegan ese derecho a unos ciudadanos que ahora somos una minoría excluida, una más de tantas que ha tenido este Colombia en su historia y que ha sido justamente el germen de sus violencias. A Gustavo Petro solo le sirve la parte de la constitución que le conviene.

Cerrar un museo es un atentar contra la historia del hombre. Así fuera el más extraño o inútil, como el de las momias en Guanajuato, el del cabello en Turquía, o el del crimen en Washington. Narran la presencia del hombre en el mundo. Cerrarlos -el museo y la plaza de toros- es desconocer nuestras raíces hispanas; que con corridas se celebró la independencia, que Bolívar asistió a los festejos taurinos y que Córdova era un profundo aficionado; que en la Santamaría se ha medido el pulso político del país y el nivel de aceptación de sus dirigentes; y que allí se dio el punto de giro para la caída del dictador Rojas Pinilla, luego de que un sector de los tendidos abucheara a su hija María Eugenia y “el aparato represor del Estado” –para usar sus términos- tomara represalias en la corrida siguiente de los nublosos “días del miedo”. Cerrar un museo y llenar de concreto y hormigón el ruedo es como robarse la espada de Simón Bolívar. Son atentados contra la historia. Solo imagínese una losa de cemento que clausure los túneles subterráneos del hipogeo del coliseo romano, o, peor aun, una alteración, cualquiera, de la plaza de toros Santamaría.

Es cierto, la fiesta ha tomado partido. Sus dirigentes, que encarnan la élite tradicional, han rendido homenajes a sus amigos en el poder. Craso error. Y han alejado de la fiesta, con los altos precios, a una base popular que fue efervescente décadas atrás, especialmente en Bogotá, y que hoy en día la defendería con ahínco. El mayor error. Los aficionados a los toros provenimos de todos los estratos sociales y de muchas corrientes ideológicas, afines a Petro inclusive. No debemos ser quienes paguemos las consecuencias de dicha disputa. Las plazas de toros son escenarios democráticos. En un patio de caballos he visto conversar cordialmente a personajes de orillas ideológicas que parecerían irreconciliables: al sociólogo Alfredo Molano y al hermano del expresidente; al periodista Antonio Caballero y al dirigente más neoliberal, erizados por el mismo muletazo; y en los libros he sabido que en el circo España, la vieja plaza de Medellín, se complementaron las corridas de toros y las películas de cine en una sola programación… Ambos espectáculos lograron juntar a las diferentes clases sociales, incluso aceptaron a las mujeres de lenocinio, quienes han sido siempre eternas admiradoras de los toreros. (1)

Ese es tal vez el origen de todo. Parece más una jugada política, o la combinación estalinista de las formas de lucha (¿contra Germán Vargas Lleras? ¿Contra la élite política y económica?), que una medida nacida de un verdadero sentimiento por los animales. ¿Tiene autoridad moral alguien que recurrió a las armas para censurar un espectáculo con el argumento de que es violento? ¿Es el mejor ejemplo para la reconciliación del posconflicto, que dice apoyar, sectorizar una vez más al país y motivar, seguramente sin pretenderlo aunque consciente de los riegos, acciones violentas contra unos jóvenes novilleros que solo defienden su proyecto de vida? Como congresista, Petro votó a favor la ley 916 de 2004 que legisla las corridas de toros. Un antecedente que demuestra que sus decisiones no son coherentes,  que solo pretende atraer electores (¿ingenuos?) para sus siguientes ansias de poder.

Escribió Mao en su libro rojo: “Todo es una contradicción”. Petro también lo es.

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