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domingo, 5 de octubre de 2014

Y Abellán se quedó sin depósito

Miguel Abellán cierra los ojos derrumbado tras pinchar al excelente...
Miguel Abellán cierra los ojos derrumbado tras pinchar al excelente tercero de Puerto de San Lorenzo. ANTONIO HEREDIA


Una ovación de gala recibió a Miguel Abellán ante el mayor reto de su carrera y otra ovación de inmensa generosidad lo despidió con la noche asomada al ruedo.«Muertos los seis toros, vivo el torero, un éxito», solía repetir con ingenio Gustavo Pérez-Puig. Y razón no le hubiera faltado con Abellán, que antes de las casi lorquianas cinco y media de la tarde contaba en la casas de apuestas con un 18-1 a que no salía por su propio pie. Así que, desde ese punto de vista, el gesto de Miguel Abellán se podría considerar como un éxito de la supervivencia. Pero a Miguel Abellán no le aguantó el depósito y se desfondó a la muerte del excelente tercer toro de la tarde, el toro clave de lo que llaman 'encerrona'.

Miguel nunca se había enfrentado a seis toros en solitario en su carrera de 17 años de alternativa, lo consideraba de privilegiados no sin razón, y a este Otoño llegaba con el cuerpo de sus currados 35 años castigado por una temporada dura en la que permanentemente ha cambiado paliza por triunfo, siempre entre la épica y la gloria. Y así este paseíllo crucial lo hacía con el dedo pulgar de la mano izquierda como una morcilla de clavos, con la falange rota, operada y rehabilitada contrarreloj. Cuando sonaron los clarines del miedo, ya se contaba con ello. El problema final fue el físico. Sin oxígeno y sin bombeo, se asfixian también las ideas. El esfuerzo quedó demostrado hasta el toro que marcó la fecha señalada, el del justo ecuador de la seria corrida de Puerto de San Lorenzo, un superclase de profundidad y ritmo. Después fue tirar de un cuerpo que no respondía, alejado de la lidia y haciendo de tripas corazón hasta que sonó la campana.

La variedad con el capote no es que fallara, sencillamente el encaste Atanasio por su frío, mansón y suelto comportamiento en los tercios previos no se presta. En seis toros en Madrid cuentan todos los factores y el básico responde a la espada. Y la espada no funcionó, sobre todo en el citado tercero, por nombre 'Burganero', en mansita fuga de capotes y picado las dos veces por el picador que guarda puerta en su bajo lomo, en su honda anatomía rematada por una cara muy cerrada, acodado como un gancho hacia dentro del pitón derecho. Carretero le echó un capote a un compañero en un quite prodigioso a la salida del tercer par, y entonces Abellán cató el temple en un quite por chicuelinas -tafallera de por medio- y una revolera. De taco el toro. Un principio de faena por alto y el encaje de la cintura y la mano baja a cámara lenta en dos series superiores. Cumbre. Desde esos terrenos de la segunda raya un poco hacia fuera se lo cambió Miguel a los mismos medios. Y, aunque el toro se pensó la media distancia, allá que fue a seguir con su ritmo sostenido y su profundidad todavía por la diestra. Siguió el son de la embestida y la faena por enormes naturales. Absolutamente entregados los contrincantes. Como la plaza. Y entonces fue como si el ya veterano matador viese la llama tenue, e intuyese el fondo trémulo ya del soberbio toro, y se tiró por una espaldina, y un circular invertido, y un cambio de mano y una trincherilla. Un popurrí que mantuvo más el calor de los tendidos que la categoría. Lo grave vino con el acero. Y todo se fundió. Empezando por el torero.

Abellán hubiera conquistado una oreja, o dos, a saber, que se habrían sumado a otra que tampoco cortó por insensibilidad presidencial en el primero de La Ventana del Puerto, un toro recortado, tocado arriba de pitones, manos cortas y corto cuello. Todavía fresco y muy centrado, Miguel Abellán dio con las claves de la distancia y la altura, para hacerlo romper lo que se agarraba al piso y lo que no humillaba por pura morfología. Con la izquierda le dibujó buenas series, hasta apurarlo muy enfrontilado, de uno en uno, cruzando el pitón, con caro aire en los remates. El toro se amorcilló luego con la espada dentro, hubo petición que si el palco estima al menos hubiera significado un empujoncito, no un regalo, en tarde tan comprometida.

Luego ya, perdido el fondo tras 'Burganero', el cinqueño cuarto resultó rajado, huido y desentendido. Y el quinto, también con los cinco cumplidos, muy en la línea de la casa por dentro y por fuera, exigió con carácter una mano derecha poderosa. Pero la que había apenas podía con la muleta: cuando pudo encontró el empleo del toro. Miguel Abellán había bajado ya los brazos. Nunca Madrid había estado tan cariñosa con un matador en tesitura semejante: la ovación de aliento que escuchó antes de la salida del sexto recordó a Sevilla con Manzanares... No puntuó este último como tampoco lo había hecho el segundo.
Torero vivo, toros muertos, un éxito, diría Gustavo. Pero no se trataba de eso.

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