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domingo, 5 de octubre de 2014

Miguel Abellán, firme pero sin trofeos frente a seis toros en Las Ventas

Aunque no corte trofeos, Miguel Abellán logra una actuación muy firme y digna [así te hemos contado la corrida, toro a toro], en su reto de matar seis toros en Las Ventas: roza una oreja en el primero y pierde las dos en el tercero. Resumen triste: pincha al que mejor ha toreado y mata bien a los que no ha conseguido cuajar. El público madrileño está con él toda la tarde, aunque es inevitable cierta sensación de desencanto, cuando el triunfo rotundo no llega. Son los riesgos de una apuesta tan fuerte: muchos grandes toreros han pasado por ello [topten con cinco encerronas inolvidables].
El primer toro flojea, no quiere caballos pero va a mejor en la muleta. Abellán se dobla bien, logra derechazos suaves, algunos naturales citando de frente. Logra una buena estocada pero el toro se amorcilla y a la sensiblería actual de los públicos no le agrada este espectáculo, en realidad hermoso, de un toro que se resiste a morir. Hay petición de oreja pero el presidente no la concede.

El segundo, bien armado, se derrumba en la primera vara; es noble y suave pero flojo. Miguel lo mete bien en la muleta pero sufre un desarme y se demora con los aceros.

Momento culminante

El momento culminante de la tarde lo vivimos en el tercero, abrochado, claudicante, huido; toma las dos varas en chiqueros, derriba en la primera al picador que, en la segunda, saborea el placer de la venganza. A la muleta llega suavísimo, humilla, parece una maquinita de embestir. Miguel, que lo ha brindado al público, lo aprovecha con derechazos de mano baja. Le da distancia, lo engancha y dibuja los muletazos a placer. Es una faena clara de dos orejas pero las pierde con la espada. El toro –no nos engañemos– ha sido evidentemente manso en los primeros tercios pero ideal para el torero, al final: lo que ahora se busca. Mis vecinos rivalizan al calificarlo. Dice uno: «De dulce». Otro, más político: «Para darle una embajada».

No se ha consumado el clímax y se produce el inevitable descenso en el cuarto, que huye de todo, sin casta alguna, y flojea de manos: nada que hacer.

También es huido el quinto, no se deja dar un lance; en banderillas, José María Tejero recibe un puntazo leve en el glúteo. Abellán, valiente, le saca algunos derechazos pero todo queda en una porfía voluntariosa.

Ovación de despedida

Antes de que salga el sexto, ovacionan al diestro: brega acertadamente con el capote, lo brinda a su madre. Al comienzo, el toro parece que va a servir: Miguel traza largos naturales, mandando mucho, pero la res se viene abajo. Lo mata bien, igual que al anterior. ¡Si lo hubiera hecho así en el tercero! Pero la ocasión se escapó (la mitología clásica la pintaba calva)... Lo despiden con una ovación. 

¿Ha sido una real «encerrona» lo de Miguel Abellán? No es la palabra adecuada: nadie le ha tendido una trampa, con mala intención. Él mismo se ha impuesto un reto difícil y lo ha resuelto con solvencia. Cuando pase el mal sabor del primer momento, recordará con orgullo esta tarde.

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